La Jornada Semanal, 27 de diciembre de 1998



Pedro Pablo Martínez

crónicas del postboom

Con Abilio Estévez

La publicación de Tuyo es el reino y la reciente visita del escritor cubano Abilio Estévez animó esta charla, donde el autor desmiente los diagnósticos de enfermedad y muerte de la novela latinoamericana; habla de la ``ética negadora'' y el amor por la forma que hereda de su maestro Virgilio Piñeira y se instaura, antes que como autor, como un lector universal.

Abilio Estévez es más que una deslumbrante sorpresa, se rumora que traza un nuevo camino literario comparable a la aparición, en su momento, de Paradiso o Cien años de soledad. El tiempo lo dirá. Esta entrevista se propone hacerle justicia inmediata a la publicación de Tuyo es el reino.

Me habían dicho que Abilio Estévez estaba cansado, que no sería posible la entrevista convenida, pero alguien asumía la responsabilidad y me ofrecía una entrevista por teléfono desde las oficinas de Tusquets Editores en México. Me quedé frío y nada más respondí: ``dejé de ir a la exhumación de mi suegro por estar aquí''. Alguien se conmovió y me concedieron quince minutos que resultaron de los mejores en mi vida profesional.

En tu novela hay un distanciamiento evidente, cada vez que el narrador me aclara que estoy leyendo una novela: ¿hay un juego inteligente como en Macedonio Fernández o tienes la intención de hacer conciencia de algo, como Brecht?

-No, yo creo que no tiene nada que ver con Brecht, o, al menos, hasta donde yo lo entiendo; más bien pienso que debe emparentarse, si es que se debe emparentar con alguien, y perdóname si soy muy ambicioso, con Diderot, o con el Sterne de Tristam Shandy, es decir, con toda la novela anterior a Flaubert. Con esto te digo que he querido hacer una novela literaria y que no esconda que lo es. No deseo que el lector se distancie para que tome conciencia de nada, sino simplemente que goce y sepa que lo que está leyendo es, simplemente, una novela.

-Me llama la atención que, a pesar de lo complicado de los recursos (muchos personajes principales, tantas voces, tantos oídos, el lector como personaje), la lectura resulta muy fácil: ¿fue difícil la escritura?

-Sí, porque articular todo eso no era fácil. Esa trabazón estructural intencionadamente caótica requiere de un esfuerzo mayor para componerla.

-En gran parte, me da un tono de novela lírica; pero el tratamiento, por su contenido, es de novela río, de novela viento, con todo un pueblo, la Ciudad también como personajes, la Isla como personaje, los cataclismos... ¿Crees que la novela lírica es la única posibilidad de epopeya en nuestros pueblos al fin del milenio?

-Bueno, tengo que empezar por disentir: para mí el cambio de milenio no es más que una convención, no es un punto a partir del cual va a comenzar otra cosa. Por el otro lado, no me siento capaz de hacer profecías. De lo que sí estoy convencido es de que la novela es un género muy vivo que no presenta para nada síntomas de enfermedad ni de muerte, y que lo que la va a hacer grande será la posibilidad que tenga cada autor de sacarle las chispas que pueda.

-Entre los escritores de nuestra generación es raro respirar tantos clásicos. Conforme avanzaba en la lectura, percibía en el aire cambios de respiración en tu novela viento, sobre todo cuando iniciabas un homenaje a Dostoievski o a Nerval, por ejemplo...

-Como te dije hace un momento, yo quería hacer una novela literaria. Entonces no me cohibí, como otras veces, al hacer citas o nombrar. Me parecía como que tenía que poner las costuras por delante, no ocultarlas, no quería fingir que no estaban ahí, quería hacer el homenaje de que estaban ahí y de que me han servido para vivir en estos tiempos, para encontrar una ayuda en medio de este caos en que estamos viviendo...

-Y el homenaje a dos grandes rebeldes: Virgilio Piñeira y Gerard de Nerval. ¿Qué te emparienta con su rebeldía?

-Creo es que hay modos también de negar, que no todos son iguales. Y, efectivamente, pienso que a mí me han servido de mucho las actitudes éticas de esos escritores de los que estás hablando, pero no puedes encontrar de ninguna manera una exactitud en actitudes. Es imposible. Lo que sí creo es que todo escritor es un rebelde y un negador. Eso sí es inevitable. Tú haces un libro porque lo que está a tu alrededor no te gusta y tienes que reformarlo, tienes que ser un rebelde y si no lo eres, no escribes. Pienso que la literatura es un acto de rebeldía. Posiblemente no te pareceré rebelde pero esta es una novela rebelde.

-Por supuesto. Pero hay otra presencia más, la de Virginia Woolf...

-Es que Virginia Woolf es una autora que me impresiona mucho justamente por lo lírica en tanto escritora, por un lado, y te voy a decir algo más: creo que leyendo su diario uno aprende mucho de literatura, de cómo escribir, es casi un tratado de cómo enfrentar la literatura, pero, por otro lado, me impresiona también el personaje, su refinamiento, ese ámbito de Bloomsbury y, además, esos estados de locura en los que ella caía. Eso me ha inquietado siempre, saber que ella enloquecía y que al final terminó del modo en que terminó, pues para mí el suicidio siempre ha sido algo que me impacta. ¡Qué sé yo!

-Hay una página de los diarios de Virginia Woolf que me conmueve. Ella había recién leído el famoso monólogo de Molly Bloom del Ulisses de Joyce y decía, palabras más o menos: ``acabo de leer unas páginas del señor Joyce y veo con amargura que llegó, antes que yo, a donde yo quería llegar''. Es impresionante la cantidad de recursos y su efectividad, su no gratuidad. Con esta novela lograste lo que muchos buscaban. ¿Estabas consciente de esto cuando escribías?

-No, por supuesto que uno no tiene esa conciencia. Si la tiene creo que, de pronto, como que no escribe. Eso es algo que sale ahí, si es que salió, como dices tú, que te lo agradezco muchísimo. Si salió así, es como el explorador que encuentra un camino sin darse cuenta de que lo encontró; es como salir del puerto de Cádiz y llegar a las Américas, pensando que se ha llegado a las Indias, simplemente eso. Yo quería escribir un libro que era el libro que yo quería leer, como dice Rulfo que le pasó cuando quiso escribir Pedro Páramo.

-Cuando García Márquez empieza a escribir Cien años de soledad interrumpe un viaje a Acapulco con su familia y se regresa a escribir, prácticamente de un jalón, su gran novela, o al menos su primer tratamiento. Me da una curiosidad enorme conocer tu método de composición.

-Yo trabajé esta novela muy concienzudamente, haciendo una estructura completa de ella, de principio a fin, que, por supuesto, por el camino se iba cambiando, pero que partía de un terreno firme. Hice, por ejemplo, un plano de todos los lugares en donde ellos estaban. Cómo eran las casas. Cómo era el lugar. Por dónde se movían. Hice, y te los puedo mostrar en La Habana, expedientes de cada personaje, con su fecha de nacimiento, su fecha de muerte, su forma de ser, su físico, con todo, con cosas que luego uno ni utiliza, pero que son muy útiles para avanzar. No me pasó lo que a García Márquez, creo que hay una carta donde lo dice: ``estoy escribiendo como si me dictaran al oído''. A veces me sucedía y a veces no, era angustioso lo que me estaba saliendo ahí, es decir, a veces me costaba, pero sí fue una novela que pensé mucho, durante mucho tiempo; inclusive durante los tiempos en que no la escribía la estaba pensando y me pasó una cosa mágica que fue que yo la dejaba durante periodos y cuando la retomaba, la retomaba con el mismo tono, exactamente igual que como la había dejado, como si no la hubiera interrumpido nunca, cosa que es muy peligrosa cuando uno escribe una novela. No, yo no la escribí en un rapto, pero sí la trabajé mucho, la pensé mucho, fue una novela muy pensada... Nos hacen la seña de que el tiempo de Abilio Estévez para La Jornada Semanal llega a su fin y no puedo hacer algo mejor que decirle al novelista:

-Para terminar, quisiera agradecerte que me diste quince minutos de felicidad en un día muy triste.

De regreso, leí en un semáforo la dedicatoria que dejó Abilio Estévez en mi ejemplar: ``para Pedro Pablo, que logró conmoverme con su opinión sobre estas páginas escritas en la más absoluta de las...'', desgraciadamente, la última palabra no se entiende. De todos modos, me quedé pensando: en quince minutos, no encontré la manera de preguntarle por qué su libro me había conmovido tanto.