La Jornada Semanal, 27 de diciembre de 1998
Ahora los momentos
son por fin este cuerpo
que se siente en su
casa,
que se mueve a sus anchas,
y se pone a comer una
naranja
en medio de la tarde.
Son los zapatos anchos
donde
pongo los pies para olvidarlos;
son las mañanas vividas una a
una
prolongando los hábitos.
Son el paseo al trabajo,
las
comidas y la conversación
con los amigos.
Ahora todo es
concreto y limitado,
nada es más de lo que es,
sin embargo al
paso de los días,
voy sintiendo que es mucho,
a veces
demasiado
para la rapidez con la que pasa el tiempo.
Deseo ser ligera,
que el peso de mi cuerpo me abandone
que el
agua de la tinta
que fija lo que escribo me bautice;
continuar
avanzando
sin que nunca me
atrapen las raíces.
No quiero sumergirme en el pasado,
mirar lo
que ocurrió
como una especie de infierno submarino,
como muerte
soñada para siempre.
No quiero visitar barcos hundidos,
y pensar
que allí hay fiestas de eterna juventud.
Quiero ser ese río de
palabras escritas
que en el tiempo celebran el trayecto,
brindar
por la memoria de los vasos,
que siempre dosifican y se alzan a la
luz.