La Jornada Semanal, 27 de diciembre de 1998



Leonardo García Tsao

Las artes sin musa

Fiasco francés

¿Realmente tiene sentido hacer un festival de cine francés en Acapulco? A juzgar por los resultados de la tercera edición, nadie quedó muy conforme con el producto excepto los cientos de espectadores acapulqueños que aplaudían de manera fervorosa e indiscriminada a cuanta película les era proyectada. Para empezar, los organizadores de Unifrance aprovechaban cualquier ocasión para hacer saber que estaban cabreados. Según informaron, Hacienda no les ha pagado el respectivo IVA de su inversión de 1997 y 1998, un monto nada desdeñable de 1,200,000 del águila. O sea, que a los millones de mexicanos indignados con las prácticas del Lic. Gurría, ahora se añade un puñado de franceses que amenazaron con llevar su número a otra parte si eso no se resolvía en fecha cercana.

Digamos que no sería una pérdida irreparable. Si bien no asistí a los primeros dos festivales, la calidad de la selección no parecía ser mala. En esta ocasión, de los 15 títulos programados sólo La vie rvée des anges (La vida soñada de los ángeles) puede considerarse sobresaliente. La sensible opera prima de Erick Zonka ya había sido vista en Cannes y se sospechaba, a primera vista del programa, que no habría revelaciones de esa calidad. Si acaso, se rescata el interés inicial de La classe de neige (La clase invernal), del veterano Claude Miller (otra concursante en Cannes), y el tono sórdido de Le poulpe (El pulpo), de Guillaume Nicloux, una revisión cínica del thriller negro francés según las enseñanzas de Becker y Melville. De ahí en fuera, todo marca un descenso vertical por la escala, pasando por el acartonamiento decorativo de Lautrec, de Roger Planchon; las pretensiones huecas y tediosas de Place Vend™me, de Nicole García; la reiterativa descripción de una obsesión amorosa en L'ennuiMookie, de Hervé Palud, un aberrante road movie, situado en un México grasiento, sobre la velada historia de amor entre un monje, un boxeador y una chimpancé parlante (no es broma).

Sin duda, había ofertas mejores de la prolífica producción del cine francés reciente. Algunas de ellas, de hecho, fueron exhibidas en las funciones del mercado de manera casi clandestina: sin otra información que su título original y con cambios en su programa exclusivamente matutino. Ahí pasaron las más recientes realizaciones de Patrice Chéreau, Benoit Jacquot, Laetitia Masson, Gaspar Noé, Jacques Rivette e incluso el serbio Goran Paskaljevic (en coproducción francesa, claro), para quien se tomara la molestia de hacer las pesquisas.

Se argumenta que el festival cumple ante todo una función comercial. Su principal objetivo no es difundir el arte cinematográfico en Acapulco, sino conseguir la venta de cine francés para su exhibición latinoamericana. De acuerdo, nuestra cartelera se beneficiaría de una mayor presencia del cine francés, entre otras cinematografías que pudieran ofrecer una variante contra el monótono predominio hollywoodense. En los últimos años ha aumentado el número de estrenos franceses, pero eso no ha sido necesariamente una consecuencia directa de las transacciones acapulqueñas. Por ejemplo, La vie rvée des anges ya había sido negociada por el Imcine desde Cannes. (En cuanto a los otras 14 cintas, no creo que ningún espectador se pierda de algo importante si no vuelven a exhibirse en territorio nacional.)

El festival tampoco sirvió como feria de vanidades, si nos atenemos a la más frívola de las motivaciones. El transporte y hospedaje de una cincuentena de realizadores e intérpretes prácticamente desconocidos no se podría llamar una sólida inversión a favor del Star System galo. Fuera de Nicole García, Claude Miller y Nathalie Baye, nombres que significan algo sólo para el cinéfilo informado, los demás invitados podrían pasar inadvertidos hasta para el más exhaustivo cazador de autógrafos. ¿A algún medio le interesaría publicar una entrevista con Catherine Corsini, Stéphane Giusti o Jean-Paul Salomé? ¿O qué tal Aure Atika, Charles Berling o Clotilde Courau? En años anteriores, al menos vinieron figuras algo más cotizadas, como Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Miou-Miou y Jean Reno.

Como coartada de una participación mexicana, ahora se incluyeron tres títulos nacionales en el programa, El cometa, de José Buil y Marisa Sistach, Un embrujo, de Carlos Carrera y El evangelio de las maravillas, de Arturo Ripstein. Igual, el cine mexicano no dejó de ser como un invitado de segunda, por lo que el Imcine bien podría ahorrarse su aportación e invertirla en algo en verdad necesario. Quizá la única ganona del asunto fue la joven actriz Ana Claudia Talancón, de El cometa, quien recorrió con un espectacular escote el escenario del Centro de Convenciones, durante la ceremonia inaugural, barriendo con las deslavadas colegas francesas ahí reunidas.

No obstante una organización eficaz, dadas las circunstancias, el balance final es de un dispendio poco útil. Si de lo que se trata es de difundir cine francés por Latinoamérica, tal vez sería más sensato pagarle el viaje a París a distribuidores selectos -los que han mostrado una preferencia por ese producto- y someterlos a proyecciones intensivas a lo largo de cuatro o cinco días. El costo estaría muy por abajo del millón y pico de dólares -el presupuesto nominal del festival de Acapulco-, y no habría problema alguno con el fisco mexicano. En estos tiempos de crisis globales, todo mundo debe cuidar sus centavos.

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