El año que termina dejó en claro que una de las condiciones del modo de funcionamiento de la economía mexicana es que opera a contracorriente de lo que ocurre en el exterior. Esta economía sustenta ahora su comercio exterior en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con lo que ha aumentado notablemente el volumen de las transacciones, aunque se mantiene la tendencia crónica al déficit; está abierta por completo a las corrientes de capitales, y así, recibe grandes inversiones en industrias como la automotriz y se financia con recursos que se colocan en la bolsa de valores.
El país es también miembro de la respetable Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCED), no obstante que sus características estructurales son muy distintas a las de los países industrializados; mantiene acuerdos de libre comercio y negocia otros más con varias naciones del mundo; ha sido ejemplo de la manera de conducir ajustes ante las crisis económicas como las de 1982, 1987 y, sobre todo, la de 1995, tal y como consideran los criterios de los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Y, sin embargo, ante los temblores de los mercados mundiales sigue siendo muy vulnerable.
La vulnerabilidad de la economía mundial es también apreciable, aunque hasta ahora los países más desarrollados han conseguido mantener no sólo una relativa estabilidad financiera, sino que han logrado incluso sostener los patrones de crecimiento. La excepción es Japón, pero incluso ahí y a pesar de que la crisis bancaria ha provocado una recesión, el impacto no es ni con mucho el que se registra en México, por ejemplo, con el último episodio de la larga crisis económica ocurrido desde el inicio de este gobierno.
Algunos hechos ilustran este desenvolvimiento, no sólo desigual sino de sentido contrario, de la economía mexicana. La inestabilidad de los mercados financieros internacionales que se registró durante todo el año, llevó en Estados Unidos, en la Unión Europea y en Japón a una constante disminución de las tasas de interés como una forma de sostener la demanda interna y la expansión productiva; aquí, por el contrario, las tasas subieron hasta niveles superiores a 35 por ciento como única forma de contener la depreciación del peso y la salida de capitales, pero restringiendo severamente el crédito y la capacidad de financiar la producción interna. La caída del precio del petróleo desquició las finanzas públicos, obligó a cuatro recortes del gasto y provocó que el nuevo presupuesto para 1999 no se sostuviera ni tres semanas después de presentado al Congreso. Y mientras la gasolina se vende más barata en Estados Unidos, en México sube constantemente de precio, además del ajuste realizado recientemente para generar mayores ingresos públicos. La inflación se ha mantenido a niveles bajos y estables en las economías industrializadas, en tanto que en México sigue siendo muy difícil contener su aumento y este año la meta original de 12 por ciento será superada por un margen de la mitad. Con ello, en tanto que los ingresos reales de los trabajadores en aquellos países se mantienen o incluso mejoran, aquí es persistente la pérdida de bienestar que esto ocasiona, al tiempo que tienden a incrementarse la marginación y la pobreza.
Esta evolución tiene ya fuertemente comprometida la política económica para el año entrante. A pesar de la propuesta presupuestal, que ya había considerado la adversidad existente, será necesario apretar más por el lado de los ingresos y de los gastos para que cuadren las cuentas y se mantenga un cierto equilibrio financiero.
Las condiciones generales en que habrá de desenvolverse la economía nacional en un marco externo, que seguirá siendo restrictivo, van a mantener esta forma de operar a contrapelo, lo que significará mayores costos económicos y sociales. Pero quién sabe si el nuevo año lleve finalmente a una reconsideración del modo en que se administra la economía y la forma de crear mayores espacios de maniobra y márgenes de protección.