Marcos Winocur

Una puerta abierta al universo

A veces siento como si la noticia científica compitiera con la nota roja. O con la ciencia ficción. Bueno, en todo caso, una -la científica- resultaría sensacional, mientras que las otras serían susceptibles de sensacionalismo, lo cual es muy distinto. Pero, ante los ojos del lector no advertido, me temo que llegaran a confundirse. Fíjense, la clonación. Ciertamente, avanzada como hipótesis desde tiempo atrás, su logro la ha llevado hasta el gran público, resultando sensacional por su lata dosis de novedad; y sensacionalista, por las especulaciones hechas en torno a su empleo sobre humanos. Si se refiere al presente, roza la nota roja; si al futuro, la ciencia ficción.

Tal vez no sea ocioso abogar una vez más por la amplitud de miras, dispuesto el investigador científico a admitir los datos de la realidad por más sorprendentes que aparezcan ante sus ojos, acostumbrados quizá a conceptos consagrados. Ninguno, sin embargo, dicho sea en todos los órdenes de la vida, adquiere rango de inmutable. ``Las ideas -repetía el historiador Fernand Braudel- son cárceles de larga duración''. Pienso que en el fondo se trata de la virtud o capacidad de relativizar, de no negar los datos de la realidad en nombre de la teoría. ``Gris es la teoría -escribió Goethe-, pero verde es el árbol de oro de la vida''.

Permítaseme aquí citar a un tercer autor de muy distinto orden, pero no menos recomendable: Conan Doyle o, mejor dicho, a su personaje Sherlock Holmes. Campea en sus libros -claro, en versión detectivesca clásica- la idea de relativizar si se quieren resultados. ¿Cómo proceder en la ciencia? Algo se me va ocurriendo. Antes que nada, colectando la información al alcance, sin desdeñar hechos, datos de la realidad que a primera vista pudieran parecer nimios. Y luego formular las hipótesis en las que relativizar significa tomar en cuenta todas las ``posibilidades posibles'', incluidas las más improbables; a priori, no excluir ninguna, tampoco las ``posibilidades imposibles'' que, al andar de la investigación, pueden revelar no serlo.

El asesino perseguido por Sherlock Holmes o la clonación perseguida por los biólogos, un día se dejan atrapar. Y, revelados al mundo, son la sorpresa. El crimen, la clonación, la estrella magnética o el sida, son objetos para la investigación porque conllevan una dosis de desconocido que al hombre le interesa develar. En cambio, de los objetos cotidianos poco queda por descubrir, en todo caso una nueva tecnología para su mejor manejo; sirven a fines limitados y eso nos resulta suficiente; son no sólo conocidos, sino trillados.

Un grifo, agua, papas, olla y lumbre se ubican dentro de ese tipo de objetos, familiares; su finalidad es la cocción de las papas. Pero pueden encuadrarse diferentemente si se trata de conocer a cada instante el recorrido seguido por el chorro de agua de la boca del grifo a la olla. Así, los mismos objetos pueden servir a distintos fines, su uso lo determina.

Y la puerta que da al universo puede abrirse dondequiera, desde el cuarto de cocina del hogar. La puerta que da a lo desconocido del universo, más sensacional que la nota roja y la ciencia ficción, donde primero serán palos de ciego, luego datos de la nueva realidad adquirida y a formular las hipótesis. Finalmente, el asesino es atrapado cuando acaba de servirse las papas cocidas y se apresta a comérselas.

Para que aprenda a relativizar.