Teresa del Conde
El cuerpo aludido

Las alusiones al cuerpo empezaron a ponerse de moda en cuanto las fragmentaciones discursivas posmodernas adquirieron primacía sobre los modos de configurar o de distorsionar de los modernismos, cosa que con los consabidos antecedentes empezó a suceder hará 20 años.

La literatura ha recorrido trayecto similar, pero en materia de artes plásticas la versión 45 de la Bienal de Venecia Identidad y alteridad. Figuras del cuerpo 1895-1995, con Jean Clair como invitado curatorial, fijó un hito que ha tenido secuelas en varios países.

En México, el antecedente más importante que ofrece la muestra del Munal obedeciendo al título de este artículo, corresponde a la que coordinó Edgardo Ganado Kim el año pasado en el Museo Carrillo Gil: Las transgresiones al cuerpo. Debo decir que ésta, producto de una investigación bien llevada estuvo referida sólo a la actualidad y pienso que el guión que la originó es mejor, en varios aspectos, que el que finalmente se concretó en ese recinto, que pudo tal vez alcanzar dimensiones nítidas si se hubiera invitado al propio Ganado Kim como cocurador de la sección siglo XX. Hizo falta, también, que todo el equipo curatorial conociera la obra en tres tomos Fragmentos para una historia del cuerpo humano con ensayos de varios autores contemporáneos de distintas especialidades, editado por Michel Feher para Urzone Inc, después traducido al español por Taurus.

Sólo Issa María Benítez parece conocerlo, y es ella la que está más al día en la literatura contemporánea relacionada con el tema, pues también acude a la discutida Camille Paglia, aunque no al librito, utilísimo, editado por el psiquiatra Héctor Pérez Rincón para el FCE, Imágenes del cuerpo, que va en su tercera edición y es muy accesible de precio.

Lo que se exhibe en el Munal, que los dioses me perdonen, es un popurri sumamente divertido, sólo que la intención de que así fuer, parece, salvo en una que otra ocasión, totalmente involuntaria. No sé si el montaje dificultoso contribuya a ello, pero el caso es que los rubros que separan los temas quedan confundidos y lo que sucede es que la idea del cuerpo no es dislocada, sino ingenua, sobre todo en la sección erótica, que es definitivamente la peor.

Las piezas contemporáneas parecen encajadas a rajatabla o son triviales, salvo unas cuantas (Yishai Jusidman, Rafael Cauduro, las archiconocidas fotos de enanos de Marco Pacheco que casi no pueden verse y la del guerrillero sandinista de Pedro Meyer, así como el Yacente, de Reynaldo Velázquez, que conocí ``yaciendo'' en casa de Jorge Alberto Manrique, la escultura terráquea de Yolanda Paulsen funcionan bien). Otras obras parecen haberse incluido de relleno o se incluyeron sólo porque él o la artista está en circuito internacional, como sucede con la pésima muestra En crudo que se exhibe en una de las áreas no remodeladas del museo y que parece encontrarse en total desatención.

En El cuerpo aludido hay obras del virreinato espléndidas, lástima que algunas no se perciben en toda su dimensión, como ese extrañísimo Ecce Homo, de Guadalupe Zacatecas, cuya cara posterior, la que lo hace interesante, se pierde por obstrucción museográfica. Pese a lo que digo, nadie interesado en las artes plásticas debe perderse esta exposición; es oportunidad única para percatarse de obras poco conocidas o de plano desconocidas como la pequeña talla en madera El nacimiento de Eva de la colección Liebsohn; la Farmacodermia maculosa (1837), de Raymond Vasseur, en cera sobre madera que procede del Museo de la Medicina Mexicana; el excelente retrato del capitán de granaderos Manuel Solar y su familia (1806), del Museo Soumaya. Encantada contemplé el desnudo femenino de espaldas de Zárraga (1945), pero me pregunto, ¿qué tiene que hacer junto a esta pieza, a todas luces pertinente, el retrato de Doña Ignacia Mora y Osta?

Las fallas teóricas dañan el guión, pero si uno se olvida de que existe, las cosas pueden adquirir otro cariz y disfrutarse mucho. Y no es posible confundir una de las cabezas decapitadas de Goitia, insertada en rama seca de árbol, con un síntoma cultural. No se sabe si fue pintada en 1959, o si se trata de una obra que el pintor intervino a partir de una de 1915.

Goitia, autor de varias piezas que son iconos sacros de nuestra pintura, era un dibujante paupérrimo, entonces es innecesaria, la inclusión de una atroz academia que no reproduce cualquier escultura, como dice la ficha, sino la figura con otros atributos de uno de los apolos sauróctonos de Paxiteles (existen cientos de copias romanas).

El día que visité esta exposición, había poco público. Es necesario, a como dé lugar, promoverla más.