A juzgar por las proyecciones para 1999 formuladas por las empresas consultoras Standard and Poor's y Bursamétrica, el próximo año se vislumbra difícil para la economía mexicana. Aunque tal diagnóstico no resulta novedoso -numerosos analistas, empresarios, académicos, representantes de organizaciones políticas y sociales e, incluso, funcionarios gubernamentales ya lo habían señalado-, el hecho de que tal afirmación provenga de dos organismos especialmente influyentes en las decisiones tanto de los inversionistas extranjeros como de las propias autoridades resulta revelador.
A los problemas económicos ya conocidos -escasez de capitales a escala internacional, fuerte baja del precio del petróleo, debilidad del sistema bancario nacional, entre otros-, las consultoras añaden otros factores que, a su juicio, desalentarán la llegada de capitales foráneos al país: crecimiento discontinuo, crisis recurrente, corrupción, dependencia del sector externo y falta de credibilidad de las autoridades financieras.
Ciertamente, los problemas citados han originado que México sea poco atractivo para los inversionistas extranjeros. Pero, no debe olvidarse, los especuladores financieros recorren los mercados mundiales en búsqueda de los mejores rendimientos posibles y poco les importa si sus operaciones afectan o desequilibran a las naciones en las que invierten. Para las llamadas economías emergentes, las ganancias resultantes de las inversiones especulativas son transitorias y benefician sólo a una minoría. En cambio, como ha sucedido en el sudeste asiático y en América Latina, los daños provocados por el flujo descontrolado de capitales resultan demoledores y socialmente destructivos. Si ahora México no resulta atractivo para el gran capital es porque éste, salvo en el caso de la inversión productiva, nunca tuvo interés en coadyuvar al desarrollo del país y, por el contrario, no tuvo reparo alguno en retirarse, con ganancias exorbitantes, mientras la economía nacional se desplomaba por causa, entre otros factores, de su propio desenfreno especulador.
Por otra parte, el tono crítico del informe formulado por Standard and Poor's no debe pasar inadvertido, pues las lacras que esta empresa señala no son sino el resultado de la aplicación, por parte del gobierno mexicano, de las disposiciones de los organismos financieros internacionales, entre ellos el FMI y el Banco Mundial. En buena medida, la crisis recurrente, la dependencia del exterior y el descrédito de las autoridades que señalan las consultoras mencionadas han sido originados por la imposición de un sistema financiero depredatorio y excluyente y por la obstinación del gobierno mexicano en mantenerlo a capa y espada, pese a sus enormes costos sociales. Si hay que buscar responsables de la debacle de la economía nacional hay que ubicarlos, por un lado, entre aquellos que han conducido al país por un escenario de dependencia externa, de abandono de la industria y el campo mexicanos, de rendición ante el gran capital extranjero, de privilegio de unos cuantos en detrimento de la mayoría de la población y, por el otro, entre quienes han aprovechado la crisis y el infortunio de incontables familias mexicanas para amasar, de manera dolosa, fortunas descomunales.
A fin de cuentas, el diagnóstico de las consultoras y, presumiblemente, la opinión de los inversionistas que siguen sus recomendaciones constituyen, en el fondo, indicadores claros de los orígenes de la crisis actual y un deslinde de responsabilidades. ¿Cuánto tiempo habrá de mantenerse un sistema económico injusto y antisocial que ha empobrecido a millones y que, por la inercia de sus propias contradicciones, ha llegado a un peligroso callejón sin salida?