La Jornada 30 de diciembre de 1998

PURASANGRE Ť César Güemes

Tomás Eloy Martínez: Lugar común la muerte

1. En un mundo interconectado, en el que las guerras pueden seguirse cómodamente desde la pantalla del ordenador, en que el liberalismo económico ha llegado a lo que parece siempre el extremo y no lo es, en el cual terminan algunas batallas y comienzan otras, en un mundo así, pues, hablar de periodismo poético parecería un sinsentido, una banalidad, una pérdida de tiempo. Y no.

2. Tomás Eloy Martínez, periodista si los hay, novelista si aún quedan, ha demostrado que de ninguna manera la prosa poética está reñida con la información precisa. Si ese género dentro del periodismo no existiera, cómo explicar entonces las siguientes líneas: ``Sintió con fruición la retirada del adversario; recorrió, con todos los recuerdos y sentimientos que habían sido desplazados por la enfermedad, el bello campo desierto que se abría ahora dentro de su cuerpo, libre para que soplaran los vientos del sueño y lo ocuparan de nuevo las casas del pensamiento''. No importa, para el ejemplo, de quién se habla sino de qué se escribe. Hay un enemigo interior que se va y deja vacíos los espacios que usurpaba dentro de la conciencia para que de nuevo sea posible edificar ahí ``las casas del pensamiento''.

3. Eso es poesía y es periodismo. Y es también, para esta columna, uno de los textos que contiene su más reciente libro asequible en nuestro país, Lugar común la muerte (México, Planeta, 284 pp.), que toca en 19 momentos distintos y en multiplicidad de personas y personajes, el término de la vida. Desfilan así, entre muchos otros, Manuel Puig, Felisberto Hernández, Pepe Bianco, Macedonio Fernández o Saint-John Perse. Todos con rumbo al final, al necesario corte de caja.

4. El caso es que se informa de la vida, la obra y los últimos pasos en la trayectoria de personas que fueron vitales mientras pudieron serlo. No se habla en el libro de la tontuela muerte con violines y dolientes, sino que se conjura porque si bien los relatos periodísticos parten por fuerza del acto de morir, en realidad de lo que se trata es de correr la pluma sobre la vida, sobre el quehacer. Y para ello el escritor se trasladó a varios países a lo largo de algunos años y fue recogiendo los testimonios de numerosos seres, a veces actores, a veces testigos, para dar forma a este libro que podría verse como urna fúnebre y es en realidad una lámpara que ilumina trozos importantes de la literatura contemporánea.

5. En el prólogo, Tomás Eloy señala dos posibilidades del final de las personas. La primera: ``...un hombre puede morir indefinidamente (porque) la muerte es una sucesión, no un fin''. La segunda: ``...en la eternidad la muerte es un principio a veces, y otras veces un fin''. Los seres que caminan, conversan, se alimentan, ríen o se encolerizan en las páginas del libro, pertenecen a la clase de los que con la muerte tienen más bien un principio. Esto es, un segundo principio: el fallecer los mantiene, paradojas de la letra escrita, tanto o más vivos que cuando lo estaban, porque el deceso real es meramente olvido, y viceversa.

6. Ya para las finales lecturas decembrinas, ya para las primeras del año que viene, vale acudir a Lugar..., a fin de dejar que ese metafísico ente se quede donde estuvo el aciago 98 o para de una buena vez entenderlo al inicio del 99. Un último ejemplo de periodismo poético: ``La felicidad mal cuidada, acabará rompiéndose''. Eloy Martínez sabe por qué lo dice.

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