Jordi Soler
Pereza

Hay imágenes navegables. Se puede ir en ellas de un sitio a otro. Van los ojos en un mar que de pronto jala al corazón. Y entonces sirve o no sirve. ¿Una imagen dice más que mil palabras? Depende, o no importa: hay imágenes que no deben navegarse. Estaba sentado frente al televisor, cambiando de un canal a otro, viendo lo que fuera. Se detuvo en la imagen de seis ballenas que habían sido expulsadas del mar. Una tropa de veterinarios, o a lo mejor entusiastas de la vida salvaje, bañaban esos cuerpos enormes con cubetas y con mangueras. Los frotaban con esponjas para evitar que el sol perjudicara esa piel de diseño más bien oceánico. El mar las había expulsado, o malquerido, o ellas habían decidido irse; la cosa es que esos seis gigantes agonizaban sobre la arena. La cámara de televisión, despiadada, convencida de que difundir esa tragedia era anularla, o siquiera aliviarla, o quizá sin ningún tipo de convencimiento, pasaba de un cuerpo a otro y luego a tomas generales de las ballenas y de su tropa de salvamento.

Esas imágenes, que solas eran terribles, venían reforzadas con una línea informativa que liquidó su ver lo que fuera en la tele y lo depositó, sin sentimientos que mediaran, en un desagradable estado de angustia. La línea, bien articulada por un locutor, decía: ``fuera del agua sus órganos internos pesan demasiado y acabarán por destruirse unos contra otros''.

Inmediatamente después apareció una mujer de traje brillante, moviéndose en el foro de un cabaret, provocándose en el cuerpo unas curvas espectaculares que servían para anunciar Johnny Walker etiqueta roja. Luego vino el anuncio de un jabón y luego el de una marca de agua embotellada. El no salía de su asombro. Apagó el televisor. No podía dejar de pensar en que la fuerza de gravedad jala permanentemente a los cuerpos hacia el centro de la tierra, no importa si son ballenas o personas. Cuando el cuerpo es joven resiste sin dificultad esa atracción, pero con los años flaquea y empieza a sucumbir, día tras día, a esa fuerza gravitacional que no cesa, que lo atrae hacia el centro de la Tierra y entonces el cuerpo se encorva y fatalmente sucumbe, yace vencido por la gravedad, pegado al suelo.

El pensaba eso, en silencio, todavía en el sillón que estaba frente al televisor, cuando sintió que su riñón izquierdo pesaba demasiado sobre la porción izquierda de sus intestinos. Vio a una de las ballenas, todavía fresca en su memoria, vio su ojo y más abajo una mueca: era el dolor que producían sus órganos internos sucumbiendo a la atracción gravitacional, pesando unos sobre otros, estrangulándose, haciendo ruidos simples que se magnificaban y se multiplicaban al pegar contra la cúpula del costillar. El dolor del riñón presionando al intestino era francamente insoportable. Abandonó el sillón. Se tendió en el piso, boca arriba. Casi pudo ver cómo sus órganos recobraban sus posiciones. El dolor cesó de inmediato. Permaneció un rato tirado ahí, viendo su casa desde esa perspectiva. Descubrió con desagrado una capa de polvo debajo del sillón. El techo tenía una grieta, parecía superficial, era del yeso no de la estructura. Se quedó dormido unos minutos, hasta que lo despertó un dolor intenso, provocado por la presión que ejercían el estómago, los intestinos y la vejiga contra los riñones y la región pancreática. Rodó hacia la derecha. Quedó boca abajo. Exactamente igual que la vez anterior, el dolor terminó en cuanto liberó a los órganos de la tiranía de la fuerza de gravedad. Pensó que lo mejor era medir el tiempo. Consultó su reloj. ¿Cuál habría sido el destino de las ballenas?, ¿regresarían al mar?, ¿habían sido víctimas de la atracción de la Tierra? La alfombra estaba sucia, urgía pasarle la aspiradora. Descubrió también que la pared, cerca del suelo, tenía una serie de descascarones que debía resanar cuanto antes.

Otro dolor intenso interrumpió ese proyecto de reconstrucción doméstica. Ahora los riñones, la región pancreática y hasta la espina dorsal, presionaban de forma salvaje el estómago y el intestino. Miró el reloj. Pensó que cambiando de posición cada cinco minutos lograría salir airoso.

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