Necesario, un diálogo entre las ciencias humanas y las ciencias naturales


Historia y salud

Guillermo Castro Herrera*

El ambiente, o mejor todavía, lo ambiental, constituye un tema de creciente importancia en el debate sobre los problemas de salud pública en nuestro tiempo. Aun cuando las expresiones más visibles de ese interés se ubican en torno a problemas como el de las enfermedades infecciosas emergentes, el campo de la salud ambiental tiende a ampliarse hacia otros riesgos de malestar, enfermedad y muerte que afloran en tiempos marcados por el crecimiento demográfico, el deterioro social y la degradación del mundo natural, a una escala y con una intensidad sin precedente en la historia de nuestra especie.

El razonamiento usual sobre esos temas, sin embargo, aún enfrenta al menos tres limitaciones. En primer término, se suele considerar lo ambiental como una consecuencia antes que como una condición del desarrollo. En segundo lugar, se suele considerar al mundo humano como una entidad separada y distinta del mundo natural. Y por último, se suele otorgar un peso mucho mayor a lo que las relaciones entre esos mundos tienen de estructura, que a los procesos que han dado lugar a su creación por los propios seres humanos.

Al respecto, conviene recordar, primero, que toda actividad humana ocurre en el interior del mundo natural y sujeta finalmente a las leyes que lo rigen. Enseguida, que el resultado de esa actividad es la creación de un ambiente humano. Y por último, que cada sociedad tiene una salud y un ambiente que le son característicos, que resultan de una trayectoria en el desarrollo a menudo conflictivo, tanto de las relaciones que guardan entre sí los grupos que la integran como de las que mantiene con el mundo natural.

Civilización y enfermedad

El examen de esas trayectorias en el pasado, y de sus expresiones más características en el presente, constituye una valiosa fuente de experiencias para el análisis de los problemas de la salud pública en un mundo en crisis. Ese examen, además, debe ser construido a partir de un diálogo entre las ciencias humanas y las ciencias naturales en torno al problema de las consecuencias para la salud y el desarrollo de nuestra especie, que se han derivado de las intervenciones humanas en el mundo natural.

Esa tarea de construcción, por otra parte, tiene importantes antecedentes de investigación y reflexión sobre las condiciones socioecológicas que definen las relaciones entre los humanos y los microparásitos responsables de las enfermedades infecciosas, a lo largo de la historia de la especie humana. Este es, por ejemplo, el tema central del libro Plagas y pueblos, del historiador estadunidense William H. McNeill, cuya primera edición data de 1976, que inaugura una bibliografía cada vez más amplia (y cada vez más de moda) en ese campo.

En su libro, McNeill examina justamente la historia de las relaciones de conflicto y coevolución entre nuestra especie y sus microparásitos a lo largo de un proceso en el cual "la adaptación y la invención culturales disminuyeron la necesidad de un ajuste biológico a medios diversos, introduciendo así un factor fundamentalmente perturbador y continuamente cambiante en los equilibrios ecológicos que existían en todas las partes de la Tierra". En esa misma perspectiva, el autor aborda además la interacción entre el microparasitismo natural y el macroparasitismo social, que se expresa en las relaciones de opresión y explotación de unos grupos humanos por otros, en particular a lo largo del proceso de surgimiento y desarrollo de las civilizaciones humanas, en cuyo seno confluyen y se hacen interdependientes como nunca antes la historia natural y social de la enfermedad.

De ese examen emerge un fascinante proceso, en el que civilización y enfermedad sostienen un incesante intercambio que apunta a la unificación microbiana de Eurasia, primero, y del mundo, después, en una fase que se inicia con la conquista europea de América, se amplía con el intercambio de esclavos y microparásitos entre Africa y el Nuevo Mundo, y culmina con la expansión de esas relaciones de coevolución y conflicto a escala del sistema mundial. Y a lo largo del proceso se plasma, además, un panorama en el que el estado general de salud de poblaciones enteras contribuye a modelar sus alternativas de relación y acción, tanto frente a segmentos completos del mundo natural, como ante otras sociedades y en lo que toca a su propio desarrollo social y material.

En lo inmediato, por ejemplo, aún está pendiente una comprensión más clara de los vínculos entre la civilización de nuestro tiempo y las enfermedades degenerativas asociadas al deterioro ambiental masivo, o aquellos otros entre el deterioro social y el incremento de males como la drogadicción, la violencia como medio de relación social o la desesperanza aprendida a escala de grupos sociales completos. Pero, en un tiempo más largo y de mucha mayor densidad sustantiva, sigue pendiente también la tarea de comprender en qué medida, y por qué vías, los problemas de salud de nuestra civilización son resultado de las consecuencias sociales de los actos económicos que caracterizaron nuestro pasado mediato, y que seguirán operando mientras no se modifiquen las condiciones sociales y ecológicas que las sustentan.

De ese modo, puede entenderse que el tipo de desafío que deja abierto McNeill demanda un esfuerzo nuevo de profundización en la perspectiva que él contribuyó a deslindar de manera decisiva. Más aún, que los años en que Plagas y pueblos fue escrito, los desafíos que nos va planteando la época extraordinaria que vivimos demandan ya una cultura nueva, en la que el abordaje en perspectiva histórica de los problemas de la salud en el ambiente humano sea la norma, y no la excepción.

A fin de cuentas, lo que la historia quizás puede enseñarnos es a preguntar, más que a responder. Y, en este caso, puede que las verdaderas preguntas a plantear no sean las que se refieren a las tareas de reorganización de la naturaleza, que deben ser cumplidas para garantizar la salud de los humanos en la etapa actual de su evolución, sino aquellas otras que hagan falta para reorganizar nuestra vida social de un modo que permita enfrentar con éxito la tarea urgente de hacer sustentable nuestra existencia en el mundo natural.

* Director del Instituto Conmemorativo Gorgas de Estudios de la Salud, Ministerio de Salud de Panamá

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