La Jornada 4 de enero de 1999

Tamayo, ``único libro oficial'' que conmemorará el centenario del artista

Angélica Abelleyra Ť Allá por la segunda mitad de los años treinta, un periodista escribió: ``La señorita directora de la Galería de Arte Mexicano abrió una exposición de Tamayo. Dichosos los ciegos''. Ahora, más de medio siglo después, aquella afirmación que molestó tanto a la galerista Inés Amor resulta impensable osadía, y ni aun el más acérrimo detractor de la obra de Rufino Tamayo apelaría a la ceguera frente a un cuadro, un mural o una gráfica suyos.

El año de Rufino Tamayo es 1999, pues en los meses que corren se cumplirá el centenario de su nacimiento, con el 26 de agosto como fecha exacta de la efeméride. Y para celebrarlo se realizarán exposiciones en el museo que lleva su nombre, se colgará también su obra plástica en otros espacios diseminados en el país y tal vez en el extranjero. Los niños tendrán ocasión de jugar con el arte del oaxaqueño a través de rompecabezas y otros divertimentos lúdicos y creativos, que se conformarán como parte del proyecto titulado Jugando con Tamayo (tras el exitoso resultado de su similar en 1992), y el público más adulto podrá hojear los libros y catálogos que verán la luz a lo largo de estos 12 meses que apenas inician su marcha.

De esta manera, no sólo conoceremos el primer volumen del catálogo razonado de su obra gráfica (investigación que desde hace varios años encabezan Juan Carlos Pereda y Martha Sánchez, del museo adscrito al Instituto Nacional de Bellas Artes) sino que se presentará Tamayo, ``el único libro oficial'' que conmemorará el centenario, según se anota en la presentación que hace el Grupo Financiero Bital, coeditor con Américo Arte Editores del impecable volumen, que también cuenta con la colaboración del INBA.

Dedicado a la memoria del fallecido escritor Robert Valerio y bajo la coordinación editorial de Teresa del Conde (en mancuerna con Mauricio López), el libro es un objeto de 250 páginas, con un profuso despliegue de ilustraciones y siete textos que ofrecen una visión de la trayectoria creativa de quien es considerado un clásico de la pintura mexicana del siglo XX.

Con matices diversos, Fernando del Paso, Xavier Moyssén, Teresa del Conde, Juan Coronel Rivera, Ingrid Suckaer y Robert Valerio despliegan sus apreciaciones en artículos que, escribe en su texto introductorio Del Conde, sondean caminos diferentes a los andados por Tamayo a través de los ojos de muchos especialistas que con frecuencia analizaron su obra.

Así, bajo el signo de la palabra crítica tomada con el mismo sentido que le da Robert Hughes, en el libro ésta se ejerce como ``revisión, como valoración comparativa y, sobre todo, como medio de desanudar discursos inamovibles, fijados mucho tiempo atrás, que han generado presupuestos arquetípicos. Estos suelen nublar la valoración no sólo del pintor, sino del hombre'', asienta Del Conde en el texto que sirve de preámbulo a la edición.

El tiempo encantado de Tamayo

Es el escritor Fernando del Paso el que abre el recuento analítico, pero desde los senderos del lirismo. Anota: ``Lo conocí en París, sin aguacero. Había ido a esa ciudad con la que, supongo, tanto tuvo no sólo que ver, sino que amar y olvidar, para cumplir allí los noventa años de una vida llena de milagros, a la que cada día aportaba un trozo de paraíso...'' Luego, el narrador de Palinuro de México sitúa al pintor en el universo de los magos y lanza algunas incertidumbres en torno a las criaturas, los fantasmas y las sombras que pueblan sus telas: ``¿Estrambóticos los personajes de Tamayo? ¿Feroces algunos, esquemáticos, misteriosos, inalcanzables, bestiales, simpáticos?''

Del Paso deja abiertas las posibles réplicas, pero luego lanza un aserto: los viajes al infinito de Tamayo no son hacia el exterior, no son expediciones a un más allá del horizonte, son ``travesías inacabables al interior de las entrañas de sus entrañables monstruos, que contienen sus propias constelaciones e inmensidades [...] es en la profundidad de sus gaznates y de sus vientres, en los vericuetos de sus tuétanos y sus vísceras, donde medran las galaxias, y es en sus insondables huecos negros donde nacen los cometas de diamantinas colas de abanico y los astros que se visten de terciopelo para volverse frutas''.

Tras Fernando del Paso continúa Teresa del Conde, quien nos hace una valoración de cada uno de los textos y sus aportaciones. De Xavier Moyssén se incluye su Revisión a vuelo de pájaro, en la que ofrece los rasgos básicos de la historia formal e iconográfica de la obra tamayesca. Sin el ``elogio desmedido'', Moyssén aborda los rasgos de cada periodo creativo del oaxaqueño, desde los primeros años de la segunda década de este siglo hasta 1991, año de su muerte, el 24 de junio. El especialista toma por asidero la iconografía en cada lapso, pone atención especial en el repertorio erótico tamayesco y en el tratamiento de temas como las naturalezas muertas, el cosmos, la música, el retrato, los animales y la mujer. Asimismo, Moyssén se convierte en el autor que en este volumen desgrana con mayor puntillosidad la creación muralística de Tamayo, aspecto ampliamente desarrollado con anterioridad en un libro editado sobre la materia.

Las palabras del otro

Además del prefacio, Teresa del Conde presenta un análisis mediante el cual procura poner sobre la mesa algunos de los lugares comunes que han girado en torno de Tamayo, incluyendo los propios decires del autor y su ``leyenda de artista''. El indigenismo; el nacionalismo del cual Tamayo se excluyó o quedó excluido, y ciertas preguntas lanzadas al aire como: ¿Enemigo acérrimo de los tres grandes? ¿No fue reconocido sino hasta tarde en su patria? ¿Antonio Rodríguez versus Tamayo? Son las que plantea la historiadora en su provocador artículo, que aclara algunos aspectos considerados como verdades durante mucho tiempo.

En el cúmulo de páginas continúa Juan Coronel Rivera con su escrito Un moderno Prometeo, en el que desmiente o contrasta algunos aspectos dados por consabidos sobre Tamayo, pero que ahora dicen poco. Desarrolla aspectos como las influencias del futurismo y del estridentismo en su producción plástica; la doble carga en su trabajo de pintura y de ideología; su tarea de universalizar una posición plástica local y sus alcances de una síntesis de lo popular, con ejemplos claros en las figuras istmeñas de barro llamadas tangu-yu (muñecas de barro, en zapoteco), en las máscaras rituales o en la cartonería tradicional mexicana. Más adelante, el crítico de arte coloca a Tamayo junto al cubano Wifredo Lam y al chileno Roberto Matta en el sitio de ``parteaguas plástico'', porque cada uno retoma sus raíces y las incorpora al contexto del modernismo.

Para concluir, frente al ``hibridismo'' generalizado en el arte actual, Coronel Rivera sitúa la postura de Tamayo, su desarrollo de ``un estilo'' que combatió, sin embargo, la uniformidad impuesta. ``Así como no había más ruta que el muralismo, ahora estamos viviendo un fenómeno similar con el arte realizado en soportes no tradicionales; no hay más ruta que las instalaciones'', dice, al ponerse al lado de la pluralidad sin imposturas.

Tras las huellas de Tamayo

El siguiente turno en el libro le corresponde a la investigadora Ingrid Suckaer, quien realiza actualmente una amplia biografía sobre Rufino del Carmen Arellanes Tamayo. En un extracto de dicho trabajo, Suckaer ofrece no sólo los caminos profesionales de quien viviera fascinado por la música, sino que traza algunas pinceladas de su vida personal, hasta ahora poco difundidas.

Para cerrar, el volumen cuenta con el que se convirtió en el último texto de Robert Valerio, poeta, traductor y crítico de arte de origen inglés avecindado en Oaxaca desde 1984, y fallecido en 1998. Tras las huellas de Tamayo en su terruño es su aportación, a partir de entrevistas que realizó a Rodolfo Morales, Roberto Donís, Francisco Toledo, Luis Zárate y Sergio Hernández.

Al grupo le lanza, entre otras, las siguientes interrogantes: ¿Qué es Tamayo en esta Oaxaca finisecular? ¿Una presencia estética efectiva? ¿Un espectro que se invoca? ¿Podemos encontrar en la pintura de sus coterráneos más jóvenes huellas de las inquietudes pictóricas de Tamayo? Y es a partir de las respuestas de los pintores oaxaqueños que Valerio ofrece un panorama de la presencia del muralista, quien, coinciden los entrevistados, se ha convertido más en recuerdo, en espectro.

Porque, lamentablemente, la obra del multicitado maestro es escasa en su lugar de origen. Por ejemplo, ni un solo cuadro suyo forma parte del estrecho acervo del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. Y si bien legó una importante colección de arte prehispánico en el museo que lleva su nombre en esa ciudad, además de que una bienal y un taller de artes plásticas que impulsó Roberto Donís fueron bautizados con el nombre del muralista, la presencia física de su obra permanece débil en su terruño.

(El libro Tamayo será presentado el martes 19 de enero, con la participación de Rafael Tovar, Fernando del Paso y Teresa del Conde, quienes se reunirán en el Museo Rufino Tamayo, ubicado en Reforma y Gandhi, Chapultepec)