gordillo
Es innegable que vivimos una etapa caracterizada por el cambio en todos los ámbitos del quehacer nacional; si México ha sido un espacio en que las transformaciones son la constante, las que ahora enfrentamos no tienen precedente. El pasado diciembre, mes en que el Congreso analizó, debatió y aprobó el paquete financiero que regirá para 1999, nos dejó muchas lecciones.
La primera es que la única manera de enfrentar las cada vez más difíciles circunstancias es hacer de la corresponsabilidad factor de encuentro y coincidencia. Ya ninguna fuerza política tiene, por sí sola, la capacidad para hacer prevalecer su criterio por sobre el resto, por lo que la negociación es el medio privilegiado para construir el consenso.
Los acuerdos parlamentarios se hacen necesarios y nos demuestran que su construcción debe ser responsabilidad de todos; la política del todo o nada ha dejado de ser eficaz, porque propone una polarización de suyo inconveniente, que impide a quien la postula ser parte de la construcción del acuerdo y, por lo tanto, hacer valer sus argumentos a la hora de construir el consenso.
La segunda lección es que tenemos que seguir trabajando en el diseño de instituciones que auspicien que esa corresponsabilidad surja como algo sencillo, y valga la expresión, común. Si el equilibrio entre poderes ha quedado más que demostrado, es hora de crear un andamiaje jurídico-político que impida que ese equilibrio se convierta en factor de incertidumbre; es ésa la transición política.
La tercera lección es que debemos ampliar los tiempos para el debate; en la medida en que quienes tienen que decidir cuenten con el tiempo necesario para debatir y analizar, los plazos favorecerán la creatividad y dejarán de ser, como hasta hoy, una dramática lucha contra el tiempo. Si los tiempos hubieran sido los adecuados, seguramente se hubiera podido elegir el mal menor para generar los recursos que suplieran la drástica caída de los precios del petróleo.
Cumplida la aprobación de la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos, debemos insistir en la necesidad de una reforma fiscal integral que, reconociendo las dificultades financieras que el mundo vive y nuestras propias limitaciones, nos permita encontrar los mejores caminos para hacer del crecimiento económico algo tangible para todos. La política fiscal debe ser el instrumento privilegiado para impulsar el crecimiento económico y la equitativa distribución del ingreso nacional.
El debate decembrino demostró que, para gobernar, hay que estar dispuesto a pagar los costos que significa decidir; y más en momentos en que el modelo económico sigue mostrando su carencia de respuestas para enfrentar los fenómenos que nos impactan negativamente. Crear las salvaguardas que nos permitan minimizar los riesgos que la globalización ha traído consigo es, quizá, la mayor de las lecciones que diciembre nos dejó.