El dato dado a conocer por la Reserva Federal estadunidense (FED) en el sentido de que los depósitos de empresas y particulares mexicanos en el país vecino sumaron, a fines del año recién pasado, más de 38 mil millones de dólares, da idea del tamaño de la desconfianza del sector privado nacional en la política económica gubernamental y en el sistema financiero y bancario mexicano.
Tras reiteradas exhortaciones del gobierno, y del propio presidente Ernesto Zedillo, a incrementar el ahorro interno y a depender menos de los capitales extranjeros, el país se encuentra con la paradoja de ser un exportador neto de capitales propios, justo en momentos en que debe enfrentar una perceptible escasez de inversiones y un conjunto de signos recesivos -el peor en muchos años- en su desempeño económico. De esta manera se pone en evidencia, por un lado, el mínimo o nulo compromiso con la nación por parte del más importante sector de la iniciativa privada, y se hace patente, por el otro, la poca credibilidad que le merece a estos inversionistas el discurso oficial sobre la supuesta solidez de la economía.
Adicionalmente, la información de la FED revela que las instituciones bancarias privatizadas siguen siendo incapaces de cumplir con sus tareas fundamentales: captar el ahorro interno, por una parte, y dirigirlo, por la otra, a proyectos productivos y de consumo, mediante el otorgamiento de créditos: los bancos mexicanos no están en condición o en disposición de dar préstamos con intereses razonables ni en el volumen requerido, y los depósitos que debieran recibir se colocan, en cambio, en instituciones de Estados Unidos.
El dato apunta a una tercera paradoja, la más exasperante de todas: México es un país que produce riqueza, y mucha, a juzgar por el monto de los depósitos de mexicanos en la nación vecina, así como por los casi 19 mil millones de dólares que se destinan al pago de las deudas pública interna y externa, según el presupuesto para el año en curso. Sin embargo, el país sigue siendo incapaz, después de muchas décadas, de erradicar su miseria extrema y su pobreza, estructurales, y de enfrentar las dificultades económicas coyunturales con otro recurso que no sean los recortes presupuestales, que lesionan a los más desprotegidos, y medidas recesivas que postergan la solución de los contrastes sociales más indignantes a algún futuro indefinido y siempre remoto.
No es difícil imaginar, por último, el cambio radical y positivo que se generaría en el escenario económico nacional si los casi 40 mil millones de dólares que permanecen depositados en bancos estadunidenses fuesen devueltos al país y canalizados a inversiones productivas.