Luis Linares Zapata
Negociar o sufrir
El despertar del año toma a los defeños atascados en medio de una pugna por el poder que les restará, si no hay una compostura inmediata, sus niveles de bienestar más para allá de lo que ya sufren como fruto de un escuálido entorno económico. Aprisionados por actitudes que poco tienen que ver con sus quehaceres y necesidades cotidianas, contemplan a sus representantes políticos trenzados en una escaramuza muy poco edificante.
En uno de los lados atisban la displicencia de su jefe de gobierno que esquiva al Congreso y no asiste a intercambiar explicaciones solicitadas por invitación. Después alega que las gavetas de sus archivos están abiertas para que, si quieren, los 500 diputados puedan acudir en pos de información detallada. ¡Cuánta pretensión se le trasmina frente a la soberanía nacional! Ya lo saben, señores diputados, vayan con los burócratas del DF y ahí les darán lo mismo que, dicen, ya se les envió.
Y en el otro, a dos bandos partidistas (PAN y PRI) que conjuntan las abiertas magulladuras, infligidas durante la discusión del paquete financiero, en búsqueda de un alivio que gravitará, al final, sobre los ciudadanos que dicen representar.
Tan censurable es la actitud de revancha panista y priísta que cercena una parte sustantiva de los ingresos del DF, como la desaseada descripción de los usos y factibles resultados de los haberes solicitados (endeudamiento por 7.5 mmdp) y la negativa a comparecer amparándose en la ley. Esto último le permite a sus rivales golpear donde a los del PRD les duele: la transparente y detallada formulación de intenciones y, como de paso, en su habilidad administrativa y disposición al diálogo.
La terca defensa de posiciones ha llevado al PRD a una más de las lecciones impuestas por el ejercicio inclemente del poder: las alternativas indeseables, pero tercas e inescapables. Estas obligan a priorizar, sin exclusiones terminales, entre los principios que dicen defender a ultranza y las muy pedestres, pero vitales, conveniencias de sus gobernados. La eterna disputa entre sublimes aspiraciones y las estrecheces de lo posible, lugar donde, tan a menudo, anida la naturaleza humana.
Solicitar mayores niveles de endeudamiento es una petición manejable y, por tanto, defendible aún en medio de las limitaciones que atosigan a la Nación. Pero pensar que sin el debido cabildeo entre las fuerzas que cuentan para el motivo de las autorizaciones se logrará el cometido de salvaguardar las urgencias de sus electores es no sólo inocente, sino falto de toda lógica en la artesanía legislativa. No se ignora la pretensión de los diputados tanto del PAN como del PRI de probar y aún de hostigar a Cárdenas con puyas o someterlo con razones. Ello es parte del trasteo de la democracia. Si no fuera así, habría que preguntarle al señor Gurría, ¿a qué fue a la Cámara?
No es válido seguir fundamentando posturas irreductibles y de simple denuncia en la defensa de principios que se dicen ``inalterables'' para un largo plazo que, lo único seguro, es que no llegue en la forma concebida. Las obras y los servicios que requieren los habitantes de la Gran Ciudad de los Mexicanos no se acomodan con tal manera de pensar y menos aún de difundir los argumentos que les ganen los cruciales apoyos de los votantes. Pero tampoco es viable esperar que al Departamento se le autorizará un endeudamiento de ese tamaño sin sufrimientos o recortes. No es hábil argumentar que la pasada administración se endeudó en similares proporciones o de amenazar con volver a la Corte para demandar al mismo Presidente de la República por el uso ``indebido'' de pasados préstamos. Acusar al PAN, como lo hace López Obrador, de traicionero y a Zedillo de promotor de la impunidad en el país son insultos que se revuelven.
Pero la decisión de los legisladores que mocharon sin mesura las comentadas solicitudes de aumentos en la deuda pública no tiene justificación racional sino excusas torpes. El hachazo fue inmisericorde y va en contra de los pobladores del DF y de muchos millones de visitantes que se verían innecesariamente afectados. Encima de tal dislate, eliminar al DF de las participaciones (800 millones de menos) municipales no tiene pies ni cabeza y desnuda las reales intenciones de castigo. Más les vale a la coalición aprobadora del gasto federal, reversar tal acto de venganza pues el costo será creciente y puede escalarse en sutiles direcciones que lo harían insoportable.