EL MUNDO, AL REVES
Laura Gómez Flores Ť A pesar de la difícil situación económica y de una pérdida del poder adquisitivo de 15 por ciento en los últimos cuatros años, el gasto en juguetes será de unos 3 mil millones de pesos, que representará un incremento en las ventas de este sector de 38 por ciento respecto de 1995, estimó Mauricio González, director general del Grupo de Economistas y Asociados (GEA), tras señalar que este nivel está aún muy por debajo del observado antes de la crisis económica.
Para el presidente de la Asociación Mexicana de la Industria del Juguete, Arnoldo Amador Arévalo, 30 por ciento de las ventas totales del Día de Reyes corresponderá a los productos de fayuca del comercio informal, lo que afecta seriamente a la industria nacional.
De acuerdo con información de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), se encontró que existen incrementos en los precios de un mismo juguete de 38 por ciento en promedio, aunque se observan importantes disparidades de precios entre una tienda y otra. Por ejemplo, en el muñeco Enrique Dulces Sueños, éstas van diez hasta 146.55 por ciento.
El director de GEA precisó que el gasto en estos artículos se concentró principalmente en diciembre de 1998 y se realizará enero de este año, cuando 70 por ciento del consumo nacional se satisfará mediante importaciones de 11 países.
Se estima que el año pasado las importaciones fueron por 2 mil 100 millones de pesos, de las cuales a China correspondió 50 por ciento; a Estados Unidos, 20, y a Japón 8 por ciento.
Ello, comentó, no significa que la preferencia del consumidor mexicano haya cambiado, sino que los de China son más baratos frente a los de Estados Unidos, y ante la deteriorada economía familiar se busca adquirir un juguete más accesible.
El representante de los jugueteros, por su parte, manifestó que el sector nacional ha resultado seriamente afectado en sus ventas por el contrabando técnico en las aduanas, donde entra la mercancía sin control de las autoridades y en perjuicio directo de la industria mexicana y trasnacional establecida en el país.
Ante este panorama, la Profeco exhortó al consumidor a no adquirir juguetes en el comercio informal, donde se desconoce si son robados o reconstruidos, y agregó que se no podrá hacer valer ninguna garantía en caso de que el producto salga dañado.
Informó que el análisis a 654 modelos de juguetes nacionales e importados mostró que 90 por ciento calificó con excelente, y además no presentaron ningún riesgo para la salud de los niños.
En cuanto a diferencia de precios, indicó que las mayores distorsiones se observaron en los muñecos Godzila Cola Mortal y Helicóptero de Ataque con 127.40 y 122 por ciento; el Teléfono Periquín, con 115; Polly Pocket Parque de Diversiones Carrusel, 92.77; Burbujas Top Top, 90.16; Omnilab 270 Experimentos, 75.86; Motocross, con 74.30 por ciento.
y Merienda con Mini, juego de té, con 71.49 por ciento.
En autopistas, las diferencias de precios oscilaron entre 11 y 39 por ciento; en carros eléctricos entre 33 y 43 por ciento; en mecánicos entre 16 y 136 por ciento; en juguetes de destreza entre 44.92 y 92.43 por ciento; en juegos educativos entre ocho y 35 por ciento; y en muñecas entre 30 y 65.72 por ciento, destacó la Profeco.
José Galán Ť Disfrazados, casi inadvertidos, los nidos de abasto donde el comercio ambulante se surte al amparo de la economía subterránea, son atendidos por manos y voces anónimas, protegidos por policías privados y perros de pelea; ocultos cascarones de enormes construcciones antiguas, hoteles de paso, estacionamientos y viejas viviendas y vecindades convertidas en bodegas.
El obsequio tradicional del Día de Reyes es distribuido allí a cientos de comerciantes ambulantes instalados en los cuatro costados de Palacio Nacional y hasta Anillo de Circunvalación, en pleno corazón de La Merced. También al pie de camionetas, incluso último modelo, donde los vendedores de la vía pública transportan sus productos.
Allí se abastecen y guardan por la noche sus mercancías y puestos tubulares los comerciantes ambulantes, quienes han abarrotado las calles de la zona, particularmente Corregidora, donde un discreto portal habilitado como local de venta de ropa informal esconde en realidad la boca de una inmensa construcción del siglo pasado, sin divisiones internas, donde pernocta la mayor parte de la mercancía de los vendedores de la zona.
Según uno de los vigilantes, quien se negó a proporcionar su nombre, el movimiento comercial en el lugar se elevó más de 40 por ciento desde el 20 de diciembre, ``y va a crecer más. Fácil llegará a 60 por ciento más de lo normal''.
``Yo voy a cambiar de giro. Pensé que haría frío y compré como 100 chamarras de todos tipos, de pana, de esas finas'', dijo Miguel Sanjuan, muchacho de unos 23 años, quien asegura: ``No he vendido ni 20 por ciento de mi mercancía. Mejor la voy a cambiar por muñecas. Pero voy a peder buena lana porque los juguetes suben todos los días como 18 por ciento, que luego se le carga al cliente''.
Ubicada en el número 48 de Corregidora, esta bodega está resguardada por policías privados, perros de pelea y vigilantes que las propias organizaciones de ambulantes asignan a su gente. Cada diablito, con su carga de tres o cuatro bultos y el armazón del puesto, ocupa un lugar deteminado, previo pago de una renta aproximada de 120 pesos diarios. En el lugar caben no menos de mil 500. Allí se surten, además, comerciantes ambulantes no sólo del lugar, sino de mercados tan distantes como San Angel, el paradero de Indios Verdes, del atrio de la Basílica de Guadalupe y aun de la zona conurbada del estado de México.
Desde muy temprano, los vendedores acuden a hoteles de paso como el San Pedro, en la calle de Regina casi esquina con el Eje Central, donde les cobran aproximadamente 80 pesos diarios por permitirles almacenar su mercancía, y donde hay venta de juguetes y artículos al mayoreo.
De estos lugares surgen las filas de ambulantes que, carretilla en mano, transitan desde las primeras horas de la mañana por Eje Central, Correo Mayor, Jesús María, Academia y otras calles de la zona más antigua del Centro Histórico.
María Morales, madre soltera de 32 años, lleva en brazos a su pequeña hija, Sonia, de nueve meses, y recién instaló su puesto a un costado de Moneda. ``Yo guardo mi mercancía en el Hotel San Pedro. Allí le echan un ojo y les doy 80 varos, con chance de pasar al baño con Sonia. Estoy preocupada porque viene mucha gente, pero compra poco. Yo ofezco cochecitos eléctricos y muñecas, y la verdad es que la venta ha bajado, pero no me queda de otra''.
Los comerciantes de mayores recursos, los que son realmente de época y de ocasión, llegan en camionetas último modelo de hasta tres toneladas, algunas de una y media. De allí bajan las carretillas que montan con bultos de ropa, juguetes, perfumería y artesanías.
Estos vehículos forman una fila interminable que agota los cajones de estacionamiento de calles como Moneda, Soledad o Manzanares, rumbo al norte de la plaza, hacia Tepito. Al área de carga se acercan comerciantes con dinero en efectivo para abastecer sus puestos.
``Yo vengo de Zumpango, en el estado de México. Compré estos juguetes con un mayorista de Tepito que sólo pide dinero en efectivo, pero nunca da nota'', afirma Gabriel Ramírez, de estatura baja, camisa a cuadros y pantalón de mezclilla, ancho de hombros y tupido bigote, como de unos 35 años. ``Esta es una buena época para la venta. Luego le daré tiempo a la familia''.
Poco a poco se concentran los ambulantes en los puestos de distribución, como se comprobó en un recorrido realizado durante los últimos días de 1998 y los cinco primeros de 1999, al tiempo en que comenzó a imponerse un monopolio de la venta de juguetes, condición indispensable para instalarse en la calle.
Así, mientras la proporción de puestos de ropa --suéteres, chamarras, zapatos tenis y camisetas-- era de uno por cada cinco, los puestos que ayer ofrecían juguetes llegaban a siete de cada diez, mientras que en los tres restantes se ofrecía comida, utensilios varios --desde binoculares en 650 pesos, hasta navajas suizas-- y chácharas como peinetas para el pelo, pulseras y aretes.
Toda esta mercancía, guardada día tras día en inmensas cajas de cartón para salir en oferta con la luz del sol, ocupó los espacios que, antes que el hormigueante ambulantaje llegara para quedarse, conformaban lo que asombrados visitantes conocieron como la Ciudad de los Palacios.