Petrucciani, artífice que plasmó la belleza mediante el jazz
Pablo Espinosa y agencias n El pianista y compositor francés Michel Petrucciani, de 36 años, falleció este 6 de enero en un hospital de Manhattan, a consecuencia de una repentina pulmonía.
La fragilidad de su cuerpo, arrasada finalmente por el invierno neoyorquino, fue siempre inversamente proporcional a lo colosal de su genio.
``El jazz es la música clásica del siglo XXI y yo me siento muy afortunado de ser uno de sus pequeños intérpretes'', había comentado a este reportero en abril de 1997, cuando en una visita histórica nos regaló cien minutos de aleluyas: un recital a piano solo, el 17 de abril, en el Teatro de Bellas Artes, epifanía que repitió el domingo 20 en el Centro Nacional de las Artes.
Triste noticia, su muerte. El mundo del jazz en particular y la melomanía en general, tienen un crespón sobre el ventrículo derecho e izquierdo respectivamente. En la víspera, como un presagio insospechado, había aparecido en los anaqueles de las novedades discográficas de la ciudad de México la que resulta su grabación póstuma: Both Worlds (Disques Dreyfus), de cuyo librillo reproducimos aquí un par de fotos en secuencia que recordarán aquellos privilegiados que escucharon, hace casi dos abriles, a Michel Petrucciani convertir el silencio en aleluyas cuando su estatura de unos 80 centímetros se encaramó en el taburete del piano, una vez que hubo llegado a él, cargado en brazos, tal y como en brazos de Maese Charles Lloyd (artífice de la carrera artística de Petrucciani) aparece el pequeño gigante en la portada de un disco de acetato que es un tesoro.
Al lado de Lloyd y Petrucciani, otros genios: Palle Danielson y Son Ship Theus. Su Serenísima Bobby McFerrin no aparece en esa foto, que es de la autoría de Dorothy Darr, pero su voz sí, en el disco de marras.
Descomunal producción discográfica
El toque pianístico de Michel Petrucciani es una de las maneras en que la Belleza se manifiesta a los mortales. Varios son sus elementos distintivos: en primer lugar una cierta naturaleza melancólica, nacida intrínseca por su amor a Bill Evans, pero sin el pathos del autor del Waltz for Debbie y en cambio con una vivacidad sólo hallable en tal euforia sobria en, por ejemplo, Herbie Hancock.
La capacidad inventiva del Maestro Petrucciani lo ubica, en tanto, como uno de los grandes melodistas de los últimos lustros. Nunca incurre en miel, así la melopea fluya cual medusa entre miel y leche bajo la lengua del escucha.
La producción discográfica de Petrucciani es descomunal, rebasa la treintena. Debido a una enfermedad congénita -que heredó a su único hijo, que le sobrevive- conocida como osteogénesis, Petruche -así llamado cariñosamente- era un Petroushka encima del piano.
A su cuerpo diminuto solían añadirse, en una época, tacones larguísimos para alcanzar los pedales, artificio que en últimas épocas fue sustituido por un sistema de varillas.
Todos y cada uno de sus discos son oro molido para los oídos.
La conmoción de su muerte repentina alcanzó al poder: el presidente francés, Jacques Chirac, emitió internacionales condolencias, en tanto que el ex ministro de Cultura, Jack Lang, hizo público un proyecto que preparaban él y Petrucciani: abrir una escuela internacional de piano de jazz en la abadía de Ponthevoy, en Loir-et-Cher.
Murió, entonces, preocupado Petrucciani, al ver el exceso de mercachifles en la música y la creciente escasez de intereses genuinamente culturales:
``El jazz se está muriendo'', repetía a últimas fechas Petrucciani. Falleció por lo menos, con él, uno de los grandes artífices de la Belleza puesta, merced al jazz, en piano.