El encuentro que se inicia hoy en San Vicente del Caguán, entre el presidente Andrés Pastrana y los más altos dirigentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), es un hecho sin precedente en la historia colombiana y latinoamericana. Se trata de la primera vez que las máximas autoridades de un Estado aceptan reunirse con la dirigencia de una organización armada opositora no como culminación, sino como paso inicial de lo que aspira a convertirse en un proceso pacificador. Es la primera ocasión que un gobierno renuncia al objetivo prestablecido de derrotar militarmente a una insurgencia y acepta las condiciones de ésta para iniciar los encuentros. Es la primera vez que una reunión previa se lleva a cabo de cara a la más amplia e irrestricta opinión pública nacional e internacional, incluyendo a los premios Nobel Gabriel García Márquez y Rigoberta Menchú.
En suma, nunca se había empeñado tanta y tan clara voluntad política para superar un conflicto armado entre los muchos que ha padecido América Latina.
La audacia del presidente Pastrana debe ser contrastada con los abrumadores factores adversos para la paz en la presente coyuntura de su país.
Por principio de cuentas, la reunión de hoy se inicia en momentos en que se mantiene activa, en múltiples puntos del país, la confrontación armada entre las fuerzas gubernamentales y las insurgentes. Ha de considerarse, asimismo, que las colombianas son las guerrillas más antiguas del hemisferio, con casi cuatro décadas de lucha armada y de contrainsurgencia, que han dejado un saldo terrible de enconos y rencores en la sociedad. Adicionalmente, las iniciativas pacificadoras en Colombia deben remontar un saldo negativo de tres lustros, durante los cuales los diversos procesos de paz se saldaron con el fracaso, el incumplimiento o el exterminio de los desarmados. Un obstáculo más es el conjunto de versiones que describen a las organizaciones guerrilleras colombianas como narcoguerrillas, y que enturbian y distorsionan el escenario del diálogo político que debe tener lugar entre esas organizaciones y las autoridades gubernamentales. Otro elemento importante en este panorama adverso es la proliferación de guardias blancas y grupos paramilitares, que se ha producido en el marco de la descomposición y la violencia en el país sudamericano.
Entre los factores positivos y auspiciosos, además de la voluntad política y la audacia comentadas, sobresalen el respaldo de Washington y de la Unión Europea al encuentro, así como la coordinación y la armonía con la que guerrilleros, militares y policías trabajan para garantizar la seguridad y la logística de la reunión.
Tras este primer encuentro innovador, todo está por decirse, por definirse y por hacerse, empezando por las reglas, los canales y el temario a los que habrá de sujetarse, en el futuro, el proceso negociador.
Cabe hacer votos por que en San Vicente del Caguán empiece a gestarse un proceso de pacificación sólido, que incluya reformas sociales y políticas de fondo, y que las partes sigan ofreciendo a los otros países latinoamericanos ejemplos de civilidad, de visión de Estado, de nación y de futuro.