En 1961 estuve en Cuba, acompañando a mi marido Paco López Cámara quien iba invitado por el gobierno cubano como miembro del Frente de Liberación Nacional fundado por el general Lázaro Cárdenas. ¡Parece mentira, han pasado casi cuatro décadas! Tenía la intención de pasar 15 días en La Habana para reincorporarme luego a mis clases en la Preparatoria 4, albergada entonces en el magnífico edificio de Tolsá, hoy Museo de San Carlos, donde impartía el curso de estética, en realidad un curso de historia del arte para él que yo aprovechaba no sólo las clases de Paco de la Maza, Justino Fernández, Carlos Lazo, Juan del Encina que había tomado en Mascarones -maravilloso edificio colonial, propiedad de la UNAM-, sino también las fotografías de nuestro viaje al Cercano Oriente y Grecia en las que junto a las ruinas aparecíamos siempre Paco y yo, montados en un camello junto a las pirámides de Egipto o el templo de Luksor o recargados en una columna dórica en Delfos o en Atenas.
En aquella época, la Casa de las Américas era dirigida por Haydée Santamaría, antigua guerrillera y compañera de Fidel (quien luego se suicidó) y Roberto Fernández Retamar, ahora responsable vitalicio de la institución, era el director de la revista. Trabajaban allí el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada, famoso por su Radiografía de la pampa; Juan José Arreola, José Luis González, José Revueltas... Por su parte, Joaquín Sánchez Macgregor daba clases de marxismo en la universidad y en el Ministerio de Educación; en la Biblioteca Nacional trabajaba Surya Peniche, su esposa. Conocí también a Edmundo Desnoes, quien ya había escrito sus Memorias del subdesarrollo, y estaba casado entonces con Rosa María Almendros, hermana del que sería más tarde el famoso camarógrafo de cine, Néstor, e hija de José Almendros, educador español anarquista, muy amigo del maestro José Tapia, fundador en el DF de la célebre escuela activa José Bartolomé Cossío. Asistí también a una representación memorable de la obra de teatro de Virgilio Piñera, Electra Garrigó.
Estábamos hospedados en el Habana Libre, hotel que aún guardaba vestigios de la época de Fulgencio Batista, con sus lujosos cabarets, sus shows con bellísimas bailarinas y sus maravillosos mojitos.
Era la segunda vez que visitábamos La Habana, la primera fue en 1958, justamente el día de la gran huelga general antes de la caída de Batista. Veníamos de regreso de Europa, en un barco de carga holandés que abordamos en Amberes y que se detuvo en Lisboa, en las Azores y luego en La Habana, ciudad resplandeciente: nosotros sólo pudimos pasear por el zoológico.
Era yo una simple acompañante que llevaba, además, la misión de visitar a Surya, mi amiga, a quien como regalo inapreciable le llevaba una bolsa de harina Mimsa, un horno milagro y un clásico collar de palta. Recuerdo una visita que hicimos juntas a El Encanto, una enorme tienda a caballo entre El Puerto de Liverpool y Saks Fifth Avenue, donde me compré un traje de verano color salmón y una bolsa de paja de Italia. Y lo recuerdo especialmente porque era una tienda muy grande y de bella arquitectura, pero sobre todo porque unos días más tarde fue volada como preámbulo de la invasión a Bahía de Cochinos. Poco antes acudimos a una recepción en el Palacio de Gobierno, donde saludamos e intercambiamos unas palabras con Fidel, el Che Guevara y Omar Cienfuegos.
Terminadas mis dos semanas, me dirigí al aeropuerto para tomar el avión de regreso a México y justo entonces empezaron los bombardeos. Por primera vez entendí el sentido de la palabra isla y me sentí atrapada: mi hija Alina estaba en México con mis padres y apenas tenía un año y medio. A pesar de todo fue hermosa esa época romántica de la Revolución, con las sesiones en la Casa de las Américas, el paso de los aviones y el ruido de las bombas, resguardados debajo de unas mesas junto con Juan José Arreola, después de largas conversaciones sobre Claudel y Louis Jouvet. Luego, el triunfo y las grandes concentraciones de seres que llenaban las calles durante horas, cuando aún eran vigentes los discursos de Fidel. En la televisión los invasores, antiguos torturadores de la época de la dictadura, se careaban con sus víctimas.
En el Habana Libre, alojamiento de los extranjeros, convivíamos con los chinos, los latinoamericanos, los italianos, los franceses y los rusos. Apenas restablecidos los vuelos regresé a México, había pasado un mes.
Estoy consciente que lo que acabo de contar es apenas un tramado de impresiones personales, un trayecto de mi vida que sin embargo coincide con la historia.