Octavio Rodríguez Araujo
Estrategia de fin de sexenio

Ciertamente el gobierno de Zedillo no ganaría un concurso de popularidad, ni entre los ricos ni entre los pobres. Los ricos, o buena parte de ellos, han depositado en Estados Unidos más de 38 mil millones de dólares; los pobres ven con angustia que sus ingresos, cuando los tienen, se hacen cada vez más pequeños. La desconfianza en el gobierno es creciente y, por lo mismo, el PRI y el PAN, socios del gobierno en su política contra los pobres y contra la clase media, están perdiendo popularidad.

El presidente Zedillo, en una reunión con cónsules y embajadores mexicanos, llamó a sus colaboradores a dar resultados, y cacarearlos, para que la sociedad sepa lo que se está haciendo. El supuesto de esta instrucción al gabinete es que el pueblo de México y los gobiernos extranjeros deben saber lo que se está haciendo, como si no lo supieran. Los mexicanos, incluso los que no leen periódicos, saben lo que está ocurriendo, como lo saben también la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial, el Banco Interamericano para el Desarrollo (BID), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los gobiernos de todos los países que tienen que ver económicamente con el nuestro. La OCDE, por ejemplo, sabe muy bien que el producto interno bruto per cápita descendió a la mitad de 1996 a 1998 (La Jornada, 3/1/99). El Banco Mundial, el BID y el FMI desde hace meses han venido diciendo lo mismo, y el BID, específicamente, ha insistido en que las desigualdades sociales y económicas, así como el crecimiento del número de pobres, no favorecen ninguna política de desarrollo ni dan confianza a los inversionistas productivos que podrían estar interesados en arriesgar su dinero en México.

El PAN y el PRI, por su parte, han emprendido una millonaria campaña de justificación, que nadie cree, por haber defendido a los bancos al mismo tiempo que le dan la espalda al pueblo, vía presupuesto aprobado al vapor, en sus demandas por vivir mejor o, al menos, por no vivir peor. ¿Pensarán los dirigentes del PRI y del PAN que pagando desplegados de prensa y tiempo en radio y televisión contrarrestarán lo que cualquier persona que va al mercado sabe sobre su ingreso? ¿Pensarán los dirigentes priístas y panistas que la gente no se da cuenta de la campaña de deterioro (y sabotaje) dirigida contra el gobierno del Distrito Federal, con las previsibles consecuencias para la población? ¿Pensarán el gobierno y sus apoyos partidarios en y fuera del Congreso de la Unión que la gente no está enterada de la guerra de exterminio contra los indios de Chiapas, especialmente contra los simpatizantes del EZLN?

El presidente Zedillo ha enfatizado que su estrategia de fin de sexenio (información sobre lo que se hace) no es para hacer más popular al gobierno. ¿Para qué es entonces? ¿Por qué no dio las mismas instrucciones a su gabinete desde el principio de su gobierno? ¿Por qué ahora se habla, al final del sexenio y en el año preelectoral, de rendir cuentas a la sociedad para que ésta sepa lo que se está haciendo y de los resultados que se obtienen, si no es para ganar popularidad con vistas a la sucesión presidencial?

La tríada gobierno, PRI y PAN, la santa alianza a favor de la continuidad del neoliberalismo, se ha manifestado con claridad en la estrategia militarista y de impunidad en Chiapas, en el asunto Fobaproa, en la aprobación del presupuesto federal para 1999, en la liberación de precios, en el desmantelamiento de Conasupo, en las privatizaciones, en el empleo y los salarios, en los ataques al gobierno del Distrito Federal y en muchos otros aspectos de menor relevancia. Y aunque los mexicanos, ricos, pobres y muy pobres ya sabemos cuál es la realidad y a quién beneficia la política de esta santa alianza, no debemos subestimar la fuerza conjunta del gobierno, el PRI y el PAN, ni el impacto de sus recursos propagandísticos. En esta hora de México lo que está en juego es la continuidad, representada por la santa alianza, o el cambio, representado, lamentablemente, por fuerzas que no han sabido unirse ni coordinarse.