BALANCE INTERNACIONAL Ť Eduardo Loría
La edad de la ignorancia

Sin duda alguna, vivimos una época plagada de paradojas, pero también de incertidumbres. A la vez que el conocimiento contemporáneo ha superado con creces las barreras que le confería el saber premoderno, ahora nos enfrentamos a una verdadera edad de la ignorancia.

Al respecto, tan sólo podríamos mencionar el desconocimiento existente frente al cambio de siglo -que no es otra cosa que un convencionalismo de medición- sobre los posibles problemas computacionales y las graves consecuencias que podrían generarse en todos los aspectos de la vida contemporánea. Algunos países desarrollados, simplemente, han decidido instaurar estados de emergencia antes y después del 31 de diciembre de 1999, como una forma de prevención de lo imprevisible.

Pero la incertidumbre e ignorancia que reinan en materia económica no son menores. Si bien en las últimas dos décadas el discurso principal en la ciencia económica ha estado en favor de que los mercados asignen todos los recursos, en gran medida esa política ha sido la causa principal de la incertidumbre e ineficiencia de la política económica de los tiempos actuales.

Como ejemplo trágico se encuentran las ex repúblicas soviéticas, en las cuales si bien existen todo tipo de mercados, su realidad económica ha empeorado dramáticamente y en un lapso muy breve. Tan sólo basta con señalar que entre 1985 y 1995 han reportado tasas de decrecimiento económico anuales verdaderamente impresionantes: Georgia (-18.1 por ciento), Rusia (-14.1), Lituania (-13), Tajikistán y Azerbaiján (-12.7) y Ucrania (-12).

Estos datos ayudan a entender la gravedad de la situación por la que transitan, pero lo más dramático es que nadie, bien a bien, sabe hasta dónde puede llegar la profundidad de la crisis financiera en Rusia, ni siquiera el monto necesario para contener los efectos de difusión al resto del mundo. El rescate financiero que este país requiere durante 1999, tan sólo para atender problemas de caja de corto plazo, es inmenso.

La nueva moneda europea que hace su entrada triunfal, a la vez que genera ciertos elementos de certidumbre en las decisiones económicas, también se vuelve un gran factor de incertidumbre y preocupación. Por un lado, es obvio que ahora no podrán haber devaluaciones sorpresivas o compensatorias de los países miembros de la unión monetaria. Sin embargo, las consecuencias que traerá en materia de competencia capitalista y de flexibilización de los mercados laborales son totalmente impredecibles. No se sabe si los cambios en las relaciones laborales realmente serán en beneficio de los trabajadores (en la medida que baje la tasa de desempleo) o si aumentará la precarización. Por otro lado, la preocupación ahora se vierte en cuanto a los frenos y contrapesos del nuevo sistema monetario mundial, que de hecho se gesta desde ahora, donde el patrón dólar se verá afectado de una manera todavía no prevista.

Cada vez más analistas abogan por la conveniencia de avanzar lo más rápido posible hacia una integración plena de Norteamérica, que en el caso concreto sería pasar ya a la creación de la moneda única. ¿Hasta dónde el euro será un factor de peso para tal propósito? ¿Cuáles serán los efectos de esta integración monetaria en la evolución del TLC?

¿Cuál será la evolución real de la iniciativa de las Américas frente a esos dos fenómenos de trascendencia regional? La verdad es que tampoco lo sabemos. Mientras tanto, las altas autoridades nacionales e internacionales se dedican a gobernar con menos instrumentos de política y tan sólo sobre el plazo más inmediato. Lo que sí sabemos es que se ha perdido el sentido de direccionalidad y de largo plazo.