La Jornada sábado 9 de enero de 1999

Miguel Concha
In memoriam

El jueves pasado falleció de cáncer monseñor Bartolomé Carrasco Briseño, ilustre pastor y profeta mexicano, humilde y sencillo, que sobresalió en el seno de la Iglesia por muchas cosas, pero sobre todo por haber sido en la práctica y en la teoría defensor fiel de la opción evangélica por los pobres y, en consecuencia, junto con otros de sus hermanos obispos del continente, promotor incansable de la dignidad de nuestras comunidades y pueblos indios, de su identidad cultural y de sus derechos humanos individuales y colectivos. Muchos recordaremos siempre en toda América Latina su actitud y sus intervenciones lúcidas y auténticas, preparadas cuidadosamente de antemano en la oración y el estudio, como presidente de la comisión sobre la opción preferencial por los pobres de la tercera Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla en enero de 1979; como miembro y presidente de la Región Pastoral Pacífico Sur del Episcopado Mexicano, cuyo magisterio honra a los obispos del país, y como quinto Arzobispo de Oaxaca, solidario de sus sufridas diócesis sufragáneas, particularmente las de Tehuantepec y San Cristóbal. Por todo ello don Bartolomé, ``nuestro metropolita'', como cariñosamente le decíamos, deja una huella imborrable en el pueblo pobre mexicano, sobre todo en el sureste, que lo supo reconocer y apreciar como su confidente y mediador imparcial. Fue por eso que lo propuso con toda convicción como miembro de la Comisión de Seguimiento y Verificación para la Paz en Chiapas, a la que inútilmente se consagró con esperanza, a pesar de su edad y achaques, y lo hizo intervenir ante las autoridades en muchos conflictos y problemas locales. Son muchos los que pueden dar fe de su firmeza, de su prudencia, de su generosidad, de su pobreza, de su humildad, de su genuino amor por el pueblo y, en medio de incomprensiones y de calumnias, de su entrañable amor a la Iglesia.

En un libro que con el concurso de la Fundación para el Apoyo de la Comunidad se publicó en 1993 con ocasión de su 17 aniversario como arzobispo de Oaxaca, que oportunamente recoge 40 de sus principales homilías, sermones, mensajes y discursos, y que precisamente lleva por título el de Amo a la Iglesia, los presbíteros Ignacio Cervantes, Alberto Pacheco y Juan Manuel Ortiz, entonces respectivamente provicario general, vicario episcopal para la pastoral y secretario canciller de la arquidiócesis, dicen con acierto en la presentación que don Bartolomé fue un pastor y profeta atento y fiel a su pueblo, fiel igualmente al Evangelio y al magisterio de la Iglesia, y por ello fiel a la causa de los pobres, propuesta por el Evangelio y el magisterio de la Iglesia.

``Don Bartolomé nos ha enseñado -dicen- a no atropellar a nadie. Nos ha dado ejemplo de esfuerzo permanente por comprender la situación real de las personas y de los pueblos, y desde allí plantear, en diálogo y colaboración con los hombres y mujeres concretos, como sujetos, las acciones a realizar. Al lado de él y junto con él hemos aprendido a escuchar las interpretaciones del Señor, que vienen de la realidad de los pobres.

``En la pastoral diocesana -finalizan-, la pastoral social es parte esencial de la evangelización integral. Son inseparables. Si hay evangelización, hay transformación de la vida del hombre, de su ambiente y de sus relaciones. Todo el hombre y todos los hombres tienen necesidad de promoción, pero socialmente hablando son los pobres, los campesinos y los indígenas quienes con mayor urgencia la requieren''.

No quiero por ello terminar este pequeño homenaje a Don Bartolomé, ejemplo de obispo contemporáneo, sin mencionar sus propias palabras, pronunciadas en 1990, con ocasión del plenario eclesial de la Arquidiócesis de Oaxaca: ``El Papa ha dicho en Vidigal que toda la Iglesia debe ser la Iglesia de los pobres. Unos porque lo son, y si bien deben procurar superar sus carencias socioeconómicas con esforzado ahínco, deben ser conscientes de la riqueza que poseen en su apertura a Dios y disponibilidad a acoger la palabra y comunicarla a los demás. Quienes tienen mayores bienes de fortuna, también deben ser Iglesia de los pobres, tanto porque es la primera bienaventuranza y por tanto es condición para entrar en el reino de los cielos, como también porque los bienes justamente adquiridos tienen un destino universal y, por tanto, nadie es dueño absoluto de dichos bienes, sobre los que grava una hipoteca social. Deben por tanto ser solidariamente compartidos por todos''.