La Jornada sábado 9 de enero de 1999

Adelfo Regino Montes
Don Bartolomé: surco de la esperanza

Don Bartolomé Carrasco Briseño, ``surco de la esperanza'', hombre profundamente humano y profeta, cristiano consecuente, sacerdote apóstol, predicador de la justicia, prelado hermano para todos y arzobispo emérito de Oaxaca, ha dejado de existir materialmente en el Santuario de Guadalupe de Oaxaca, con 81 años de vida intensa.

Huérfano desde niño, escuchó desde muy joven el llamado de Dios para el ministerio sacerdotal, y desde aquellos años iniciales se desenvolvió teológicamente hasta su ordenación sacerdotal, el 31 de marzo de 1945, en la Basílica de San Juan de Letrán. Más tarde desempeñaría diversos cargos dentro de la jerarquía católica, tanto en Roma como en México, hasta ser nombrado obispo de Huejutla el 17 de diciembre de 1963. Ocupó los mismos cargos en Claterna, Tapachula, y finalmente en el arzobispado de Oaxaca, el 1¼ de agosto de 1976.

Inspirado en los signos y las reflexiones de las conferencias generales episcopales latinoamericanas celebradas en nuestra América, su tarea profética adquirió una inclinación especial hacia los marginados, los excluidos, los indígenas y los más pobres de estas tierras. Desde esa perspectiva entabló una intensa labor por conocer la realidad de los pueblos y comunidades a quienes servía. Una situación en la que la pobreza extrema, la marginación radical, la agricultura de subsistencia, la expulsión alta de mano de obra barata, la discriminación profunda, la violencia social e institucional, la injusticia como destino de los olvidados, la siembra y tráfico de drogas, la explotación depredadora de los recursos naturales, la falta de trabajo y los salarios de miseria, y la destrucción sistemática de la vida colectiva han sido las vivencias y los dolores más agudos de la gente común.

Semejante a la enseñanza de Sun Tzu, consideró entonces que la comprensión de esa realidad de las personas y los pueblos, podría ser el punto de partida para plantear desde ahí posibles alternativas y soluciones, mediante un diálogo profundo y una mutua colaboración. Que la pobreza estructural y los males que padecemos -tanto en el ámbito material y espiritual- sólo podrían ser resueltos considerando la dimensión humana e histórica de las personas y las colectividades.

Desde esa realidad, don Bartolomé afirmó que el respeto a la vida es lo más sagrado que puede existir en este mundo. Que conforme a la esperanza del Concilio Vaticano II, el pueblo -en tanto Iglesia de Dios- no podía se agredido ni atropellado por nadie, y que el perdón y la reconciliación cabían hacia todos, incluso hacia quienes hubiesen ofendido y trastocado la dignidad humana. Por eso insistió en la ``importancia de una evangelización integral como base de todo compromiso cristiano con la transformación de la realidad''. Así, cuando se le preguntó sobre la fundamentación teológica de su acción pastoral en la arquidiócesis de Oaxaca afirmó tajante: ``No tengo otra respuesta que el evangelio liberador de nuestro señor Jesucristo; evangelio leído eclesialmente bajo la guía del magisterio ordinario y extraordinario, vivenciado en las realidades históricas y culturales de nuestro pueblo''.

Y desde esa perspectiva, don Bartolomé -junto con Samuel Ruiz, Arturo Lona y otros pastores de la Iglesia católica- expuso y animó la opción preferencial por los pobres como lo proponen el evangelio y los documentos de las conferencias episcopales latinoamericanas, en especial las reflexiones y conclusiones vertidas en Pueblo (1979).

Todo lo anterior desde una visión incluyente y plural, y comprometida con todos los fieles. Desde esa perspectiva, dio orientaciones proféticas sobre los principales problemas sociales que han agobiado durante años el sureste mexicano. Así lo vimos florecer en trabajos de desarrollo comunitario, en acciones de conciliación para la solución de problemas por límites de tierras, en labores de concientización general del pueblo, en tareas relacionadas con la promoción y defensa de los derechos humanos y en actividades que han profundizado la dignidad de las personas y pueblos.

La lección de don Bartolomé es memorable por la búsqueda de la encarnación del evangelio en la vida y cultura concreta de la gente: sobre todo en un lugar, donde la diversidad ética no es únicamente un signo discursivo, sino vivencial y constante. Sólo así, la inculturación del evangelio ha empezado a profundizarse en Oaxaca, poniendo en práctica lo que en Santo Domingo se acordó globalmente durante la conferencia de 1992. Con ello transformó radicalmente el quehacer pastoral-social en Oaxaca, dándole un rostro corazón verdaderamente humanos.

A 14 días de la venida de Juan Pablo II a nuestro país, don Bartolomé nos deja un patrimonio enorme por haber compatibilizado en el discurso y en los hechos la ``fe y al realidad'', cosa poco común en estos tiempos, dado que el abismo entre nuestras creencias y nuestros hechos son polos extremos, tal como lo había dicho un indígena maya en la última visita del Papa a México.