En su novela Los hijos de la medianoche Salman Rushdie practica, en el episodio del doctor Aziz y de la señorita Nassem Ghani, una suerte de disección del proceso de enamoramiento. El médico regresaba a su pueblo en India con la intención de practicar la medicina que había estudiado en Europa. El terrateniente al enterarse de la llegada de ese hombre talentoso, basado en la idea de que ese galeno era lo menos flaco de la caballada, decidió que su hija, Ghani, tenía que casarse con aquél y para lograr ese noble objetivo urdió un plan.
Para empezar, la señorita Ghani fue declarada enferma permanente; diario tenía un achaque que era aliviado por el doctor Aziz. Como se trataba de una mujer pudorosa y ese pudor estaba acentuado por su estatus de hija del mandamás del pueblo, el menos flaco de los caballos se veía obligado a revisar la zona afectada con un instrumento que le impuso el mandamás: una sábana agujereada.
Cuando el dolor estaba localizado, por ejemplo, en la rodilla, la señorita asomaba exclusivamente la rodilla por el agujero de la sábana. Con este sistema fue recorriendo, a partir de enfermedades más o menos reales, todas las partes visibles de su cuerpo. Meses más tarde, cuando las partes de la señorita vistas por el agujero se habían convertido en una obsesión, el terrateniente decidió establecer la parte final de su estrategia; enfermó a su hija de un pecho, que brotó por el agujero igual que había ido brotando todo el cuerpo.
Días más tarde, como punto final que era en realidad el punto de inicio, la señorita se enfermó de la cara. La estrategia dio resultado, el médico, enamorado de los pedazos de aquella mujer, no tuvo más remedio que declararse enamorado de la mujer completa y casarse con ella.
Hace unos días en casa de Carmen Boullosa y Alejandro Aura, conocí al autor de esta disección del proceso de enamoramiento. Platicaba amablemente con lo invitados, daba la impresión de que esa noche recordaba poco, o quizá nada, al doctor Aziz y a la señorita Ghani; se le veía más entusiasmado con la casa refugio para escritores perseguidos que se inauguraría al día siguiente. Yo tenía la inquietud de hacer un paréntesis para que nos hablara de ese proceso de enamoramiento, pero él contaba y contaba cosas. Claro que los escritores perseguidos son un asunto importante y la casa refugio es un proyecto espléndido, pero también enamorarse y desenamorarse puede ser lo más importante del mundo.
Contó, por ejemplo, que acababan de hacerle una entrevista en televisión, hacía unas horas, y que entre todos los que trabajaban en ese programa no habían podido juntar ejemplares de sus libros; entonces él había tenido que ir, antes del programa, a adquirir algunos. No es difícil imaginar la cara de sorpresa del empleado que lo atendió, supongo que no todos los días llega Salman Rushdie a una librería de Coyoacán a preguntar por libros de Salman Rushdie; o a lo mejor el empleado ni reconoció al barbón que le preguntaba por los libros y la sorpresa ni tuvo motivos para llegar a su cara.
El barbón contaba esto, cuando alguien preguntó que si íbamos a ver la entrevista que acababan de hacerle y que estaba a punto de empezar. Un televisor recién instalado en un extremo de la sala transmitía las primeras imágenes en plano americano del escritor. La mitad de la fiesta, con Rushdie incluido, optamos por no verla, pero conforme avanzaban la noche y la entrevista, el televisor fue ganando adeptos y demostrándonos a todos que sigue siendo un instrumento de proporciones diabólicas: llegó el momento en que Salman Rushdie estaba solo, porque todos sus admiradores admiraban su imagen en la televisión, así que, sin pensárselo mucho, optó por integrarse, acaso disfrutando de la experiencia bizarra de admirarse a sí mismo en grupo.
La fiesta terminó como todas las fiestas, se fue vaciando por episodios; Rushdie salió en el episodio central acompañado por su familia. Me quedé con la inquietud de proponerle un proceso de desenamoramiento, que sería básicamente la experiencia del doctor Aziz con la señorita Ghani aplicada en sentido contrario: se trata de empezar frente a la amada desnuda y poco a poco, a lo largo de meses de esfuerzo, ir tapándole partes hasta que logremos olvidarla.