La vida de Jesús, primer largometraje del francés Bruno Dumont, de 43 años, transcurre al norte de Francia, en Bailleul, ciudad natal del realizador. El título desconcierta, pues no se relaciona directamente con ningún personaje de la cinta, mucho menos con el central, un joven epiléptico llamado Freddy (David Douche), proletario, desempleado, que mata el tiempo en su motoneta a lado de sus compañeros de barrio, hostigando a inmigrantes árabes o humillando sexualmente a una joven. Escenas de tedio rural y de racismo ordinario. ¿Por qué entonces el título?
En un inicio, Dumont quiso realizar una aproximación a la figura de un Cristo proletario, al estilo de alguna película de Pasolini, con muchachos de la calle, como Accatone o Mamma Roma, pero también ofrecer una relectura fílmica, muy libre, del clásico de Ernest Renan, Vida de Jesús (1863). Señala el director: ``Me gusta el humanismo que se expresa en el cristianismo, su poesía. Es lo que quise aislar en la cinta.'' Ante las evidentes dificultades del proyecto, Bruno Dumont eligió finalmente una parábola de la piedad situada en nuestra época, en un medio rural, con actores no profesionales, los mismos habitantes del lugar proyectando algo de su experiencia cotidiana, agudizando sus vivencias en escenas como la del hospital, donde los amigos de Freddy visitan a Clocló, hermano de uno de ellos, enfermo de sida.
En esta crónica casi documental de la vida de Bailleul y sus habitantes sorprende el realismo de Dumont, su manera seca, brutal, de presentar el acto sexual (Freddy y su novia en el campo, sobre la hierba), como una faena rural apenas distinta de las demás, a la vez natural y mecánica, despojada totalmente de lirismo. Es una escena explícita y rápida, como el registro del apareamiento de dos animales, un acto ajeno a toda noción de culpa. En La vida de Jesús los personajes hablan poco, son a menudo parcos, cuando no violentos, pero el espectador vacila entre la repugnancia que le provocan sus bromas racistas, y la ternura y simpatía que ocasionalmente muestran, a pesar suyo, estos parias. Lo que Dumont señala con pertinencia es la creciente trivialización de la violencia verbal y física. Los jóvenes de la cinta agreden, no por convicción ideológica, sino para divertirse, por distracción e indolencia, para matar el tiempo, y éste es, según Dumont, el tipo más común de violencia juvenil en las sociedades industriales. Como lo señala el cineasta austriaco Michael Haneke en su notable Juegos divertidos (Funny games), esta violencia no sólo la practican los jóvenes socialmente desfavorecidos, sino también los burgueses hijos de familia. El denominador común es el acto gratuito, la irracionalidad del gesto agresivo.
A partir de este señalamiento, Dumont explora en los rostros y el lenguaje corporal, más que en las palabras, la complejidad emocional de sus personajes: el tránsito de la crueldad a la solidaridad afectiva, la fanfarronería del juego de lanzar la motocicleta contra cualquier otro vehículo en la carretera, la frustración e impotencia que se apoderan de Freddy al descubrir en su compañera la deslealtad sentimental. Al tiempo que muestra la trivialización de la violencia en los medios audiovisuales, el director expone el racismo que se desencadena con cualquier pretexto, por la pérdida del empleo, por ejemplo, o por una infidelidad amorosa, situaciones que requieren de la presencia de un culpable providencial, de un inmigrante molesto, del chivo expiatorio para todas las ocasiones.
Otros realizadores franceses han evocado situaciones similares, pero casi siempre en el marco de una ciudad importante que añade su color local a la violencia descrita: André Techiné en Los inocentes, Cyril Collard en Noches salvajes, Matthieu Kassovitz en El odio, o Karim Dridi en Bye Bye. Lo que Dumont ofrece elocuentemente en La vida de Jesús es una imagen de la aridez afectiva a través de la desolación del paisaje. Es el retrato de un grupo de jóvenes errantes en un pueblo casi fantasma, en la región industrial del norte de Francia, en el territorio sin relieve que se prolonga hacia las tierras de Flandes, indolentemente, sin sorpresas, como sus propias vidas, constantemente en duelo por la muerte por sida de un camarada, o por la increíble monotonía de todo lo que los rodea.
Estos personajes naufragan hacia un episodio de nota roja, violento desenlace de una historia en la que alternan el impulso racista, el rencor social, y un vacilante anhelo de salvación y gracia cristianas. A propósito de los jóvenes que muestra en su cinta, Dumont señala: ``Son espectadores de un mundo sobre el que no tienen ninguna influencia. Esta impotencia provoca, psicológicamente, desorientación y daños inmensos''. La vida de Jesús es un comentario ácido, increíblemente generoso, sobre esa apatía y ese desencanto. Una de las mejores cintas del pasado Foro Internacional de la Cineteca.
Hace dos días se exhibió por el canal once, y actualmente se proyecta en dos salas comerciales y en la Cineteca.