Arnaldo Córdova
El bumerang
La villanía que priístas y panistas urdieron para, según eso, ``castigar'' al PRD por no haber intervenido en la solución de los problemas del Fobaproa y del presupuesto federal, al reducir el tope de endeudamiento del gobierno del DF de 7 mil 500 millones de pesos a tan sólo mil 700 millones, fue también una estupidez que no tiene absolutamente ningún sentido. Parece increíble que ninguno de ellos, priístas y panistas, pudiera darse cuenta del descrédito que su decisión les podía acarrear. Sobre todo, resulta inexplicable que no pudieran darse cuenta a tiempo de la formidable arma que estaban poniendo en manos de Cuauhtémoc Cárdenas.
Cárdenas, ni tardo ni perezoso, la tomó y la revirtió de inmediato a sus enemigos. Al día siguiente de que se tomó la decisión, muchos capitalinos estaban ya maldiciendo el día en que nacieron, sabedores de lo que significaba la tal decisión. El gobierno capitalino hizo saber de inmediato no sólo la enorme cantidad de obras públicas que resultan vitales y que debían parar, sino que reveló (y no sé por qué no lo hizo antes) que el tope de endeudamiento propuesto iba a servir únicamente para cubrir la deuda heredada del gobierno de Oscar Espinosa Villarreal.
La propuesta se la hizo al presidente Zedillo el gobierno del DF desde hacia varios meses y el primer mandatario no hizo ninguna observación. Los priístas y los panistas argumentaron que el gobierno defeño había incurrido en un subejercicio de su presupuesto anterior que jamás había justificado y, al no informar adecuadamente del gasto que se proponía ejercer, no se le podía autorizar el monto de endeudamiento que solicitaba. Quien debió haber respondido no era el gobierno de la capital, sino el presidente de la República que había incluido en su presupuesto la demanda.
Todo eso lo hizo notar Cárdenas y agregó que, visto que él no está obligado a acudir al Congreso (al igual que todos los gobernadores de las demás entidades federales) para justificar un presupuesto que no es el suyo sino el de la Presidencia de la República, invitó a los señores diputados a que pasaran a sus oficinas para mostrarles toda la información que ellos solicitaban. La rabiosa reacción de los priístas y de los panistas en la Cámara de Diputados no sólo fue desproporcionada y totalmente fuera de lugar; fue una idiotez absolutamente incomprensible.
Pero eso no fue todo, por supuesto. Los diputados priístas y panistas tuvieron, además, el descaro de chantajear a los diputados perredistas al proponerles, a la luz del día, que pasarían su tope de endeudamiento si votaban a favor del presupuesto. Los perredistas, incluido Cárdenas, se habrían pasado de tontos si hubieran aceptado ese escandaloso chantaje. La torpeza de los priístas y de los panistas no tuvo límites y llegó, también, a la indignidad de excluir al DF de las participaciones a Municipios que siempre se le habían concedido. El castigo era total.
¿Cómo puede ser posible que los priístas y los panistas no se dieran cuenta de que estaban dándole a Cárdenas y al PRD una excelente coartada para justificar cualquier falla que pudiera ocurrir en el gobierno de la gran ciudad? Si al régimen perredista no se le dan los medios para que pueda llevar a cabo sus planes de trabajo, ¿quién podrá esperar que se le exijan cuentas sobre su gestión? La popularidad de Cuauhtémoc Cárdenas, que va en ascenso constante, a pesar de todos sus detractores, ahora se verá aumentada por un acto absurdo de represión que no se puede justificar bajo ningún parámetro.
Al parecer, los priístas se dieron cuenta de la tontería que cometieron y convocaron a los perredistas a que renegociran el punto, para resolverse, tal vez, en un nuevo periodo extraordinario de sesiones del Congreso. Los perredistas asintieron y lograron que el monto del endeudamiento subiera a los 5 mil 500 millones de pesos. Eso ya estaba mejor, pero Cárdenas, con toda la razón del mundo, no lo aceptó. De nueva cuenta, en su calidad de jefe del gobierno de la capital, envió a la Comisión Permanente una muy comedida carta por medio de la cual invitaba a los diputados a que pasaran a sus oficinas para darles toda la información que le requerían para justificar el tope.
La reacción de los priístas no podía ser más estúpida. El coordinador de su fracción en la Cámara, el diputado Arturo Núñez, declaró de inmediato que su partido ya no estaba de acuerdo en aumentar el tope como él mismo había cabildeado con el PRD, molesto, según dijo, por el tono de la misiva de Cárdenas. Francamente, resulta indignante. Cualquiera que sea el juego que estén siguiendo, los priístas parecen no darse cuenta de las tremendas metidas de pata que han venido dando en este asunto. Y no debería extrañarles que Cárdenas se mantenga firme y gane en prestigio y en fuerza si se niega, como debe hacerlo, a esta clase de chantajes.