Carlos Martínez García
¿Qué tan católico es el pueblo mexicano?

Para muchos, la respuesta a la pregunta que encabeza esta colaboración es obvia: la inmensa mayoría de los mexicanos son católicos y parece un destino incuestionable que seguirán siéndolo. El cuadro cambia cuando analizamos el tipo de catolicismo que profesan y el crecimiento de otras confesiones que hasta hace dos décadas parecían sólo atraer hacia su seno a pequeños grupos de militantes en busca de expresiones religiosas exóticas.

Según el Censo de 1990, en nuestro país 89 por ciento de la población se reconoció como católica. El restante 11 por ciento se repartió entre evangélicos/protestantes, judíos, otros y ninguna religión. Por diversas razones, creo que la cifra de no católicos (particularmente los adeptos a la amplia gama que constituye el evangelicalismo mexicano) quedó subrepresentada en el ejercicio estadístico de hace casi una década. Si en la actualidad damos por buena la estimación que en agosto pasado hizo el obispo de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, quien declaró que para el 2000 serían protestantes 30 por ciento de los mexicanos, estamos ante un crecimiento espectacular de los credos cristianos que no reconocen la primacía del pontífice romano en asuntos de fe. Si en lo cuantitativo el retroceso del catolicismo es constante en nuestro país -justamente lo contrario acontece con los grupos más dinámicos como los pentecostales-, la erosión es mayor en el terreno cualitativo. Es decir, la mayoría en México es católica, pero su catolicismo dista mucho del que los jerarcas definen como fiel a las enseñanzas oficiales del Vaticano en asuntos éticos.

Datos desprendidos de varios estudios de opinión pública en los años recientes revelan que la divergencia ética de los católicos mexicanos con respecto a las opiniones de su Iglesia es contrastante. Durante los meses en que se discutía la salinista modernización de las relaciones Estado-Iglesia(s), 63 por ciento de la ciudadanía consideró que Benito Juárez hizo bien al romper con Roma (el porcentaje se incrementó a 77 por ciento entre la población con mayor escolaridad y clasificada como de altos ingresos). En el mismo estudio se aportaron otras pistas: 72 por ciento de los encuestado(a)s se manifestó en contra de la participación política del clero. La mitad de los católicos se declaró por la continuación del celibato para los sacerdotes. Más de 60 por ciento de personas con ingresos medios rechazó la participación de la Iglesia en la educación de los niños y 75 por ciento de los jóvenes fue contrario a la postura eclesiástica de censurar las campañas informativas sobre cómo prevenir el sida. A diferencia de la intolerancia clerical que considera a otras creencias religiosas como advenedizas e indeseables en nuestro país, 45 por ciento de los mayores y 65 por ciento de los jóvenes se declararon a favor de la aceptación de todas las religiones en la vida social de la nación mexicana (Este país, junio de 1991).

Pero si los anteriores datos fueran considerados caducos -yo creo que la divergencia entonces revelada se ha acrecentado-, otros más recientes apuntan hacia la consolidación de la dirección señalada hace ocho años. Consigno cifras levantadas en el segundo semestre del año pasado. Son católicas 90 por ciento de la mujeres que abortan en México; 60 por ciento de los católicos del mundo apoyan la legalización del aborto por cuestiones de salud, económicas o por decisión de la mujer. En el DF, apenas 18 por ciento de quienes se identificaron como católicos revelan que la divergencia ética de los católicos mexicanos con respecto a las opiniones de su Iglesia es contrastante.

Pudiéramos seguir con más números, pero con los citados creemos que hay base suficiente para afirmar que el catolicismo del pueblo mexicano es sui generis, distante de la inculturación a que ha llamado Juan Pablo II a su grey en distintos documentos y proclamas pastorales.

Lo hasta aquí escrito muestra que, en términos religiosos, el país sigue diversificándose. Es un error otorgarle a la alta jerarquía católica un capital simbólico del que en realidad carece. Los pareceres de los obispos, arzobispos y cardenales mexicanos distan mucho de representar a cabalidad los puntos de vista de sus feligreses. El fervor multitudinario que veremos en la próxima visita de Karol Wojtyla no debe llevar a concluir mecánicamente que esas manifestaciones son sinónimo de catolicidad integral. La identidad católica de la gran mayoría de los mexicanos está escindida: dicen ser una cosa y actúan como si no lo fueran.