José Antonio Rojas Nieto
Retos frente a una economía en crisis

A pesar de que, efectivamente, como señaló el jueves pasado en La Jornada el principal estratega de la firma Morgan Stanley, Barton Biggs, la economía estadunidense no supera aún los riesgos recesivos, esa posibilidad parece cada vez más lejana si -como lo sugieren algunas acciones clave en ámbito económico internacional- junto con el resto de economías industrializadas, reconocen que hoy las acciones especulativas pueden resultar más dañinas que beneficiosas.

Incluso en la lógica de la valorización de los capitales individuales, marcadamente rentistas y parasitarios, que justamente por ello no alientan, de nuevo, la sobrevaluación del mercado de valores y se obliga a generar condiciones para la reapertura de una nueva fase de recuperación y crecimiento de la economía mundial en su conjunto.

El prolongado proceso de sobrevaluación de las bolsas de valores que se registró en el mundo durante más de 18 meses (de mediados de 1997 al tercer trimestre de 1998); la consecuente y simultánea caída violenta de prácticamente todas ellas el 10 de septiembre pasado; la agudización de la retracción productiva de los últimos cuatro meses; y, entre otras cosas, la profunda inestabilidad financiera, cambiaria y bursátil, constituyen elementos clave para comprender que, efectivamente, pese a que la caída de septiembre y semanas sucesivas, se operó ya un primer ajuste, aunque permanecen algunos rasgos e inercias de ese nocivo y pernicioso proceso de sobrevaluación cambiaria que ha obligado a ajustes parciales diferenciados en las economías nacionales, y que en algunos casos, como Estados Unidos, Japón, Argentina, Brasil, Chile, Venezuela y el mismo México sin duda, aún no terminan.

Pero como estos ajustes fueron precedidos por un descenso continuo de los precios de las materias primas -el petróleo entre ellas-, la posibilidad de trascender esos terribles riesgos de estancamiento y recesión mundial y arribar a una nueva fase de recuperación de la economía, exige algo más que el ordenamiento bursátil.

Se requiere no sólo la reactivación virtuosa de los procesos financieros en los países industrializados, o la baja en las tasas de interés en Estados Unidos y en la Unión Europea, o la restructuración bancaria que en Japón tratan de promover; sino también la recuperación de la solvencia y los flujos financieros en los países en desarrollo, justamente para que -como lo ejemplifica el caso de México- se abatan los déficits comerciales, se cuente con fondos frescos para recomenzar un ciclo productivo virtuoso que permita el reforzamiento tecnológico e industrial, y la apertura de esa anhelada nueva fase de crecimiento y recuperación.

El fortalecimiento de los mercados internos es clave en este proceso; éste comienza con la recuperación de la inversión, pública y privada, nacional y extranjera; sigue con el fortalecimiento de la fuerza de trabajo en todos los órdenes: salarial, técnico, educativo y cultural. Se trata de elementos indisociables para el aliento de la productividad social del trabajo, condición esencial de todo proceso virtuoso y real de recuperación.

Pero también resulta imprescindible el destierro de la especulación y el rentismo en los procesos financieros, por lo que se torna urgente el control y la regulación de ellos, dado que corroen radicalmente las economías, como lo muestra la experiencia reciente.

Finalmente, pero no menos importante, resulta imprescindible la consolidación tributaria del Estado, lo que supone el fortalecimiento de su legitimidad, sobre la base de su democratización creciente.

Así, es indudable que en el marco de una crisis internacional cuya resultante más inmediata está por definirse, hay perspectivas de una recuperación económica nacional, aunque para ello resulta obligado una rectificación de la estrategia económica, no su reiteración terca.

Dicha rectificación debe comenzar con un balance crítico de lo que éste y los dos gobiernos anteriores han impulsado, pues el ineludible reto de la redefinición de las formas de integración a una economía mundial crecientemente internacionalizada; se ha enfrentado en lo fundamental y de forma perniciosa, a más de doce años de reorganización y modernización autoritaria, que no ha permitido -como se aseguró desde el principio y se sigue asegurando hoy -la recuperación progresiva e irreversible de la sociedad. Esto es, de los asalariados del campo y de la ciudad; de los técnicos y profesionistas; de los jubilados y cesados; de las familias y las empresas.

Es tiempo, entonces, de hacer ese balance crítico y, en estos momentos, aprovechar las acciones correctivas que se desplieguen en el ámbito mundial para superar la crisis internacional, en provecho de una recuperación nacional.

No se trata de abrir un programa de regresión al pasado populista de proteccionismo a ultranza, de recuperación del empleo, del salario y del crecimiento económico sobre bases ficticias, como pudieran ser la ampliación incontrolada del déficit fiscal; el desequilibrio permanente de la balanza de pagos; la expansión irracional del circulante y del crédito; el subsidio indiscriminado; para sólo recordar algunos elementos.

Se necesita buscar, en el marco de una democratización creciente, el destierro de los vicios del presidencialismo, del corporativismo del partido de estado; y la identificación de los ritmos, formas, mecanismos, responsabilidades y obligaciones para lograr una economía y una sociedad nueva.

Hay razones entonces, para estar animados y con ilusión en lo que viene, siempre y cuando, como dice el Evangelio, no echemos el vino nuevo en odres viejos, ni remendemos trapos nuevos con trapos viejos, aunque -y es no lo dice el Evangelio- hay trapos aparentemente nuevos que conviene nunca estrenar.