José Agustín Ortiz Pinchetti
A todo lo ancho de un país en transición

Imagine usted a un viajero que tuviera la peregrina idea de cruzar el país de costa a costa. Digamos, desde San Blas, en Nayarit, hasta Tampico, en el extremo sur de Tamaulipas. Es decir, un buen tranco de unos 2 mil 500 kilómetros. El viajero haría una cala de la parte central de México. Desde las marismas del Nayar frente al océano Pacífico iría a las planicies donde verdea la caña de azúcar en la cercanía de Tepic. Atravesaría el estado de Jalisco y sus arideces, donde se produce el agave. Llegaría hasta Guadalajara, algún día la ciudad más bonita del país. Luego recorrería el Bajío hasta la colonial Querétaro, para subir a la Sierra Gorda y caer a la Huasteca tropical de San Luis e Hidalgo. Su viaje terminaría en el puerto petrolero de Tampico, frente a las turbias aguas del Golfo de México.

Una fascinante secuencia de paisajes radicalmente distintos, pero un pueblo homogéneo, laborioso, artista, fiestero, cuyos valores acrisolados en los contactos de las culturas y en un poblamiento de cientos de años están esperando su propia modernidad defendiéndose de la que se le pretende imponer a rajatabla.

Esos pueblos han vivido 20 años de malos tiempos. Con enorme paciencia esperaron la recuperación del sistema sin desencadenar oposiciones importantes. Así ha sido, hasta los años recientes, en que se ha producido un cambio dramático en la vida política. Si el mismo viajero hubiera recorrido el mismo territorio, diez años antes, en diciembre de 1988, se habría encontrado en toda la zona el dominio incontrastable del PRI. En todos los estados gobernaba sin rival. Incluso Carlos Salinas pudo entronizarse en la Presidencia gracias a una maquinaria implacable y a pesar de las fuertes sospechas de fraude de su elección. Pero aquel momento parece hoy lejano. Hoy se pueden recorrer más de 2 mil kilómetros del centro del país sin salir de un territorio gobernado, y bastante bien, por opositores: Jalisco, Aguascalientes, Guanajuato, Zacatecas y Querétaro.

Incluso Nayarit, uno de los estados más priístas de la República, está a punto de ser escenario de una reñida competencia. La oposición se ha logrado coaligar en torno de un empresario regionalista: Antonio Echeverría, y el PRI va a tener problemas para ganar. En Hidalgo hay una desgarradora división en ese partido. En Tamaulipas, donde logró una llamativa recuperación, subsisten núcleos de conflicto.

Pero más allá de las pugnas por el poder puede percibirse una gran inquietud, inconformidad y tensión que va creciendo en todas partes. Hay rumores preocupantes de la existencia de bandas armadas en las sierras de la Huasteca y Nayarit. Son frecuentes los bloqueos de carreteras, manifestaciones iracundas y ocupaciones de palacios municipales. La irritación colectiva está aumentando y es perfectamente lógico, porque desde 1983 en esas zonas y en todo el país se ha vivido una decadencia económica con breves recuperaciones seguidas de caídas aún peores.

El presidente Zedillo dice que el país vive en la gobernabilidad y tiene razón. Desde la ciudad de México se sigue manteniendo un rectoría muy firme de la administración pública y de la economía. Hasta hoy no existe una fuerza incontrolable que pudiera retar al poder central. ¿Pero por cuánto tiempo?

Visto desde los pueblos del centro del país, el proceso de reforma política resulta lejano y casi incomprensible. Un fenómeno demasiado turbio y lento para provocar el respeto de la población. La incipiente vida parlamentaria parece un fiasco. A aquellos que creemos que el proceso de cambio no puede darse sin el PRI nos preocupan algunas posiciones francamente regresivas. Los expertos de la ciudad de México siguen imponiendo decisiones económicas que privilegian la estabilidad financiera sobre el bienestar de las familias. Es imposible que una política que agrede a tal punto a la población no produzca resistencias e irritación.

En la zona central de México y en todo el país los indicios de una caída en los ritmos de crecimiento económico y de nuevos sacrificios para la población para 1999 forman un panorama oscuro. A veces resulta asombroso que las cosas sigan fluyendo. El mayor dato a favor del optimismo es la capacidad de nuestro pueblo de autocontrolarse y utilizar las vías legales para expresar su inconformidad. Sería muy difícil que una nación de las que se consideran más civilizadas pudiera haber soportado tan largo castigo. No hay duda de que en toda la República se vive una transición, pero su destino final, el tiempo y el costo que tendremos que pagar no son fáciles de prever.

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