La Jornada Semanal, 10 de enero de 1999



Armando Alanís

entrevista

Con Agustín Monsreal

Los cuentos de Agustín Monsreal se caracterizan por sus intrincados andamiajes y por la búsqueda constante de nuevas formas de decir la vida cotidiana. Autor de más de una decena de libros, entre ellos, Los ángeles enfermos, Infierno para dos y Las terrazas del purgatorio, nos habla de uno de los huesos literarios más duros de roer: el cuento

¿Qué temas u obsesiones lo han llevado a escribir cuentos?

-Me interesan las pasiones humanas, profundizar en lo que son y significan en nuestro trato cotidiano. El amor y la decepción que en un mo-mento trae aparejada, o la muerte de un deseo y el principio de la nostalgia, que podría ser el caso de ``Viaje sentimental'', donde se parte, para el desarrollo, de una falsa premisa amorosa. Ese mismo tipo de tratamiento o pasión, pero llevado a otros límites, convertido en una especie de represión íntima, es lo que podría estar en ``La noche de la víbora'': una relación padre-hijo que tiende a no permitir ningún movimiento de libertad al hijo con tal de quedarse con él, y que es tam-bién una falsa premisa amorosa, en este caso la filial. Nada más que ahí se trata de inventar un tipo de situación que rompe por completo con la realidad, que se acerca a lo onírico.

-¿Qué peso han tenido en su narrativa los recuerdos de la infancia y de su ciudad natal?

-Indudablemente influyó mucho la infancia, sobre todo los periodos que viví en Mérida: de los ocho a los nueve años, y de los catorce a los quince. Dos periodos de descubrimiento. Pero hay otra circunstancia: desde un principio tuve la idea, quizás un tanto vaga, de ir caminando en línea recta, de abarcar las distintas etapas de la vida de un hombre. Por eso, en Los ángeles enfermos está principalmente la cuestión de la infancia. Más tarde, es ya una edad de transición, la primera juventud en la que se empieza a dar algún tipo de relación amorosa y hay rompimientos con la familia. Después, entro en una etapa un poco más madura y, como ya ocurre en algunos textos de Las terrazas del purgatorio, mi libro más reciente, entronco con algunos aspectos del comportamiento de las personas en edad adulta, un tanto avanzada; incluso, tocando el tema de la muerte desde el punto de vista de quien está cerca de ella.

-La mayoría de sus cuentos son muy breves: dos, tres o cuatro páginas...

-Procuro decir lo más con el mínimo de recursos y dar la caracterización de los personajes con pocos rasgos, ya sean de personalidad, estados de ánimo, emociones, sentimientos o pensamientos. Estar todo el tiempo trabajando con mis personajes me sirve para evitar, hasta cierto punto, la cuestión meramente anecdótica. En mis cuentos casi no hay anécdota: hay una situación, que es el punto indispensable para que se puedan mover los personajes. Pero más que lo que pasó, me importa hablar de cómo lo sienten las personas a las que les pasó.

-¿Cuánto tiempo le lleva escribir un cuento?

-La primera versión sale de una sola tirada, para tener la obra negra. Pero construir verdaderamente ese orbe cerrado, sin fisuras, es un trabajo de relojería fina. A veces tardo un par de meses, a veces seis. ``Amanda'', por ejemplo, lo traje diez años adentro. Llegué a publicar alguna versión, no me satisfizo, lo volví a guardar y a trabajar. Después, salió por primera vez en un libro y sentí que algo no estaba bien. Volví a trabajarlo, hasta que encontré cómo debía quedar.

-En sus relatos se advierte un interés por la experimentación formal y lingüística.

-Hay dos cosas para mí fundamentales: una, que cada cuento tenga su propia voz, su propia estructura, su técnica, su lenguaje. Nosotros somos un pueblo muy machacón en cuanto a la palabra, jugamos mucho. Tenemos el albur, los refranes, toda una serie de códigos que estamos modificando continuamente. Yo trato de rescatar giros que me parece que son importantes por la sonoridad y significado que poseen y, al mismo tiempo, cuando no encuentro la expresión que sería la adecuada para un texto, procuro inventarla.

-¿Nunca ha sentido la tentación de escribir una novela?

-Prefiero ceder a otras tentaciones más inmediatas, más satisfactorias: cartas, diarios, aforismos. Siempre expresiones literarias tendientes a la brevedad, donde pueda trabajar con ojo de relojero. No me interesa el ojo de águila. Prefiero hacer un pequeño círculo y ahí barrenar, ir lo más a fondo que se pueda, llegar al infierno si es posible.

-¿Qué es para usted un cuento?

-La perdurabilidad del instante. Aunque el tiempo cronológico pueda durar mucho, en realidad el cuento es un instante que modifica esencialmente a un personaje en su interior.

-Cuando se sienta a trabajar, ¿tiene ya toda la idea del cuento o lo va descubriendo conforme escribe?

-Generalmente ya está toda la idea. Me apodero del personaje, y en mi vida cotidiana empiezo a actuar, en ciertos momentos, como él. Hay una especie de revelación interna que me dice que el cuento ya está listo para salir, y entonces me siento a trabajar. Pero puede pasar un buen periodo de tiempo en que lo traigo dentro, dando vueltas y vueltas. Lo que nunca hago es platicarlo. Las pocas veces que lo he contado antes de escribirlo, se cebó. Y cuando ya lo tengo escrito tampoco lo puedo platicar, porque mis cuentos tienen poca anécdota. En cuanto a los personajes, difícilmente se va a encontrar una descripción física. A mí no me importa de qué color son unos ojos, sino cómo miran. No me importa cómo es un cuerpo, sino qué dice ese cuerpo por su comportamiento, su temperatura, su consistencia.

-¿Piensa en los lectores?

-Estoy demasiado ocupado en el seguimiento de las huellas de mis personajes, en convertirme en su sombra, como para todavía pensar en el lector. Si el texto realmente llega a decir lo que uno pretende, entonces podrá llegar a un número mayor de lectores. Pero podría ser que no fuera demasiado accesible. Yo no sacrificaría la voz de mi personaje o de mi narrador, la estructura o la técnica de un cuento para favorecer su lectura. Creo que, en ese caso, el lector tendrá que hacer un esfuerzo un poquito mayor para entrar en la comprensión del cuento.

-¿Qué opina de la cuentística mexicana actual?

-Hay buenas experiencias literarias que ya están cuajando. Pero hay escritores que están teniendo demasiada prisa por publicar, por terminar sus textos, y eso es una consecuencia de la profesionalización de la literatura, en la medida en que el escritor puede escribir lo mismo un cuento que una novela, un ensayo, un artículo o un guión. A mí eso me espanta. Prefiero a los autores que todavía sienten que la literatura es otra cosa, y que hay que trabajar mucho más. A veces no nos alcanzan el tiempo ni las fuerzas para estar trabajando varios géneros: hay que aplicarse a uno, y después quizás a otro, ir por épocas. Hay una gran contaminación de los géneros, y eso se advierte en que ninguna de esas experiencias alcanza a tener su propia voz, todo sale igual. Para mí la literatura es un destino, no una profesión.