La Jornada Semanal, 10 de enero de 1999



José Homero

Las artes sin musa

Bubblepunk: Green Day
en concierto

Una típica canción de Green Day, digamos ``2000 light years away'', ``Welcome to paradise'' o ``Armatage Shanks'' comienza con un riff estableciendo los cauces de la melodía en la mejor tradición rocanrolera. En el puente, Billy Joe gusta deslizar líneas requintísticas, con frecuencia descendientes del rockabilly, cediendo paulatinamente preponderancia a la batería y a los redundantes acentos del bajo. Como si se tratara de un respiro para de nuevo empujarnos al baile, pues no otro me parece el propósito de estas canciones, en el mejor de los sentidos, adolescentes. Curso similar siguió el concierto del miércoles 28 de octubre en el Pabellón D del Palacio de los Deportes. A una canción popular, hímnica, como las mencionadas o ``Basket case'', siguieron canciones descendentes; momentos de relajamiento en los que Billy Joe echa relajo, mostrando su carácter chocarrero.

Las primeras fotografías que vi de la banda, allá por 1994, me atrajeron por el aire chamaco del conjunto: cejas levantadas, poses de niños chistosones sacándose los mocos, brindando caracolitos... En concierto, Billy Joe se comporta como un discípulo torpe de Angus Young y Chuck Berry, deambulando por todo el escenario pulsando su guitarra a la cadera según el Manual de Urbanidad del Perfecto Punk, como si fuera una raqueta. Se trepa a los altavoces, camina hacia los bordes del escenario, arroja agua, increpa como un enardecido orador callejero a la muchedumbre y parece feliz de ser un hijo del rocanrol -y de MTV. Se nota que Billy Joe sólo quiere divertirse. El problema es que toda la adrenalina segregada con los hiperkinéticos rocanroles decrece cuando Billy Joe incurre en esas muestras de payasería a que es tan proclive. El elemento histriónico parece indisociable de la naturaleza del punk. Sólo que esa consanguinidad con el teatro de la crueldad y con el performance del género en sus inicios en Green Day deviene en payasadas de chamaco de secundaria. Billy Joe no se saca los mocos ni se rasca los destos, pero ca-mina como araña fumigada mientras dos chistosísimos trompetistas enfundados en sendos trajes de abejita y plátano espetan las tres, cuatro notas que acompañan el choro desmadrosito de Billy Joe que gesticula, increpa al público a espetar el difícil cuuuuleeeero, les arroja agua, se enfunda cuanta camiseta y prenda le van arrojando sus fans, y abre la boca, y pela los dientes a lo Jim Carrey. Green Day no es un grupo masivo. Su espectáculo, con todo y payasadas incluidas, parece pensado para un bar del circuito de la calle de Berkeley, donde comenzaron. Mucho me recuerdan a The Beatles por la facilidad para crear melodías pegajosas con indudable e impecable sello rocanrolero. Como ellos, Green Day entrevera chistes con piezas de baile. Billy Joe conoce el imaginario adolescente y reitera poses de héroe de tres minutos, insulta a esa masa sadomasoca que llamamos público, y sabe que está arriba para que los de abajo bailen, brinquen y se desgañiten. That's entertainment. Si el concierto fue decepcionante para muchos, yo entre ellos, en favor de Green Day debo decir que cumplió convirtiendo al lugar en un salón de fiestas, con todo y mosh pit y hasta un literal palomazo -alguien arrojó un explosivo, quizá el único punk que llegó al concierto.

En un cuento de Doris Dorrie, cuyo nombre no voy a citar porque me da güeva buscar en mi biblioteca, una cantante pop integrante de un grupo nuevaolero dice al crítico musical que narra la historia, que si los Sex Pistols mostraron que cualquiera que supiera tres acordes podía tocar, ellas demuestran que sin tocar puedes formar un grupo. El ánimo punk se sustenta en la premisa de que todos somos artistas. Todos lo ignoramos entre todos, diría Efraín Huerta. Acaso por ello los mexicanos somos el público que festeja la chabacanería. Primero Bill Corgan subió a unas chicas para que alimentaran el ruido blanco con que concluyó el concierto de los Smashing en México, que no pudo ser más punk: nunca se les entendió nada. Billy Joe trepó a un par de chavos para que pulsaran su guitarra unos minutos. El primero mostró cuán difícil es tocar un acorde -o tres cuerdas; el segundo confirmó que las clases de Guitarra Fácil y MTV sirven para imitar a Billy Joe, con todo y brinquito. Por supuesto, el público agradeció esa constatación del Sí se puede con alaridos. Es lo único que queda del punk: el cinismo y tocar en un sitio infecto, que no otra cosa es el Pabellón del Palacio, pinchi hoyito fonqui, aunque Ocesa y sus occisos, occiduos y asiduos críticos digan que era un concierto garage. Lo demás es simulacro: Billy Joe y sus secres arrojando agua a sus fans, obviamente embotellada no vaya a ser que pesquen una salmonelosis, destruyendo los instrumentos educada, ordenadamente, arrojando los trastos hacia atrás pa'evitar un accidente al distinguido público...

Más que un grupo punk, Green Day es un grupo de entretenimiento. Billy Joe seguramente terminará en Las Vegas. Allá iremos a corear: ``It makes me wonder why/I'm still here...''