La versión oficial del desempeño de la economía durante 1998 es bastante complaciente. Desde que se inició este gobierno con el más severo episodio de la larga crisis de crecimiento que padece el país desde 1982, el argumento es que las cosas podrían haber estado peor. Pero tal argumento se está convirtiendo en un recurso técnico y político cada vez más débil, por la razón tan sencilla de que los indicadores sobre los que se sustenta están crecientemente alejados de las condiciones que en la vida cotidiana enfrenta la mayor parte de la población. Tal vez uno de los más significativos hechos del programa económico es su incapacidad de sostener el buen curso del desenvolvimiento económico y la cuestión real es que se mantiene la vulnerabilidad del sistema.
Dice la versión oficial que el crecimiento del año pasado (de casi 5 por ciento) apenas estuvo por debajo de lo programado y que la inflación fue poco más de 6 puntos porcentuales por arriba de lo originalmente estimado (lo que representa una desviación de 55 por ciento, pero ¿quién cuenta?). Y esto, claro está, indica precisamente que no nos fue tan mal, a pesar de que cayeron fuertemente los precios del petróleo y se inició un periodo de aguda restricción fiscal. Algunos necios podrían preguntar ¿cuándo nos irá bien?, así a secas y sin necesidad de construir una explicación y sólo ofreciendo resultados.
Y si intentamos ver la situación de modo tal que no sea por pedazos, es decir, más allá de los registros anuales y las cifras individuales, podríamos empezar por uno solo de los indicadores que más atención concentra y que es la inflación. No olvidemos que el control de la inflación es el objetivo primordial de la política económica desde hace tres sexenios y que está en el centro del programa monetario y es hasta la razón de ser de la independencia adquirida por el banco central. Pues la inflación acumulada desde diciembre de 1994 a diciembre de 1998 es de 166.4 por ciento y esto contribuye de modo directo con el deterioro permanente de los ingresos reales. Y, además, año tras año las autoridades monetarias son incapaces de mantenerse en un rango de error que le confiera a la gestión económica la necesaria credibilidad y que, al mismo tiempo, haga que el aumento de los precios no se convierta en uno de los principales factores del deterioro del bienestar.
Las presiones inflacionarias contribuyen de modo directo a crear las condiciones de inestabilidad financiera no sólo en cuanto a la tendencia a operar con altas tasas de interés y con un mercado cambiario en el que la única manera de contener la devaluación es mediante una cada vez más estricta contracción del crédito y de la liquidez en los mercados. Este mismo proceso es el que contribuye a la fragilidad del sistema bancario y --otra vez para ir armando el rompecabezas--, por ello ocurre que mientras el PIB creció y sólo se llegó a una inflación de 18.6 por ciento en 1998, la Comisión Nacional Bancaria y de Valores informa que durante el segundo semestre de ese mismo año se siguió debilitando la situación financiera de los bancos al crecer su cartera vencida. El ``punto final'' no se ha puesto a la crisis bancaria y a la condición de alto endeudamiento que prevalece entre agentes con menor capacidad real de pago. Pero cuando se presente el nuevo evento de debilidad en los bancos hallaremos también un nuevo argumento explicativo y volveremos a apreciar la situación por pedazos.
Las autoridades económicas, y especialmente aquellas encargadas de los asuntos fiscales, promueven ahora la visión de que el nuevo presupuesto, acordado de modo apresurado a fines de 1998, crea una situación capaz de promover y sostener el crecimiento. Ello a pesar de que incluso de manera oficial se espera que el PIB aumente 3 por ciento y cuando la meta de inflación ya está cuestionada por más de tres puntos hacia arriba, esperándose apenas al inicio del año que sea superior a 16 por ciento. Son varias las condiciones para que surjan sobresaltos en el comportamiento de la economía y para que los resultados al final de 1999 deban ser explicados otra vez de modo que veamos que nos pudo haber ido peor. Algunas provendrán del exterior, como puede ser el caso de un tropiezo de la economía brasileña o de la incapacidad de la Reserva Federal de seguir usando la reducción de las tasas de interés como factor de estabilización a escala mundial. Pero otras vendrán de dentro, como el aumento del déficit comercial, que está subestimado en los criterios de política económica, y los posibles efectos de un sistema bancario que seguirá incapacitado para operar de modo eficiente.