Era el sexenio de Miguel de la Madrid. El presidente decía -no era queja ni reclamo, sino simple descripción, casi un parte- que México se había convertido en un exportador neto de capitales. El gobierno que encabezaba pagaba no el servicio de la deuda externa, sino un auténtico tributo, mientras la sociedad igualitaria que había prometido impulsar se extenuaba en el vocabulario oficial. Los prestamistas internacionales le aplaudían. México era, entre todos los países deudores en América Latina, el más puntualito en cubrir sus compromisos financieros.
No crecimos. La década se perdió. Pero el gobierno priísta cosechó fuertes aplausos de nuestros acreedores.
Siguió el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Entre los famosos retos del ex presidente con reportajes propios para glamurizar su imagen, el económico no consideraba la liberación a rajatabla, la desregulación, la privatización de empresas estratégicas (Telmex o la industria siderúrgica, por ejemplo), el privilegio de la inversión especulativa ni el TLC.
Pronunciado en Monterrey, se proponía sentar las bases de una economía sana y en crecimiento, pues no otra era la premisa de ``la defensa de la soberanía, la profundización de la democracia y el avance de la justicia''. Y más todavía: la inserción eficaz en la economía mundial promovería ``la fortaleza de nuestra nación y el bienestar de los mexicanos''.
Por promesas no quedaba: erradicar la inflación, subordinar la deuda al crecimiento interno, captar y acrecentar el ahorro nacional para canalizarlo hacia la producción, acrecentar el empleo, fortalecer el poder adquisitivo de los salarios, ampliar el mercado interno.
El aplauso multicupular no se hizo esperar y duró casi todo el sexenio. Atronador fue el que le dispensaron a Salinas de Gortari y su gobierno el capital especulativo de dentro y fuera del país, los exportadores subsidiados, los que se hicieron de los bancos y las empresas estratégicas por una corta feria.
Eramos, en los medios de difusión internacionales con mayor poder, ejemplo de país para América Latina. Salinas, el summus artifex del modelo, contaba con el apoyo de las instituciones financieras de las que dependemos para presidir la Organización Internacional del Comercio.
La verdad de ese aplauso se empezó a hacer patente ya durante el propio sexenio salinista. Crecimiento pobre, exportación de capitales (en el sexenio se pagó por intereses de la deuda externa alrededor de 60 mil millones de dólares, el equivalente del futuro rescate bancario), colapso de la planta productiva en el nivel de la pequeña y la mediana empresa, contracción del poder adquisitivo del salario en más de 40 por ciento y con ella la del mercado interno.
Por otro lado, especulación y concentración de la riqueza (elevamos notablemente nuestra capacidad de estrellato en las famosas listas de Forbes). Al cabo, crisis sexenal rubricada por la proverbial fuga de capitales.
Continuó Ernesto Zedillo. La herencia salinista lo alcanzó como una maldición a tres semanas de comenzar su gobierno. Techo, banda, flotación, la jerga tecnócrata de que se sirvió Jaime Serra Puche para anunciar una lisa y llana devaluación provocó, seis horas después, la salida de 6 mil millones de dólares. ¿Era aquélla una señal de que debía modificarse la política económica? No para el grupo en el poder. Ni entonces ni ahora.
A casi un año y medio de concluir el gobierno zedillista, la crisis tan temida repuntó. Deja tras de sí miseria, depresión del mercado interno, la soberanía económica a punto de pasar a manos ajenas, emigración sin precedente, una de las brechas más grandes entre pobres y ricos en los países donde es característica.
Y también uno de los episodios más crueles de la historia de la infamia en México: la aprobación incondicional del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) con la participación del PAN, que le abrió al PRI una línea de crédito política y de paso nos hizo recordar su identificación original con los intereses de la banca.
No obstante, aplausos. De los banqueros en primer lugar. Lo que anunciaba el 11 de diciembre la Asociación de Banqueros de México como el ``plan- teamiento de solución'' prácticamente concluido, fue lo que los diputados del PRI y del PAN aprobaron el 13 de diciembre: 80 por ciento de los pasivos del fondo convertidos en deuda pública y la creación del Instituto para la Protección del Ahorro Bancario (IPAB, o borrón y cuenta nueva).
Aplausos del Fondo Monetario Internacional (FMI), al que le pagaremos una suma mayor (más de mil millones de pesos). El PAN se felicitó a sí mismo por ser el abanderado del presupuesto que se aprobó para 1999: en unión del PRI arrinconó fiscalmente al gobierno capitalino para restarle posibilidades al PRD rumbo al 2000.
Recibió el aplauso del tricolor. La alianza de las derechas -ya bajo el espectro de Pirro- le quiere deparar a la generación que alcanzará la mayoría de edad al comenzar el siglo XXI lo mismo que hemos vivido en el último cuarto del XX.
La lógica del aplauso es contundente: dime quién te aplaude y te diré a quién beneficias.