La exposición londinense On Reflection tiene dos acepciones, la referida a los reflejos producidos por la luz en cuerpos opacos, transparentes o especulares y, al mismo tiempo, la reflexión de tipo científico sobre los mismos. Tuvo lugar en la National Gallery de Londres y perduró hasta el 13 del pasado diciembre.
Fue comentada en periódicos y revistas de todo el mundo y ocupó un lugar permanente en el net. Seres de todos los continentes acudieron a verla: atrajo un tipo especial de turismo, tanto individual como de grupo. Yo la vi gracias a que el vuelo que realicé a Munich, con objeto de trabajar en una curaduría, fue por British Airlines. Lo que me permitió contemplar esa y otras exposiciones, así como visitar de nuevo a Sir Ernst Gombrich, cuya lucidez es casi apabullante. Va a cumplir 90 años el próximo abril y prosigue con la redacción de un libro que por el momento se titula Sobre la preferencia por lo primitivo. Al ocurrir mi visita a su casa yo ya había revisado la famosa muestra dos veces. Por tanto, hablamos bastante. El la analizó, pero no se le convirtió en objeto de contemplación reiterada (sale poco y por lapsos cortos, debido a problemas de artritis severa.)
El diálogo se desarrolló más o menos así: ``y bien, Teresa, ¿valió la pena la desviación a Londres para ver On Reflection?'' (aclaro que siempre me tengo que cuidar un poco de su ironía, sea en las cartas o dialogando en persona). ``Sí profesor, claro que valió la pena: Londres, como París, vale muchas misas, verlo a usted es un acicate; además he estado con amigos y conocidos intentando armar un añorado proyecto''. ``¿Y la muestra?'' -insistió-. (Todo mundo sabe que la psicología de la percepción visual es uno de sus fuertes, yo aún no había visto el catálogo y el curador Jonathan Miller fue discípulo suyo, como todo invesigador de la ciencia aplicado al arte). Respondí: ``la muestra, profesor... me la esperaba infinitamente mejor, está muy `producida', cuenta con excelentes piezas de acervo y con otras más de préstamos, pero resulta abultada por su propia producción y los rubros que la separan en apartados (shading and shining, light and lustre) me parecieron a veces sumamente forzados y otras innecesarios. Hubo momentos en los que sentía estar en la Grammar School aprendiendo nociones de física. Algunos implementos museográficos son abominables''.
Gombrich me veía con un dejo de complacida sorpresa y eso me reanimó a proseguir con mi crítica, que no era ni con mucho despiadada, sólo directa. A mi amigo Juan Manuel Santín, agregado cultural de la embajada de México en Londres, le había complacido sobremanera la muestra, sintiéndose un poco decepcionado cuando confrontamos en su casa, en compañía del pintor y cineasta Lutz Becker, nuestras opiniones.
Gombrich se refirió a Shadows. The depiction of Cast Shadows in Western Art que él organizó en 1995 para la National Gallery. Yo no la vi, pero tengo el catálogo; era una exposición compacta, casi de cámara, 55 piezas entre pinturas, dibujos, grabados y algunas fotografías. Al contrario de ésta, requirió de una museografía que se no se percibiera, como si fuera inexistente. Las excesivas explicaciones de On Reflection, los diagramas y otras cosas más, por momentos no sólo obstruyen la contemplación y la comprensión, sino que producen confusión. A fuerza de ser justa diré que en parte lo que me pasaba se debía a extrañeza. No me gustó pararme allí frente a la Venus del espejo, de Velázquez, se veía mal, y una horrible fotografía tipo cartel de Las Meninas aumentaba esa sensación.
Si tenían que estar Las Meninas hubiera sido mejor reproducirlas en blanco y negro o en sepia y no en tamaño natural. Me chocó ver a los Arnolfini, de Van Eyck, utilizados para ilustrar algo sencillo como el efecto de lustres en el espejo convexo; perdieron su ``aura'', e igual cosa pasaba con Los embajadores, de Holbein (tres piezas maestras del acervo de la NG).
No obstante hubo gratificaciones incontrovertibles, como conocer un hermoso desnudo de espaldas del danés Eckersberg (1783-1853) o el efecto deslumbrante que produce una espléndida pieza de mediados del siglo XIX (del museo estatal ruso) ``de pintor desconocido''.
Su inclusión me pareció acierto incontestable del curador, pero creo que él peca de coquetería. Bien que ha de saber qué pintor es el que logró ese impresionante triple juego de reflejos que produce tanta intriga como la famosa pintura de Manet, Bar en el Folies Berger, no incluida en la exhibición porque quizá el Curtauld Institute, a cuyas colecciones pertenece no lo quiso retirar de su remozado ámbito, ahora en Somerset House. En cambio, el museo de Rouen prestó una de las mejores pinturas que existen dentro de ese mismo género de intenciones En el café (1880), de Cillebote.