La Jornada martes 12 de enero de 1999

EL FRACASO DE EU Y GB EN IRAK

La secuela de ataques de las fuerzas aéreas estadunidense y británica en territorio de Irak -los más recientes de los cuales se cometieron ayer en la zona norte de exclusión establecida por el Consejo de Seguridad de la ONU tras la guerra del Golfo, en 1991- pone de manifiesto la pérdida de rumbo y propósito de la política belicista de Washington y Londres tras los bombardeos a Bagdad emprendidos por esos dos gobiernos en diciembre pasado.

Si las autoridades estadunidenses y británicas albergaban alguna esperanza de que el régimen de Saddam Hussein pudiera ser destruido, o al menos debilitado, con el uso de la fuerza militar indiscriminada, los ataques aéreos a la capital de Irak produjeron el efecto contrario: generaron, entre la sociedad iraquí, una oleada de repudio contra los agresores y fortalecieron a la dictadura.

Adicionalmente, el bombardeo a Bagdad se revirtió contra sus autores en la medida en que puso en cuestión la continuidad del programa del Consejo de Seguridad de la ONU sobre control de armas de destrucción masiva (Unscom) y dividió a esa instancia sobre la conveniencia de mantener al frente de la misión a su líder, el cuestionado Richard Butler.

Respecto a los juegos de guerra que practican Washington y Londres en las zonas de exclusión establecidas en el norte y el sur de Irak, tales maniobras agudizan, sin duda, la tensión regional, pero no tienen ninguna posibilidad de modificar la situación política de esa nación árabe.

En otro sentido, los alardes occidentales de tecnología aérea no guardan ninguna relación con el propósito que el Consejo de Seguridad de la ONU argumentó para imponer la prohibición a aviones iraquíes de sobrevolar el sur y el norte de su propio país. Debe recordarse, en efecto, que tal interdicción se estableció para impedir -se dijo en 1991- que el régimen de Hussein reprimiera, desde el aire, a los kurdos del norte y a los chiítas del sur, grupos mayoritariamente opuestos a la dictadura de Bagdad y que, tras el fin de la guerra, emprendieron sendas rebeliones que fueron, ambas, cruenta y rápidamente reprimidas sin necesidad de apoyo aéreo.

En esas circunstancias, el empecinamiento británico y estadunidense por mantener a toda costa tales zonas de exclusión no sólo implica una tarea imposible de cumplir -dado que los aviones iraquíes penetran en ellas casi cuando quieren, y sin consecuencias- sino, también, un riesgo para la población civil a la que se pretende defender, además de un agravio injustificable contra la soberanía aérea de un Estado soberano.

Finalmente, las estrategias erráticas y militaristas de Washington y Londres contra Bagdad se han traducido en una ruptura de los consensos al interior del Consejo de Seguridad en torno al mantenimiento del Unscom, de las zonas de exclusión y de las indefendibles sanciones económicas contra Irak. Día tras día crece, en la comunidad internacional, la certeza de que las acciones de Estados Unidos y Gran Bretaña no afectan significativamente a la dictadura de Saddam Hussein pero causan, en cambio, un grave e injustificable daño a los civiles iraquíes.