A 5 años del levantamiento indígena de Chiapas y 50 de fundado el Instituto Nacional Indigenista, las demandas de los pueblos mexicanos han ganado, definitivamente, la primera batalla: el reconocimiento de la justeza de sus demandas, y la responsabilidad que tiene la nación mexicana de saldar tan importante deuda con sus pueblos originarios.
No obstante, el gobierno federal decidió cerrarse la salida decorosa al ``problema indígena''. Prefiere centrar su estrategia en el no cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés (ese primer peldaño de la solución justa), y se consume en escaladas y escaramuzas dilatorias, se concentra en el manejo militar y policiaco del asunto, se compra el beso de la muerte de la contrainsurgencia, prefiere montar nuevas plataformas de lobbying internacional para lavarse la cara, desinfectarse las manos, y de paso contagiar al adversario de su propia falta de credibilidad.
Porque entre los muchos errores del gobierno federal, el primero consistió en convertir en adversa-rios a los pueblos indios. No sólo los zapatistas o las comunidades en resistencia de Chiapas: todos, y del color que se pongan.
La autonomía que piden en consenso casi todos los pueblos indígenas del país se encuentra acotada explícitamente por los propios indígenas. Pocos grupos sociales poseen ahora en México mayor claridad y elocuencia en la expresión de sus demandas. En ningún caso se trata de amenazas para la integridad territorial, el pacto federal o la unidad nacional. No hay cómo llamarse a engaño. Y como eso ya quedó claro para la opinión pública, ahora hay que buscarles el desprestigio a los indígenas por otro lado. Hacer, por ejemplo, de presuntos ``usos y costumbres'', materia penal. Ante el entusiasmo de muchos criollos empeñados en dar pena ajena, se intenta presentar al indio como bandido. En fin, como ``salvaje''. Una historia demasiado conocida, por lo demás. Lleva siglos.
Ya que no pudieron sacarlos del primer renglón de la agenda nacional (como llaman los funcionarios a los problemas de la gente), ahora tratan de trasladar a los pueblos indígenas al espacio de la nota roja. Los subterfugios y vericuetos del racismo que no se atreve a decir su nombre son polimórficos.
Montar espectáculo con verdades a medias y mentiras completas será posible mientras el Estado autoritario cuente con la complicidad más o menos generalizada de los medios de comunicación, en especial los electrónicos. Si fabrican sueños, por qué no habrían de fabricar prejuicios.
Así, los administradores de la nación siguen ofendiendo y humillando a los pueblos. Qué ganas de no aprender, francamente.