Resumamos los datos económicos principales del año que acaba de terminar. Como era de esperarse 1998 fue un año de interrupción del ciclo de expansión regional posterior a 1995. Las turbulencias financieras asiáticas y el deterioro de los términos de intercambio obligaron a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos a políticas de gasto mucho más cautelosas de lo previsto. Resultado: el crecimiento regional de 1998 fue, excluyendo 1995, el más bajo de lo que va de la década. El Producto Interno Bruto regional, que había crecido en 1997 en 5.2 por ciento, registró en 1998 un incremento de apenas 2.3 puntos porcentuales.
Argentina y México registraron durante el año contracciones dinámicas muy acentuadas que, sin embargo, no impidieron a estos dos países alcanzar tasas de crecimiento superiores al 4 por ciento. El caso más notorio de interrupción del ciclo expansivo previo ocurrió en Brasil, que apenas pudo situarse en un diminuto 0.5 por ciento. No obstante la contracción del crecimiento, la tasa de inflación regional se mantuvo sustancialmente igual al año anterior, alrededor de un 10 por ciento.
En lo concerniente a las finanzas públicas, el déficit presupuestal regional registró un incremento que lo situó, en promedio, en el punto más bajo en lo que va de la década. Los casos más graves de desequilibrio fiscal conciernen a Brasil y Venezuela, países en los cuales el déficit se ubica entre 6 y 7 por ciento del PIB.
Ahora, si dejamos a un lado los datos anuales, aquello que debería ser objeto de seria preocupación es que entre 1991 y 1998 el PIB per capita registró un incremento promedio anual de apenas 1.7 por ciento. Lo cual constituye un obvio progreso respecto al descenso absoluto de la década anterior. Y sin embargo es necesario recordar que las experiencias exitosas de salida del atraso a lo largo de este siglo ocurrieron en situaciones en que el PIB per cápita se incrementaba entre 2 y 4 por ciento anual a lo largo de un periodo de cuatro o cinco décadas.
La moraleja es desalentadora en lo que concierne a América Latina: la región sigue sin alcanzar el grado necesario de dinamismo ni tampoco la suficiente solidez estructural para evitar que acontecimientos internacionales desfavorables produzcan retrocesos que nos devuelvan eternamente al punto de arranque. ¿Dónde están los obstáculos? He ahí una pregunta tan esencial como abierta a una inquietante multiplicidad de posibles respuestas.
Aunque pueda parecer una afirmación ideológica, sobre todo por su apretada síntesis, tal vez sea inevitable reconocer el fracaso de clases dirigentes demasiado vinculadas a las corrientes de las políticas económicas santificadas por las modas contemporáneas e incapaces de producir estrategias novedosas, y viables, de desarrollo económico de largo plazo. En este fin de siglo América Latina dispone de clases dirigentes dramáticamente inadecuadas respecto al tamaño de las urgencias y los desequilibrios históricamente acumulados por la región. Inadecuadas en el terreno de ideas económicas que no van mucho más allá de la confianza taumatúrgica en un liberalismo doctrinario. E inadecuadas en el terreno de la capacidad política para construir consensos sociales que puedan sostener estrategias de desarrollo de amplio espectro.
En situaciones de persistente desconfianza social hacia las estructuras del Estado, de aguda polarización del ingreso, de desempleo y subempleo crónicos, de continuo dualismo sectorial y territorial, de difundida evasión fiscal, suponer que el equilibrio presupuestal, una cautelosa política monetaria y la apertura externa sean condiciones suficientes de desarrollo de largo plazo es algo peor a una ingenuidad. Es una renuncia al desarrollo disfrazada de doctrinarismo autocomplaciente.