1998 no ha terminado. No al menos en lo que toca a la vital tarea presupuestaria. Toca ahora a la capital de la República pagar su cuota por un desorden político y mental que bien podría haber quedado encerrado en San Lázaro, hasta nuevo aviso.
Independientemente de los modos o las torpezas del gobierno en turno, es claro que no se puede someter a una ciudad como la nuestra a un trato de regateo y acoso como el actual. Cárdenas debió haber adelantado vísperas y argumentos y sobre todo asumir que su origen opositor no puede transferirse así como así al ejercicio de gobernar, pero nada de ello justifica la conducta de la coalición que ahora gobierna el Congreso y las finanzas nacionales. Castigar al PRD con cargo a una ciudadanía en extremo castigada, por la realidad y sus expectativas, no es hacer política de Estado, mucho menos política democrática.
Todo está por hacerse en materia de gestión pública en el marco abierto por la pluralidad política. Según La Jornada, el jefe de gobierno de la ciudad de México habría propuesto el viernes que ``el Congreso decida el formato'' para apurar la aprobación del endeudamiento capitalino, pero esto es apenas el inicio inseguro de una exploración que los partidos deberían hacer ya en busca de nuevos métodos que muestren cotidianamente que la diversidad de las fuerzas políticas, incluso la inexistencia de mayorías claras como es el caso, no son una fatalidad desde el punto de vista de la estabilidad política.
Los politicólogos, que ahora se nos presentan armados con técnicas y experiencias internacionales de las que hasta hace muy poco carecíamos, nos insisten una y otra vez sobre los efectos poco productivos, nocivos dicen algunos, de una pluralidad como la que se ha desplegado en México, en estos años primeros de la democracia representativa. Y está bueno saberlo.
Sin embargo, la pluralidad no es el mero resultado de una fórmula entre muchas para codificar los procesos electorales, sino sobre todo la expresión más contundente del grado extremo de decadencia del formato de dominio y gobierno anterior, basado en lo que se dio en llamar el partido ``prácticamente único''. Desgastado el modo de entenderse y de entender la política, el resto del edificio se viene abajo.
La célebre argucia corporativa del Estado postrevolucionario se despliega ahora en una serie interminable de malos entendidos, fugas hacia adelante y búsqueda desesperada de rentas y prebendas donde no queda prácticamente nada, que es en las finanzas públicas. Inventar el próximo convenio fiscal de la nación, sacarle la vuelta a una nueva ronda de desfalcos, ahora no sólo privados sino estatales, municipales, federales, debería ser la secuela de este lamentable encontronazo entre la nueva mayoría, que puede dejar de serlo en un santiamén, y el gobierno de la capital, donde gobierna el PRD pero vivimos algunos millones más.
Que sepamos, el Congreso de la Unión no se hizo para enseñarle buenas maneras a los gobernantes. Los que deberían inventar maneras eficaces de gobernar son precisamente los legisladores, que en buena medida para eso están. Lo que no puede esperar es la puesta en marcha de una gestión colectiva de las finanzas públicas si es que se quiere llegar al 2000 con algo que gobernar.