La Jornada 13 de enero de 1999

La Nueva España fue crisol de una globalización: Debroise

Angélica Abelleyra Ť Crónica de las destrucciones resultó, para Olivier Debroise, una novela sobre la búsqueda de las utopías, un relato de las crisis europeas y sus posteriores consecuencias en nuestro continente. El título, publicado por Era, fue galardonado con el Premio de Narrativa Colima 1998, luego del fallo unánime de los escritores René Avilés Fabila, Felipe Garrido y Berta Hiriart, integrantes del jurado que destacó en el volumen ``el equilibrio que guarda entre la amenidad de las peripecias, la solidez de la investigación que sustenta y la calidad de su prosa''.

Nacido en Jerusalén (1952) y con una residencia en México que suma 28 años, Debroise ha desarrollado entre nosotros una reconocida carrera en las áreas de la historia del arte, la curaduría e investigación plásticas y el ejercicio de la literatura, a la que le ha proporcionado las novelas En todas partes, ninguna (1984) y Lo peor sucede al atardecer (1989), además de los libros de historia del arte Diego de Montparnasse (1979), Figuras en el trópico (1982) y Fuga mexicana, un recorrido por la fotografía en México (1993). Además de curador de exposiciones para México y otros países, impulsó en 1991 la constitución de Curare, Espacio Crítico para las Artes, un grupo independiente de profesionales de la historia del arte, la curaduría y la investigación de las artes visuales del que Olivier se separó hace siete meses para desarrollar con más holgura su tarea escritural.

Cambiar la historia

Por el momento, Debroise se afana en la conclusión de la cinta sobre Sergei Eisenstein, Tetlapayac, cuando el mundo esté en llamas, nos vemos en México, luego de la obtención de la beca Guggenheim 1997-98 con la que realizó la investigación que dio sustento al filme, además que alimentará un libro en torno del cineasta ruso (con la colaboración de Antonio Saborit y la traductora Rina Ortiz). Pero más que sobre el creador de ¡Que viva México!, el libro será un volumen ``posmoderno, un montaje de citas con una estructura no lineal, hecha a pedazos, que no tiene tanto qué ver con él sino con una época, 1931, y el grupo intelectual cosmopolita que se dejó caer en México, integrado por franceses y estadunidenses que dieron un cariz singular a ese periodo de la vida cultural mexicana''.

Diez años le llevó al narrador la investigación contenida en Crónica... relato en el que tres personajes pretenden cambiar la historia, justo cuando la historia modifica la vida de millones de seres en el viejo y en el nuevo mundos. Los personajes son Tlacatéotl Molpilli, un tenochca enviado a Europa por Cortés antes de la debacle azteca. De regreso a su tierra, se llama Gabriel, sabe latín, conoce la medicina y concibe una utopía para la nueva sociedad. El segundo es Gregorio, un ex soldado francés que, asqueado de la guerra, se convierte en franciscano y viaja a la Nueva España. El tercero se llama Julián de Wries, pintor flamenco y homosexual que en tierras mexicanas se vincula con el mundo semiclandestino de los otros y con lo que podría llamarse la ``resistencia azteca''.

La primera idea en torno de la novela se centró en el interés de Olivier por el siglo XVI y el periodo de la conquista de México. Pero de algunas conversaciones con su padre (ligado a la política y con una visión de la Europa de las guerras mundiales, muy lejana de la actual), la posterior caída del Muro de Berlín, la debacle soviética y el surgimiento de una serie de nacionalismos locales (Serbia, Kosovo) le replantearon al autor el sentido de su propia historia. ``Esa Europa rota del siglo XVI, muy fragmentada antes de los Estados-naciones por su ruptura con los esquemas medievales existentes, es muy similar a la Europa actual, resquebrajada y plena de nacionalismos que tienen su nacimiento en siglos anteriores. Así que mi primer planteamiento fue trabajar algo sobre la destrucción de Europa y, en el polo contrario, la creación en la Nueva España de una serie de utopías como una manera de huir de aquella Europa insalvable''.

Ambigüedad que marca

De ahí que el novelista asuma la bipolaridad que se respira en la trama; de ahí los personajes mixtos, ambiguos, que van desde el noble tlatelolca educado en la corte europea o el joven vagamente español que se vuelve espía de Moctezuma. Todos marcados por las crisis de sus tierras y sus descalabros personales.

--Como tus personajes, tú mismo, al haberte conformado de tantos lugares, viviste de alguna manera ciertas crisis.

--No sé si fueron precisamente crisis, pero la ambigüedad sí me ha marcado siempre. Sobre todo, tengo mucho de desarraigo o de re-arraigo; algo relacionado con lo que hoy se llama globalización y que finalmente tiene sus más claros principios en el siglo XVI. Además, considero que la Nueva España es el crisol de una globalización porque todos los mundos llamados prehispánicos, que en sí eran muy complejos y diversos, se van insertando y entremezclando en ellos no sólo España sino múltiples influencias, como la africana.

-Hablas de mundos prehispánicos complejos y diversos, sin embargo parece que en México se les ve como una masa compacta, inamovible e idealizada.

-Por supuesto. Por eso, con la novela busqué usar los nombres propios de cada una de las naciones que conforman la historia y por eso trato de diferenciar entre cada personaje si es tlatelolca o tenochca, una sutileza que sin embargo tiene su importancia en un intento de reconocimiento de las complejidades internas que muchas veces se han obviado y hasta olvidado.

-¿Qué ha proporcionado la profesión de historiador del arte a tu vena de escritor?

-En esta novela fue fundamental mi recurrencia a la iconografía, tanto a códices como a manuscritos pictográficos e incluso pintura europea del siglo XVI como materia prima de información. Para describir las sandalias de las mujeres o conocer el ambiente de una fiesta, existen muchos detalles que no aparecen nunca en los escritos disponibles, pero que sí se hallan en las pinturas. El hecho que uno de los personajes sea pintor no es gratuito. Por ejemplo, la descripción que hago de Venecia está literalmente copiada de cuadros de El Canaletto.

Aparte del análisis iconográfico, en Crónica... es evidente una vasta consulta de fuentes documentales. Debroise se acercó a códices como el Aubin y el Mendoza; rastreó cartas de arzobispos y anales como el de Cuauhtitlán y Tlatelolco, más algunos trabajos de investigación anteriores de Serge Gruzinski, Robert Barlow, Solange Alberro y Alfredo López Austin, entre otros.

-Y, en el otro sentido, ¿qué libertades te otorga tu vocación de novelista a la hora de ejercer la historia del arte?

-Ahora estoy en crisis respecto de la historia del arte: se me volvió como una simple tarea, algo muy constreñido, con herramientas que ya manejo y por la que ya perdí la pasión. La novela me da más libertad, aunque hay ciertos ensayos que escribo de manera muy suelta. En el caso específico de Crónica... en lugar de escribir algo de tipo ensayo histórico, opté por la novela porque me daba oportunidad de decir ciertas cosas respecto a la historia sin ser un historiador obligado a citar fuentes y a probar todo. Preferí la ficción y me di todas las licencias, haciendo uso de algo que me gusta mucho: los pastiches, las parodias. Además hice una amplia investigación con los vocablos náhuatls, para restablecer las convenciones de las grafías del siglo XVI.

Historiador a secas

-Con la película y el libro en torno de Eisenstein, ¿tratas de asir de otra manera tu tarea como historiador del arte?

-Mi tarea ya no es tanto de historiador del arte, sino de historiador a secas.

-¿Qué te hartó de la historia del arte?

-Los artistas. Y también un proceso que se volvió difícil cuando trabajas con los artistas como curador, cosa que no he dejado a pesar de todo. Cuando realizas esa labor estás en contacto con los creadores, viajas y se vuelven tus cuates. La crítica se torna cada vez más difícil pues se inician lazos de amistad y la exigencia decae. Ahora puedo decir que tengo más cuates.

``Hay seres como Raquel Tibol que mantiene una distancia crítica respecto de los artistas, cosa que me parece saludable. Pero yo siempre preferí tener cuates y me di cuenta que iba perdiendo la objetividad que es absolutamente necesaria.

``En general, la crítica de arte en México se ha vuelto banal y pocos mantienen una adecuada distancia.''