Arnoldo Kraus
Caso True, caso México
La historia del periodista estadunidense Philip True es triste remedo del caso México. Hasta ahora, la única verdad acerca de True es que está muerto. De su fallecimiento, ``al menos'', no hay duda: las dos autopsias que se le efectuaron corroboraron su muerte. De todo lo demás, no sólo se duda, sino que cada vez emergen nuevos datos e incomodidades cuyo acúmulo evitará que cualquier dictamen, el que sea, sea creíble. De hecho, la desazón y la desconfianza en México han adquirido tal magnitud que ya se requiere repetir autopsias; por ahora, tan sólo para ``verificar'' si la primera necropsia fue suficiente y reportó correctamente los hallazgos. Pero, ¿llegará el día que nuestros sistemas de justicia hagan necropsias para confirmar la muerte?
Dentro de las inexactitudes de la medicina, la patología y por extensión las autopsias, es una de las ciencias cuya precisión diagnóstica es cercana al cien por ciento. La inmutabilidad de los tejidos, la disponibilidad del cadáver para analizarlo, ``muestrarlo'', fotografiarlo, pesarlo y estudiarlo por medio de microscopía, laboratorio y radiografías, y disponer de él --en términos científicos--, permiten a médicos forenses una gran exactitud diagnóstica. Mientras que en la fría sala de autopsias el médico puede cavilar suficiente para estudiar lo necesario, la moderna parafernalia tecnológica disponible es fiel aliada del conocimiento y la razón. Si una autopsia contradice la previa, ``algo'' anda muy mal. Y, si además es menester importar médicos forenses para trabajar en una segunda autopsia --el muerto no es mexicano y la verdad los deudos merecen más respeto--, es que nuestra (auto)credibilidad y (auto)confianza son nimios.
A True se le practicaron dos autopsias. La segunda dice que la primera estaba equivocada. O bien, la primera no encontró lo que en la siguiente se determinó, por lo que es válido también suponer que la subsecuente es la que debe cuestionarse. Una mente sana podría sugerir que una tercera opinión pondría orden en el asunto; en nuestro caso --nuestro es sinónimo de justicia y razón-- tal opción podría desquiciar el precario orden por el que navegamos: es factible que los resultados desdigan los hallazgos de las autopsias previas.
En True, lo que primero se encontró resultó falso. Lo que inicialmente se dijo, hubo luego que desdecirlo. Desde la hipótesis inicial, exceso de drogas y alcohol, hasta lo que los patólogos vieron y luego dejaron de ver, todo ha sido no sólo turbio, sino que en el afán de ``encontrar la verdad'', dos huicholes han sido detenidos ilegalmente y torturados. Cuando se habla de verdad y justicia, ``algo'' --algo cada vez más inexplicable-- sucede en nuestro país: el triste caso True es espejo de la cotidianidad mexicana.
He platicado con dos corresponsales extranjeros que aseveran que True no consumía ni drogas ni alcohol. Quienes conocen a los huicholes, consideran poco probable que éstos lo hayan asesinado ``sin motivo''. Aun cuando puedan ser cuestionables los argumentos previos, el camino seguido y la situación en la que se encuentran las investigaciones son deplorables. Acorde con las autopsias, True tuvo dos muertes.
Aunque en México ya nada sorprende, dos fallecimientos en una sola persona siguen, por suerte, siendo motivo de incredulidad. Mientras que la primera autopsia aseveró que la muerte fue por asfixia, la segunda habla de traumatismo craneoencefálico. Mientras que una habló de violación y de rastros de alcohol etílico y metanol, en la otra, esos diagnósticos no fueron corroborados. Y así sucesivamente. No se requiere ser médico para comprender que las diferencias entre asfixia y traumatismo craneoencefálico son demasiado obvias. ¿Por qué dos procedimientos idénticos arrojan resultados contradictorios? ¿Habrá alguna o algunas verdades tan oscuras que deban esconderse?
Durante las pesquisas intervino el Ejército Mexicano. Según huicholes fueron 2 mil elementos los que participaron en la búsqueda del cadáver y de los probables asesinos. En el proceso fueron inculpados dos huicholes. La Comisión Estatal de Derechos Humanos ha precisado que ``... además de haber torturado al gobernador tradicional de San Sebastián Teponahuaztlan, los soldados podrían haber cometido actos de tortura, allanamiento de morada y de prepotencia contra diversos indígenas del rancho Yoata''. La mista CEDH documentó, en otros huicholes, la retención de uno duarnte tres días sin alimento, la amenaza de arrojar a otro desde el helicóptero, y el encadenamiento a un árbol y la golpiza a otros huicholes ``para que confesaran''. Nuevamente se respira la indefensión y el menosprecio hacia los indígenas.
Es muy probable que la causa de la muerte de True nunca se sepa. Cualquier aseveración no será confiable: la estela de contradicciones y abusos es gigante. La muerte del periodista, ya sea por accidente, asesinato, o por cualquier otra causa, amén del terrible suceso y la viudez prematura de una madre embarazada, es un viaje y repaso de la atmósfera de incredulidad, desesperanza y ahogo que viven la justicia y la razón en México.