A cinco años de entrar en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC), una evaluación de sus resultados arroja saldos negativos.
El gobierno sólo puede atribuirle dos resultados positivos. Uno es el superávit comercial de 8 mil millones de dólares en el comercio con Estados Unidos para 1998. El otro es la inversión extranjera captada entre 1994 y 1998 (65 mil millones de dólares), aunque el primero es insuficiente para revertir el déficit de la balanza comercial total. Pero, ¿era necesario el tratado para obtener esos resultados? La respuesta es negativa.
El superávit comercial con Estados Unidos proviene de las maquiladoras, cuyo saldo positivo supera 7 mil millones de dólares; es decir, casi 90 por ciento del saldo comercial favorable con Estados Unidos se explica por las maquiladoras. El resto proviene de las exportaciones petroleras. Maquiladoras y petróleo son los pilares del saldo comercial positivo con el vecino del norte.
Ahora bien, en Malasia, Tailandia e Indonesia la industria maquiladora se estableció sin necesidad de un TLC. Se dirá que se debe a que los salarios son sumamente bajos. Pero en México sucede lo mismo: los sueldos promedio en esa industria son 2.5 veces inferiores al salario promedio de la industria manufacturera no maquiladora. Por esa razón y por las constantes violaciones a los derechos laborales, es absurdo descansar la economía en la industria maquiladora como fuente principal de nuevos empleos.
Bajo esta óptica, el TLC aparece como un instrumento innecesario. Hubiera bastado consolidar reglas claras y estables para esa industria, permitiendo su instalación en México con los incentivos que ya disfrutaban; ella no necesita garantías absolutas porque en su inmovilidad reside su poder de negociación. Si se cambian las reglas (por ejemplo, exigiendo mayor integración nacional), responde abandonando el país. Para atraer maquiladoras no era imprescindible un TLC.
En el renglón de la inversión extranjera, el gobierno asegura que el tratado ofrece seguridad y garantías a los inversionistas extranjeros. Pero las cifras demuestran que la inversión extranjera no acudió al llamado más que parcialmente y que el compromiso con el proyecto económico salinista ha sido frágil.
Entre 1994 y 1998, la inversión extranjera alcanzó 65 mil millones de dólares, de los cuales 43 mil millones fueron de inversión extranjera directa (IED) y 22 de cartera. La cifra de la IED corresponde a la inversión ``notificada'' a la Secofi y no sabemos cuánto de ese monto, efectivamente, cristalizó en proyectos productivos. Se ignora también cuánto sirvió para la adquisición de empresas ya existentes sin creación de nueva planta productiva.
El nivel de la inversión extranjera directa en Indonesia, Malasia, Tailandia o Brasil es comprable en términos relativos con la obtenida por México. Sin embargo, esos países carecen de un TLC con un capítulo sobre inversión extranjera que todo entregó (y sirvió de modelo al Acuerdo Multilateral de Inversiones recientemente repudiado hasta en la OCDE).
Por su parte, la inversión extranjera en cartera fue atraída por la alta tasa de interés de los papeles mexicanos, no por el TLC.
La elevada tasa líder tuvo múltiples efectos perversos al arrastrar al alza la constelación de tasas de interés domésticas. De todos modos, cuando la tasa líder no fue premio suficiente, los flujos de capital se revirtieron, como en 1994 y en varios episodios entre 1996 y 1998. En síntesis, el capital extranjero nos dio el mismo trato que a Indonesia o Tailandia, aunque esos países carecen de un TLC.
El problema no es que las concesiones en el TLC se hicieron en aras de raquíticos beneficios. El punto es que esos beneficios pudieron alcanzarse por otras vías menos onerosas.
El TLC estuvo mal concebido y mal negociado. Significa un retroceso en la evolución económica de México. Impone restricciones institucionales mucho más severas que las existentes en el marco de la Organización Mundial de Comercio. Impide el uso de importantes instrumentos de política económica. Lejos de diversificarse, el comercio exterior se concentró. Y ahora el gobierno incumple los compromisos adquiridos con productos mexicanos durante la negociación.
Muchos analistas repiten desde su reducto de ignorancia que la renegociación del TLC no tiene ninguna viabilidad política. Eso está por verse. Por el momento, lo que sí está demostrado es la necesidad económica de redefinir capítulos clave del acuerdo. Un gobierno responsable deberá buscar abrir espacios políticos para hacer viable la renegociación.