ECONOMIA MORAL Ť Julio Boltvinik
Samba, globalización y oportunismo
Ahora parece más evidente que la economía mexicana se encamina a la recesión. Después de la devaluación brasileña, y su impacto inmediato en México en tipo de cambio, tasas de interés, cotizaciones de la bolsa de valores, expectativas inflacionarias y de crecimiento, ha aumentado el pesimismo y se pronostican crecimientos de la economía cercanos a uno por ciento y de inflación cercanas al 20 por ciento. La caída de los precios internacionales del petróleo, que inició en 1998 la contracción fiscal, refleja la crisis de sobreproducción que, en muchas ramas de la economía, viene experimentando el mundo desde hace varios años. La crisis mundial, aunque tiene su manifestación inmediata en la esfera de las finanzas, es una consecuencia de esta crisis de sobreproducción. Un ejemplo de las muchas evidencias al respecto es lo señalado en el número de Business Week del 10 de noviembre de 1997: ``Por primera vez en mucho tiempo, existe sobrecapacidad productiva en diversas industrias, desde los semiconductores hasta los autos, y el exceso de oferta se agravará a medida que los países asiáticos intenten salir de sus problemas aumentando sus exportaciones''.
Si bien es urgente regular los flujos de capital financiero para evitar los fuertes daños que los bruscos traslados masivos de capital producen en la economía mundial, en el fondo subyace un problema estructural más grave. A riesgo de caricaturizar conviene esbozarlo en términos muy generales. La apertura de la inmensa mayoría de las economías del mundo a flujos de mercancías y de capitales ha provocado que cada país, particularmente los subdesarrollados, perciban que su competitividad en el mercado de mercancías depende del abatimiento de sus costos de producción, y que su competitividad en el mercado de capitales dependa de las ventajas de seguridad y rendimiento que ofrezcan a los capitales financieros internacionales. Es importante notar que hasta antes de la crisis de la deuda los bancos del primer mundo colocaban sus préstamos al tercer mundo en dólares y otras monedas fuertes, mientras que la forma del flujo financiero de hoy es diferente. Los capitales líquidos compran acciones y valores de renta fija en los llamados mercados emergentes en las monedas locales. Este es el sentido en el que se puede hablar de mercados emergentes. Pero si antes el riesgo derivado de las posibilidades de devaluación lo asumía enteramente el deudor, ya que los préstamos estaban denominados en dólares u otras monedas fuertes, ahora el riesgo de la devaluación lo asume el acreedor. Esto cambia enormemente la presión que estos inversionistas ejercen, directa e indirectamente (a través de los gobiernos del primer mundo y de los organismos financieros internacionales) en las políticas nacionales para que éstas mantengan bajo control la inflación y aseguren la estabilidad de las monedas. De ahí el empecinamiento y las promesas, ahora se ve que inútiles, de Cardoso para evitar una devaluación del real.
Mano de obra barata
La ventaja competitiva principal de nuestros países radica en el bajo costo de la mano de obra. Dada la percepción del mayor riesgo asociado a las inversiones de capital en nuestras naciones, las políticas monetarias han hecho prevalecer altas tasas de interés reales, área en la que tenemos costos mucho más altos que los países avanzados. Por lo tanto, en esta lógica perversa, no quedaría más remedio que acentuar la ventaja original y alcanzar la competitividad por el costo aún más bajo de la mano de obra. Esto ha llevado a muchos países, entre ellos México, a instrumentar políticas salariales y de seguridad social que abatan el costo empresarial de la mano de obra. Con ello, los países se involucran en un dumping social, que consiste en tratar de vencer al competidor abaratando más que ellos el costo de la mano de obra.
Pero con ingresos de la población trabajadora en descenso, en prácticamente todo el mundo, se reduce el mercado interno mundial, lo que explica varios rasgos de la economía global actual: 1) las tendencias crecientes a la desigualdad en casi todo el orbe, 2) la sobreproducción y las tendencias deflacionarias en la economía mundial y 3) el exceso de liquidez a escala mundial, que se expresa en la masa enorme de capitales líquidos flotantes. La regulación global requerida se relaciona, por tanto, no sólo con los flujos financieros, sino también con las condiciones de los trabajadores que producen las mercancías globales. Entre ellas, el respeto a las leyes y a los acuerdos internacionales de tipo laboral (jornadas de trabajo, seguridad social, prohibición del trabajo infantil, salarios mínimos, etcétera). La globalización ha debilitado enormemente a los sindicatos. Las luchas de éstos se vieron frenadas ante el chantaje del capital sobre su eventual traslado a otro país. La regulación previsible en este campo pasaría desde luego por el desarrollo de sindicatos internacionales y por el de acuerdos intergubernamentales, a la manera de la Organización Mundial del Comercio, para impedir el flujo de mercancías que no cumplen con estas condiciones.
Este tema se relaciona con el de la parcialidad de la globalización. En efecto, ha sido una globalización cuyos rasgos han estado dictados por las necesidades e intereses de las grandes corporaciones trasnacionales, 500 de las cuales llevan a cabo 75 por ciento del comercio mundial. Lo que ellos buscan es mano de obra barata y sindicatos débiles, de tal manera de minimizar los costos de su proceso productivo, realizando cada fase del mismo en el lugar del mundo que les resulte más conveniente. Para ello necesitan libre movilidad de las mercancías y de los capitales, y trato igualitario para la inversión extranjera. La movilidad de los trabajadores no les resulta ventajosa sino potencialmente peligrosa, ya que tendería a igualar las remuneraciones a escala mundial. Sin embargo, el orden económico resultante es sumamente ineficiente, puesto que mantiene centenares de millones de trabajadores subempleados y desempleados en los países periféricos, y muy mal remunerados a los que sí tienen empleo, mientras hace vivir a los habitantes de los países centrales, innecesariamente, en una economía de escasez de mano de obra, de mano de obra cara, del self-service y de la falta de personas para cuidar a los menores, a los ancianos y discapacitados, por no mencionar la ausencia de mano de obra para levantar las cosechas. La inmovilidad de la mano de obra, legalmente hablando, además de injusta para la gente es inconsistente desde el punto de vista del modelo. Es un elemento adicional detrás de la crisis de sobreproducción, ya que como lo muestran los trabajadores mexicanos en Estados Unidos, muchos de ellos indocumentados, los ingresos que remiten a sus familiares les permiten a éstos la compra de muchos productos de las trasnacionales, que de otra manera no podrían adquirir.
Sobre temas muy similares a los que hemos discutido previamente apareció un artículo en Excélsior, el miércoles 13, firmado por el ex presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, y por el profesor de leyes de la Universidad de Harvard, Roberto Mangabeira Unger. El insólito escrito se titula ``El mercado de capital global no es la salvación''. En él sostienen que: 1) La especulación daña las economías reales. 2) Las perspectivas para el crecimiento requieren que los países sean menos dependientes del casino financiero y dependan más de sus propios ahorros. 3) La globalización beneficia a una ``vanguardia'' pero quedan atrás los de la retaguardia, y que el costo que esto implica es demasiado alto. 4) La ortodoxia del consenso de Washington o neoliberalismo del Atlántico Norte, ``ha confundido la necesidad de mantener abierta la economía del mundo con los intentos de imponer a los países un camino particular hacia la libertad y prosperidad''. 5) La crisis ha quebrado el consenso, haciendo evidente que las democracias del Atlántico Norte no tienen el ``derecho de patente en el mercado''. La idea del pluralismo de mercado está remplazando al consenso de Washington. 6) La búsqueda de ahora se centra en una alternativa progresiva que debe ``aceptar el histórico giro a la economía del mercado, pero no requerirá a los gobiernos nacionales arrodillarse ante las finanzas internacionales''. 7) La alternativa ``buscaría dar forma a algo que la mayoría de la humanidad desea: libertad económica y progreso económico, sin dejar a la mayoría de la sociedad en la pobreza y abandono''.
A continuación, Salinas y su coautor enumeran algunos elementos de esta alternativa: 1) ``Para minimizar los efectos perturbadores del libre comercio y flujos de capital, el capital y la mano de obra deben ser libres para cruzar las fronteras nacionales. Para ello tiene que haber una regulación más eficaz de las instituciones financieras domésticas y controles selectivos a los flujos de capital de corto plazo, así como acuerdos internacionales entre gobiernos y sindicatos en asuntos de migración''. 2) ``Debe ser abandonada la ideología neoliberal de que sólo la privatización puede crear riqueza. En su lugar puede haber asociaciones pragmáticas entre gobierno y empresas...''. 3) Para evitar la dependencia de los flujos de capital foráneos deben aumentarse los ahorros internos, públicos y privados; en este último caso sobre todo a través de ahorro obligatorio en fondos de retiro. 4) Aumentar los impuestos al consumo para financiar un gasto social más alto, que debe llegar a 30 por ciento del PIB para cerrar la brecha entre pobres y ricos. El texto termina diciendo que ``insistir en que el neoliberalismo del Atlántico Norte es el único camino, convierte a los pueblos en enemigos del mercado porque ven a los mercados como enemigos de los pueblos. A final de cuentas, el pluralismo del mercado es la mejor solución para todos''.
Extrañas razones
El texto es interesante. En un espacio relativamente corto logra señalar aspectos importantes. En primer lugar, debe comentarse lo obvio y que ya ha sido materia de burla por caricaturistas y comentarios diversos: es muy extraño que este texto esté firmado por Salinas. Resulta muy extraño que el privatizador a ultranza de la economía mexicana señale que la privatización no es la única manera de crear riqueza. Suena a contrapelo que el que negoció el TLC sin siquiera abrir a discusión el tema del movimiento de personas venga hoy a hablar del libre movimiento de la mano de obra. Que el Presidente que privatizó, desreguló y dejó sin supervisión a la banca -lo que habría de llevar a la crisis bancaria que los mexicanos pagaremos por 20 o 30 años- proponga una regulación más eficaz de las instituciones financieras. Que el mandatario que llegó a convertir a México en el paradigma del modelo neoliberal del Atlántico Norte, en orgullo del FMI y del Banco Mundial, hable ahora del pluralismo de mercado. La referencia a los gobiernos que se arrodillan ante las finanzas internacionales, ¿podrá leerse como una confesión de cómo se sintió? La idea central, el pluralismo de mercado, está anclada a una declaración de fe en el mercado como el camino único de la libertad y el progreso. Muchas ideas expuestas han sido ya puestas en vigor en México por el gobierno de Zedillo, como el aumento al impuesto al consumo (sorprende también que esta declaración venga de quien redujo la tasa del IVA de 15 a 10 por ciento) o la transformación del sistema de pensiones para generar ahorro interno obligatorio. La idea de la libre movilidad de la mano de obra coincide con lo señalado más arriba. Cuando los barcos se hunden -y el del neoliberalismo está en ese camino a paso acelerado- hay dos tipos de reacciones entre quienes van en él: quienes se apresuran a deslindarse de ese barco, los oportunistas, y la de los fieles que se hundirán con el barco, los fundamentalistas. Lo difícil era criticar al neoliberalismo cuando era un barco que navegaba a velocidad de crucero, para usar un término de Gurría.