Es inevitable que las economías emergentes continúen bajo la presión del capital especulativo. En la medida en que éstas requieran el dinero volátil del exterior, las consecuencias serán siempre las mismas. El problema estructural de los países que sufren escasez de ahorro interno y poca capacidad de crecimiento con su propio impulso ha sido agravado por la globalización financiera, admitida por sus gobiernos como algo inevitable e, incluso, benéfico.
Lo que está ocurriendo con el llamado efecto samba no es más que lo previsto. Brasil no podía sostener artificialmente una paridad cambiaria, lo cual era conocido por los inversionistas golondrinos, quienes se han visto orillados a proteger su dinero refugiándose en monedas más fuertes. Lo mismo ocurre en México, sólo que aquí eso se produce casi todos los días y, además, la tasa de interés es tan monstruosamente alta que brinda ganancias extraordinarias.
Cuando, en Brasil, el capital especulativo toca retirada, también lo hace en México como medida preventiva, ya que se sabe que la misma estructura opera aquí y allá, aunque la moneda brasileña haya tenido un tipo de cambio fijo y la mexicana se encuentre en flotación. De igual manera, el Banco de México tiene que intervenir, por cuenta de la reserva, cuando los especuladores empiezan a demandar grandes cantidades de dólares.
La política de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos ha sido en casi todos los aspectos de corte globalizador. Hoy, se admite sin recato que se requiere el dinero volátil y hay que dar a éste toda clase de garantías. Existe, sin embargo, la posibilidad de que la balanza de pagos pueda equilibrarse sin el capital especulativo, siempre que la cuenta corriente pueda ser manejada adecuadamente, es decir, con un ajuste en los intercambios de mercancías y servicios. Frente a esto, los gobiernos de América Latina hacen exactamente lo contrario: carecen de política industrial y fomentan las importaciones con propósitos antinflacionarios.
La apertura comercial y financiera ha sido concebida sin la menor responsabilidad, en el marco de la adoración del mercado libre, pero sin programas de fomento a la producción y solución de problemas sociales, especialmente la escasa expansión de la inversión y el consumo internos. Cuando el Estado se desentiende de tan importantes cuestio- nes, los empresarios latinoamericanos son, una vez más, incapaces de dar las respuestas adecuadas, como lo han sido a través de toda la historia: no se forma una burguesía de gran alcance sólo con decretos desrregulatorios.
Las estructuras de concentración del ingreso operan en la región como elementos de contención de la economía. Es completamente falso que sea posible contar con empresas fuertes y pueblo pobre. Sólo aquellos sectores empresariales que conquistan mercados en el exterior logran una expansión consistente y alcanzan a beneficiarse de las crisis financieras de sus propios países, pero se trata de un segmento relativamente pequeño de las economías nacionales. El resto del aparato productivo vive enmedio de crecientes dificultades y carece de capacidad de expansión, más aún cuando el rédito alcanza niveles increíbles, como es el caso de México.
La crisis financiera (es decir, de financiamiento macroeconómico) va a continuar inevitablemente mientras no se realicen reformas sociales y se modifique la política económica del Estado. Para el presente año, la crisis de las finanzas públicas repercutirá en la situación general, pues los ingresos no están garantizados suficientemente; el gobierno ha hecho mal los cálculos: la tasa de interés elevará el costo financiero de la deuda, el pago del Fobaproa seguirá siendo el mayor agujero presupuestal, el precio del crudo difícilmente llegará en promedio a 9.25 dólares por barril y la devaluación del peso mexicano será mayor que la programada, con el consecuente incremento del servicio de la deuda externa.
Los cambios estructurales de la economía no empezarán antes del año 2001, si es que el país decide mudar definitivamente de gobierno y se orienta por la opción popular y democrática. Mientras tanto, la crisis de fin de sexenio ya ha empezado, aunque el gobierno culpa de todo a los ``efectos'' provenientes del exterior: se es tan globalizador como es posible y luego se dice que la globalización es la causa de todos los males, como si se tratara de un huracán que llegó del océano.