El estreno, más bien sin pena ni gloria, de la obra premiada en el primer Concurso Héctor Mendoza, nos obliga a muchos a hacernos varias preguntas. No vi la escenificación porque esperaba una invitación que nunca me llegó a pesar de haber sido jurado, junto a Braulio Peralta, en dicho concurso, lo que no deja de ser una más de las extrañas cosas que suelen ocurrirme. Cuando, pese a todo, decidí que debería verla -ya que me enteré de ella gracias a la cartelera- supe que el Teatro en Espiral, el escenario en que se llevaba a cabo estaba cerrado por cambio de sede, pero de cualquier manera no cesaron mis dudas (más allá de las cualidades de texto y montaje) acerca del destino de las obras premiadas en los diversos concursos.
Este al que me refiero se realizó gracias a la generosa iniciativa de Miguel Angel Pineda y su revista Gala teatral, ahora en suspenso. Recuerdo la satisfacción que produjo en muchos la iniciativa, la esperanza de que sucesivas ediciones de la misma permitieran elevar la calidad -no siempre alta- de los textos sometidos, la espectativa siempre presente de ver surgir los nuevos grandes talentos de nuestra dramaturgia. El concurso no tuvo nuevas ediciones y no es culpa de Miguel Angel, sino de la eterna falta de fondos que suele ahogar muchos bellos proyectos en los tiempos de crisis. Pero no es eso lo que me interesa examinar ahora, sino el hecho de que La ropa sucia, la obra ganadora, tuviera que esperar varios años para su estreno en uno de esos pequeños espacios que se quieren alternativos pero están muy lejos de conformar un ``off-México'', pero ese es otro problema.
No fue falta de publicidad. En su momento, en un concurrido desayuno de prensa, se dio a conocer el fallo. Y he aquí que nada pasó y no hubo directores interesados. No pongo en duda la validez de los concursos, porque es una de las maneras de que autores incipientes y sin muchas relaciones en el medio se puedan dar a conocer, pero está visto que nuestros jóvenes dramaturgos exploran otros caminos para que sus obras suban a escena, algunos con mucho éxito. Me pregunto si la extendida idea de la ``mano negra'' que ya se ha vuelto una negra leyenda acerca de la proclividad de los jurados a favorecer a recomendados no tenga su pequeña parte, aunque ni yo ni ninguna de las personas con las que trato hayamos tenido o visto favoritismos de ninguna especie.
El dramaturgo desconocido, ese abstracto ser en el que ponemos tantas esperanzas de renuevo, no se concreta a través de los concursos, a diferencia de épocas pasadas. Los nuevos talentos hilan sus redes con directores de su generación y no siempre someten sus obras al parecer de un jurado que muy bien puede equivocarse. Por otra parte, se ha demostrado hasta la saciedad que premio en concurso no es aval de montaje.
El más importante de los concursos de dramaturgia en nuestro país es el de Baja California, que otorga el ostentoso título de Premio Nacional de Teatro de cada año. En una ocasión fui jurado también de dicho galardón y mi malestar fue mayúsculo ante el bajo nivel de las obras presentadas. Propuse entonces que el concurso borrara lo de ``premio nacional'' y se quedara en Premio Baja California, sin mucho éxito y si en su momento no hice pública esta propuesta fue porque cobré honorarios y tengo por principio no escribir acerca de hechos en donde recibo pago. Pero como me hice la promesa de no volver a participar en tan engañoso asunto, ahora propongo formalmente que este concurso no sea visto como un gran premio nacional, porque está muy lejos de ser representativo de nuestra dramaturgia, opinión compartida por algunas personas que también han sido jurados: ni siquiera la obra elegida es superior a la mayoría de lo que se ve en nuestros escenarios en un año.
Lo más triste es que, en tiempos de secas, una jugosa bolsa de dinero acompaña al premio, pero es lo único que lo acompaña, porque pasa más bien desapercibido ante la opinión pública y el medio teatral. Tampoco en este caso se encuentra una pronta escenificación y, cuando por fin llega a haberla, no se produce el momento casi mágico en que se descubre un nuevo e importante talento.