ASTILLERO Ť Julio Hernández López
Con absoluta claridad se va colocando Francisco Labastida Ochoa como el favorito del aparato tradicional priísta para la candidatura presidencial. Tan evidente es la línea en favor del secretario de Gobernación, que el mismísimo Manuel Bartlett dice, desde la Puebla en la que hace maletas, que todos ven al sinaloense como el bueno, menos él, todavía gobernador poblano.
Deseoso de contradecir las evidencias de favoritismo hacia don Francisco, Bartlett asegura que no hay candidato del Presidente para el 2000, y que quien así lo diga está violando la palabra del doctor Zedillo.
No hay, sin embargo, en el panorama político tricolor ninguna dificultad para percibir el esfuerzo de aglutinamiento de fuerzas que se realiza en torno de Labastida Ochoa. En la cúpula zedillista se está impulsando la definición en favor del hombre de Bucareli, a sabiendas de que no pueden continuar por más tiempo con la indefinición interna, mientras Vicente Fox se pasea por todo el país en abierta campaña, y a Cuauhtémoc Cárdenas le ayuda involuntariamente Porfirio Muñoz Ledo a acelerar los tiempos.
De lo que se trata, pues, es de hacer sentir al priísmo, y a la opinión pública en general, que hay un precandidato oficialista fuerte, con línea que -controlando los hilos de la política interior (como Fox y Cárdenas los de las entidades que gobiernan)- va tejiendo su propia figura. El representante del zedillismo para este momento es, pues, Labastida Ochoa, y en derredor de él se ha construido una red de apoyos que incluye ex gobernadores y mandatarios en funciones.
Pero a pesar de los indicios fuertes que apuntalan la figura del sinaloense, no está de más mantener ciertas reservas necesarias. Al interior del zedillismo ha funcionado una especie de pacto político civilizado, en el cual convergen Labastida Ochoa y otros dos secretarios, como son Esteban Moctezuma Barragán y Juan Ramón de la Fuente.
En ese esquema, Labastida es, hoy, en estos momentos, con gobernadores como Bartlett y Roberto Madrazo presionando fuerte, el hombre adecuado para la contención de los adversarios y para unir fuerzas proclives, sobre todo del aparato duro del priísmo. Pero no necesariamente él debe ser quien al final reciba los frutos del esfuerzo de abrirse como puntero en la lucha interna.
En ciertos segmentos que influyen en el ánimo presidencial, está bastante claro que el PRI correrá muchísimos riesgos en el 2000 si su candidato es un hombre demasiado identificado con la ortodoxia priísta. De nada servirá, en ese análisis, un héroe de las bases tricolores, aclamado en asamblea por el parque jurásico en pleno, si a la hora de las votaciones constitucionales los votantes rechazan justamente ese fortísimo aroma dinosáurico.
La solución, aseguran los genios del palacio (es decir, de Los Pinos) será un candidato que sea aceptado por la franja tradicional del PRI, mediante arreglos y acuerdos subterráneos, pero que de cara al gran electorado aparezca distante de esas ortodoxias del tricolor. Moctezuma, sobre todo, pero también De la Fuente, pudiesen ser, en ese esquema, las cartas ocultas que, justamente por su aparente falta de colmillo, por su presunta debilidad, por su carencia de experiencia, pudiesen encajar en un giro de última hora que podría ser operado por el gran aglutinador de hoy, que es Labastida Ochoa.
Confesiones privadas, declaraciones públicas
El nuncio apostólico, Nuncio Mullor, ha señalado que México necesita en estos momentos una ``enorme reconciliación'', pues de otra manera se vivirán enfrentamientos más agudos que los hasta ahora conocidos.
La voz del representante del Vaticano en México se suma a las expresadas por otros personajes (entre ellos, días atrás, Felipe Calderón Hinojosa, el presidente nacional del PAN; ayer mismo, en Nezahualcóyotl, Ricardo Monreal insistía también en el tema, hablando claramente de los riesgos de la infiltración del narcotráfico en la política) que también advierten de los riesgos de polarizaciones a los que ha llegado nuestra crispada vida pública.
Así como las pláticas de café o restaurante en la capital del país han ido derivando en los últimos semestres hacia los temas de la violencia social -número de asaltos, grado de crueldad, impunidad- también es notable el hecho de que ahora son muchos los políticos que dedican buena parte de sus especulaciones a analizar el punto de los riesgos de la violencia política, en particular la relacionada con los tiempos electorales.
Un alto funcionario del gabinete se preguntaba recientemente en una plática privada cuál debería ser la proporción de violencia política esperable en el 2000, a partir de los datos existentes en 1999. ¿Quién se imaginaba en 1993, es decir, en la víspera de las elecciones presidenciales en las que participaría Luis Donaldo Colosio, lo que pasaría al año siguiente?, reflexionaba el secretario. Y terminaba preguntándose qué sería previsible para el 2000 a partir del escenario actual.
Así es que, en el fondo, el nuncio Mullor no hace sino expresar, en público, parte de las confesiones privadas de los políticos mexicanos.
En legítima defensa
El jefe del gobierno mexicano ya no ha querido avanzar en el debate que inició el viernes recién pasado en San José, Costa Rica, a propósito del populismo y los políticos irresponsables.
Luego de que había abierto fuego contra Itamar Franco, ex presidente de Brasil y ahora gobernador del estado de Minas Gerais, por considerarlo un político irresponsable, causante de la crisis económica reciente en Latinoamérica, el presidente Zedillo ha evitado que la confrontación continúe. La misma actitud ha asumido el gobierno brasileño, de signo contrario al del citado Franco.
No deja de resultar frustrante que el ánimo polémico del presidente mexicano haya resultado tan efímero. Decidido como estuvo en San José a hablar con claridad y a asumir las consecuencias de su postura, dio marcha atrás con celeridad, apenas tuvo enfrente una respuesta directa del citado Itamar, quien acusó al gobierno mexicano de corrupto, y recordó que ni siquiera ha tenido capacidad suficiente para resolver un problema como el de Chiapas.
Empatados en cuanto a declaraciones adversas, Itamar y Zedillo habrían estado en condiciones adecuadas para desarrollar una discusión pública seria e interesante. No de otra manera podrían entenderse las palabras del doctor Zedillo, quien fue el que se trepó primero al ring internacional. El presidente de una nación importante en el contexto regional, como es Zedillo, estaba obligado a guardar diplomático silencio ante hechos que le molestasen, como las decisiones tomadas por Itamar, o bien, como lo hizo, al hablar públicamente, a pedir posteriores disculpas por entrometerse en asuntos de otras latitudes o a sostener con decoro los términos de una discusión buscada.
En cambio, al primer revire, la embajadora mexicana Carmen Moreno del Cueto ha dicho que el gobierno mexicano no volverá a entrarle al tema. De paso, y con simple oratoria, negó la funcionaria que el nuestro sea un país corrupto. Doña Rosario Green, por su parte, ha hecho callar su acreditada academia de traduccciones al gusto del cliente, y se ha abstenido de emitir declaración alguna. Dama con gran experiencia en la diplomacia, conocedora de leyes y reglas, protocolos y formas, ¿aguantará doña Rosario en su sillón de Tlatelolco tan sonado desatino de su jefe, o tendrá la determinación suficiente para enmendarle la plana a éste y acaso dejarle con la responsabilidad única?
Astillas: Un pasito más en el proyecto de futuro que desarrolla Miguel Alemán Velasco, quien desde el gobierno veracruzano ha organizado -junto con empresarios locales- el rescate del equipo de futbol conocido como Los Tiburones Rojos. Los aficionados están, desde luego, muy agradecidos por la compra hecha con dinero de gobierno y de particulares...
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