La Jornada martes 19 de enero de 1999

Bernardo Barranco V
Para entender la visita del Papa

El motivo central de la cuarta visita del Papa es entregar un documento que recoge las principales afirmaciones del Sínodo de las Américas que se desarrolló en Roma a fines de 1997. Es decir, presentará el documento posinodal, en el que además de recoger los debates de los obispos del continente también aportará sus propias orientaciones. Sin embargo, el viaje tiene una dimensión conmemorativa y simbólica porque coincide con los 20 años de su primer viaje de aquel lejano 1979 en el que, en ese momento el joven y atlético Juan Pablo II, descubría el poder de su carisma ante las masas; dicho de otra forma, el papa Wojtyla celebra sus 20 años de haber encontrado aquí su perfil peregrino, presentando a la opinión pública lo que para muchos es su testamento pastoral para el continente.

En realidad, la cuarta visita, el sínodo y la presentación del documento posinodal forman parte de un vasto operativo del Vaticano para gestar el Gran Jubileo que se inicia la Navidad de este año y concluye el 6 de enero del 2001. Sobre el texto y los discursos del pontífice, pocas novedades encontraremos. A más de 20 años de un largo mandato, lo ha dicho casi todo; más bien será un momento de grandes síntesis y de cierre. En el fondo, la cuarta visita representa un testamento y el legado de un hombre que ha marcado a la Iglesia católica universal en este fin de siglo; será el cierre de un proceso de diálogo, confrontación e interlocución, en el que finalmente el Papa se impuso, con un continente que se transforma en el inicio del tercer milenio, en el área más importante de la catolicidad mundial: numéricamente, América no sólo es mayoría, sino que sus iglesias y estructuras eclesiásticas tienen peso, tradición y posicionamiento social.

A diferencia de las iglesias europeas, cuyo promedio de edad en el clero es de más de 73 años, las de nuestro continente acompañan realidades más vitales, particularmente las religiosidades populares fuertes. Sin embargo, sería triunfalista quedarnos en un plano comparativo, el continente americano sufre severas y amenazantes crisis que van desde las económicas hasta las de valores, según la visión del Vaticano.

Juan Pablo II ha impuesto una visión continental globalizadora cuya identidad no fluctúa en torno a cultura, razas, usos y costumbres, sino a grandes problemas que se presentan tanto en el norte como en el sur y requieren respuestas sociales y soluciones pastorales comunes. ¿Cuáles son esos problemas? A manera de ejemplo, los modelos económicos diseñados por los tecnócratas del norte y sufridos por las poblaciones en el sur; las migraciones, la lacerante pobreza del sur y las corrientes migratorias hacia el norte; aquí, en materia de dignidad y derechos humanos, una de las áreas más delicadas de la Iglesia son las sectas que nacen en el norte y se consumen en el sur; el narcotráfico y la corrupción de esferas empresariales y políticas que requieren un planteamiento general y no particularizado.

En fin, hay otros temas como indígenas, secularización, urbanización, medios de comunicación, etcétera, que el Papa quiere abordar de manera práctica y buscarle una solución de conjunto. Sin duda, Juan Pablo II, además del valor cuantitativo en términos religiosos, otorga al continente una importancia política, económica y militar que nunca antes había tenido. Como lo reconoce la propia curia vaticana, la hegemonía y conducción del mundo está hoy en Norteamérica; podemos reconocer así, cómo el discurso social del Papa ha cambiado, sobre todo a partir de la caída del muro de Berlín, matizando sus críticas al socialismo; por el contrario, endurece su postura hacia el capitalismo salvaje, el neoliberalismo, etcétera, cuyo epicentro ya no está en Europa sino precisamente en Estados Unidos.

Es decir, la geopolítica propuesta por el Papa al robustecer las estructuras eclesiásticas, particularmente la de Estados Unidos, para tener mayor capacidad de presión y de interlocución, ya que esa parte del continente, según la óptica católica, genera un estilo de vida materialista e individualista que rompe con la larga tradición de la familia católica productora y generadora de valores. Del norte surgen no sólo los modelos económicos, sino los nuevos movimientos religiosos, sectas que invaden el universo popular del continente y el new age que seduce a las clases medias y altas; por lo tanto, no es gratuito que el Papa, desde México, venga a hablarle al continente, pues México es un puente cultural entre el norte y el sur de la América que entra al tercer milenio con el continente de la catolicidad.