Marx llamó Economía vulgar a las tesis de quienes siempre quedaron satisfechos con las apariencias. Hoy esas tesis predominan en el mundo, y los pericos las repiten con beligerancia ignorante mientras las desdichas de millones crecen explosivamente.
Con un déficit público cercano al 8 por ciento del PIB, y después del anuncio imprudente de Itamar Franco de meter en mora a su gobierno, Brasil acaba de vivir el episodio de una huida masiva de capitales y el desplome de la bolsa. Los acólitos de la religión neoliberal, posesos y descompuestos, se apresuraron a ``demostrar'' cómo un alto déficit fiscal y persistentes presiones inflacionarias son ``las causas'' de que la torpe mueca del gobernador de Minas Gerais provocara una estampida financiera con sus efectos adversos en la esfera financiera de numerosos países. Cuando el gallo canta, el sol sale. No muy lejos de esta mágica ``relación causal'' de los antiguos se hallan las explicaciones de los nuevos liberales.
En Costa Rica, el presidente Zedillo dijo que ojalá éste sea el último monumento que se levanta en América Latina a los hacedores de miseria, los políticos populistas. La historia negra de América Latina, dijo enfático, es la del populismo, la demagogia y la promesa fácil. Antes había dicho que ``a diferencia de lo que ocurría en los viejos tiempos del proteccionismo comercial y el movimiento limitado de capitales, hoy ya no existen aquéllos márgenes que permi- tían apartarse de políticas fiscales y monetarias responsables y congruentes''.
Asombra que el presidente crea que la racionalidad llegó con ellos, los nuevos liberales, y que antes fue la historia negra de los ``hacedores de miseria''. Asombra también su autodefinición de luz por fin venida a esta tierra de ciegos irresponsables.
El populismo hoy es imposible. Pero un día fue posible, y los asesores presidenciales bien harían en enterarse en qué consistió su necesidad histórica; muy lejos, por cierto, de una mera irresponsabilidad fiscal y monetaria. Bien harían también en tener presente que en pocos periodos de la historia moderna ha habido en América Latina tan eficaces ``hacedores de miseria'' como los nuevos liberales.
Hoy, en un marco de presión inflacionaria creciente, alto déficit fiscal y de balanza de pagos y deuda elevada, la estampida de capitales, las caídas bursátiles y las devaluaciones son un riesgo permanente. Pero quien crea que ahí existe una relación causal necesaria, cree en pamplinas.
Comportarse con ``responsabilidad'' respecto a esas tres variables económicas sólo significa que hoy por hoy no podemos sino someternos a los intereses de la clase rentista del mundo y de los grandes consorcios monetarios (bancos centrales, bancos comerciales, sociedades de inversión, compañías de seguros, corredurías y demás instituciones de la esfera financiera). Nadie debería vanagloriarse de tener que someter la política económica de la nación a tan infecundos intereses. En realidad eso es lo referido por el presidente cuando dice: ``ya no existen aquéllos márgenes que permitían apartarse de políticas fiscales y monetarias responsables y congruentes''.
Hoy existen millones de jubilados y decenas de miles de inversionistas financieros (especuladores) en los Estados Unidos, cuyo recursos, manejados por sociedades de inversión y corredurías, e invertidos en América Latina, contribuyen a que vivan como reyes moros succionando ingreso de estas así parasitadas economías. A esas empresas y a esos grupos de rentistas importa la estabilidad de precios y la seguridad en los tipos de cambio como prioridad uno. Por eso las corredurías nos clasifican y califican, mientras realizamos profunda genuflexión.
Los rentistas no quieren riesgos, y para que no los haya, hemos de observar las reglas del juego financiero internacional, fiel reflejo de sus intereses. Antes importaba el desempleo, ahora sólo la inflación. Es claro: a la clase rentista conviene por encima de todo la estabilidad de precios: para alcanzar este objetivo, también sirve el desempleo.
No podemos cambiar esas reglas. Pero podemos no encorvarnos ante ellas, explorar sistemáticamente la máxima protección nacional, y luchar internacionalmente por cambiarlas.