¿Hemos llegado a un punto en México en el cual es posible plantear en serio la posibilidad de una alianza de la oposición para ganar la Presidencia de la República? Desde que las elecciones empezaron a ser competidas y los partidos enfocaron sus estrategias a ganar puestos de elección popular, ha habido una estrategia exitosa para dividir a la oposición, lo cual resulta lógico para cualquier gobierno y partido en el poder. Divide y vencerás, ha sido la consigna. El tema de la unidad regresa hoy por la constitución del Partido de Centro Democrático (PCD) que encabeza Manuel Camacho Solís, quien ha planteado como su principal estrategia ``unir a la oposición; tener un programa común''.
En 1988, el PRI pudo librar el fraude electoral porque logró arreglar la mitad de los votos y se enfrentó a una oposición fragmentada para hacer un frente común. El gobierno de Salinas fue hábil en dividir a la oposición, hizo alianzas con el PAN y golpeó al PRD. En 1994, la posibilidad de una alianza opositora ni siquiera fue un tema de discusión, y los resultados volvieron a repetirse: el PRI ganó con la mitad de los votos frente a una oposición dividida. En 1997, a pesar de los candados de la reforma electoral de 1996, se discutió el tema, pero no se concretó, y los resultados electorales con los que el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados fueron la base para una interpretación optimista: no son necesarias las alianzas para vencer al PRI, ya que la oposición separada puede ganar. Sin embargo, en términos electorales el PRI conservó una mayoría relativa por encima de cualquier otro partido.
Durante 1998, año de elecciones locales, el balance es menos optimista para la oposición, ya que el PRI recuperó terreno, mostró nuevas estrategias y logró adquirir cierto oxígeno como para modificar las imágenes de derrota del año anterior y volver a tener una posición competitiva frente a la sucesión presidencial. Los casos del Fobaproa y del presupuesto para 1999 mostraron el grado de polarización al que puede llegar la oposición y cómo resultó más viable a unos pactar con el gobierno, y a otros negarse a cualquier negociación.
Ante una oposición que ha ampliado sus diferencias políticas e ideológicas y se ha dividido de forma estridente en los últimos meses, ¿qué sentido tiene plantear una unidad amplia, en la que todas las corrientes importantes de la oposición vayan a una estrategia de frente amplio en contra del PRI?
El gran dilema de una unidad opositora es, antes que nada, un problema de valoración: a) unir fuerzas para derrotar al PRI en el 2000 es prioritario, por encima de las diferencias, para lograr un cambio político que pueda concluir esta etapa de tránsito incierto y hacer las modificaciones pertinentes al actual modelo económico, como introducir nuevos equilibrios para hacerlo incluyente; b) es prioritario conservar la identidad de cada uno y cada parte de la oposición puede ganarle al PRI, y si no lo logra en el 2000, tal vez se pueda hacer en el 2006. Cada valoración lleva a concepciones y estrategias completamente distintas.
Hasta la fecha domina la segunda apreciación sobre la primera, por lo que actualmente una unidad de la oposición se ve más cercana a una utopía que a una política real y viable. Para empezar, cada partido de oposición -sobre todo los dos mayores, PRD y PAN- se encuentran en una lucha interna doble: por la dirección nacional y por la postulación. Además, todos los precandidatos de oposición se sienten fuertes e incluso triunfadores, por lo cual les resulta muy complicado introducir la variable ``unidad amplia'' en estos momentos.
A menos que suceda algo extraordinario, resulta prácticamente difícil ver la posibilidad de una unión opositora en la que todos los partidos vayan con un solo candidato al 2000. De esa forma no será extraño que mientras la oposición se divide y presenta dos grandes opciones en torno al PRD y el PAN, el PRI logre conservar el poder una vez más, a pesar de que ya existen casi todas las condiciones para que pueda haber alternancia nacional. Por lo pronto, identidad mata unidad.