La novedad cultural de comienzo de año se llama Chiapas. Las tres revistas más influyentes en la política y la cultura del país, Nexos, Proceso y, la heredera de Vuelta, Letras Libres, han dedicado números casi completos a reflexionar sobre los cinco años de la rebelión zapatista.
De entre la multitud de artículos publicados destaca el largo ensayo-reportaje de Enrique Krauze sobre Samuel Ruiz titulado El profeta de los indios. El texto, informado y polémico, profundiza y recrea algunas opiniones del mismo autor, expresadas en un trabajo previo titulado Chiapas: redención o democracia, que es, simultáneamente, el nombre que Letras Libres da a la sección dedicada a analizar la insurrección de enero de 1994.
En El profeta de los indios, el biógrafo del poder reconstituye las grandes similitudes que existen entre Bartolomé de las Casas y Samuel Ruiz, analiza la conversión del hoy obispo de San Cristóbal, explica la formación de una Iglesia autóctona y de una teología india, recrea el proceso de organización indígena en Las Cañadas, y opina sobre la responsabilidad de la diócesis de San Cristóbal en el conflicto regional.
A pesar de las evidentes diferencias políticas y filosóficas que tiene con Samuel Ruiz (liberal humanismo frente a redentorismo, según el autor), Krauze lo trata con respeto. Las conclusiones de su trabajo no escatiman reconocimiento a los logros sociales y el carisma del obispo, pero son muy críticas sobre lo que considera es su apelación a la violencia justa, su desinterés por los proyectos económicos, su absolutización de la denuncia sobre las condiciones de vida de los indígenas y su falta de compromiso democrático; se alejan de la caricatura que desde el poder se ha tratado de hacer del Tatic como comandante de la insurrección, pero insisten en que su catequesis fue la simiente teológico-política de la rebelión zapatista.
Más allá de los indudables aciertos del ensayo, el director de Letras Libres emite una serie de opiniones cuestionables. Después de todo, Samuel Ruiz no es San Alfonso María de Ligorio, su diócesis no es la Congregación del Santísimo Redentor, y el Chiapas de los últimos 35 años no es la Italia de 1732.
Señalar, como lo hace el autor de Biografías del Poder, que antes de la llegada del EZLN ``se desarrolló en Chiapas un fervoroso ejército catequista de liberación nacional'' es una buena frase, pero una mala conceptualización del proceso de gestación de una Iglesia autóctona. Los cerca de 8 mil catequistas formados por la diócesis de San Cristóbal no son un ejército. Su orientación política no está inscrita en un proyecto de liberación nacional. Aunque compartan una misma fe y una doctrina religiosa, difieren en sus compromisos políticos. Quienes han incursionado en la política partidaria lo han hecho participando lo mismo en el PRI que en el PRD o el PT. Las organizaciones campesinas que han formado pertenecen a distintas centrales nacionales. Los que participan en el EZLN lo han hecho renunciando a sus responsabilidades en la estructura religiosa.
Afirmar que ``Don Samuel no es un demócrata ni pretende serlo'' es injusto. La falta de fe del obispo en el proceso electoral está plenamente fundada. En Chiapas los partidos políticos son más una franquicia local de grupos de interés que instituciones auténticas de representación política. La interminable sucesión de irregularidades a favor del PRI en los comicios locales no permiten mucho optimismo sobre los alcances de la democracia representativa en la entidad.
Pero, además, la labor de la diócesis ha sido fundamental en forjar una cultura de los derechos humanos --especialmente entre las comunidades indígenas-- en una región asolada por la violencia gubernamental y la impunidad, y en facilitar la formación de centenares de organizaciones democráticas comunitarias y regionales --muchas de ellas económicas-- en tierras del más férreo corporativismo autoritario. Decenas de ONG se han creado en Chiapas, animadas o protegidas por la diócesis, desde que en 1983 llegaron oleadas de refugiados guatemaltecos.
Si democratizar se refiere a la extensión progresiva de ciudadanía, y si la democracia entraña el derecho a ser tratado por los demás como igual con respecto a la toma de decisiones colectivas, y la obligación de quienes aplican dichas decisiones a ser responsables y estar a disposición de todos, entonces Samuel Ruiz es un demócrata.
La lucha por los derechos civiles ha sido estimulada y dirigida, en muchas partes del mundo, por líderes religiosos de distintas iglesias. Sus motivaciones y responsabilidades religiosas no han sido un impedimento para que conduzcan luchas emancipadoras. La verdadera disyuntiva no están entre tener que optar entre la redención y la democracia, sino entre apoyar el sostenimiento de un régimen autoritario o la libertad, la justicia y la democracia.