Arnoldo Kraus
¿Fin de la medicina?

No hay duda que la medicina clínica se encuentra amenazada. La gubernamental, por exceso en la demanda, por distribución inadecuada, por malos pagos a los doctores, por la pobreza de quienes la solicitan, por mentir demasiado --como el caso del IMSS, que suele aseverar que su medicina es óptima-- porque aún no contamos con prevención universal, porque el nivel profesional es mediocre y porque prefiero un etcétera para mitigar la pena. El común denominador de tal panorama son los gobiernos posrevolucionarios, no las dependencias de salud: nunca han otorgado suficiente dinero para desarrollar este rubro. La medicina privada, porque tanto pacientes como doctores se han convertido en víctimas de las compañías de seguros, por apáticos, porque solemos copiar los vicios de la medicina estadunidense y porque en México los doctores carecen de presencia, tanto social como política. Me ocupo de la medicina privada. De su ocaso.

Como profesión, la medicina tiene --pronto será tenia-- el privilegio de ser independiente. El paciente escoge a su médico, puede o no seguir el consejo del doctor, acudir o no al laboratorio que le sugiere, obtener la opinión de otro profesionista cuando se requiera y así sucesivamente. O bien, puede desoír todo consejo y obtener una segunda opinión para constatar la primera. También decide el momento de sus citas, si se opera o no u optar por determinado hospital. Todo, obviamente, bajo limitantes lógicas. La cuestión fundamental es la confianza, la empatía, el aprecio y la entrega mutua que aún suelen vivirse en la medicina del tercer mundo.

El galeno, por su parte, tiene la certeza de que atiende enfermos que lo buscan motu proprio, que sus habilidades son suficientes para solicitar determinados exámenes de laboratorio o gabinete, que lo recetado es adecuado, que el médico a quien se refiere al enfermo es el correcto, que la hospitalización es indispensable y que ante la duda él mismo puede sugerir otra opinión. Lo anterior implica una preparación larga y estudio continuo. Implica también un arte que ni se inventa, ni se regala, ni se adquiere en poco tiempo: el de la relación médico-paciente. O el del cariño entrañable que le permite al paciente confiar sin cortapisas. No soslayo que la medicina privada se ha ensombrecido por conductas éticas inadecuadas, pero ante esa enfermedad médica, ante esa pequeña epidemia que asola a algunos galenos --posmoderna es buen término--, el enfermo puede, casi siempre, escoger otro camino.

En Estados Unidos, desde hace no poco tiempo, por incontables motivos que ahora no discuto, las compañías aseguradoras le ``compraron'' a los doctores su cartera de pacientes. Tal negocio, suponiendo que los enfermos son transferibles y objeto de venta, ofrecen beneficios para los profesionistas, pues amén de recibir una paga por su archivo, implica un salario anual seguro bajo la condición de atender cierto número de enfermos.

Esa transacción significaba que el doliente debía acudir con determinado médico y que este requería (casi) pedir permiso para un sinfín de situaciones obvias: interconsultas, recetas, hospitalizaciones. Con esto, los médicos dejaron de ser independientes y olvidaron su condición de persona. Sé que hay doctores estadounidenses descontentos con esta ``nueva medicina'', pero también sé que la ``condición de persona'' allende la frontera --a pesar del resurgimiento de la moral a partir de la señorita Lewinsky-- difiere de la nuestra.

Ese mal, la medicina dictada por compañías de seguros, en donde doctores --o secretarias-- que no conocen al enfermo pretenden saber más que quien lo ha atendido por años, ha empezado a contaminar el ejercicio de la medicina en México. Es absurdo e irracional, que los empleados de las aseguradoras decidan cuántos exámenes pueden solicitarse, si las recetas son adecuadas, si los fármacos son demasiado costosos, si la consulta es cara, si deben o no pagar los costos de la enfermedad o si existen exclusiones para no remunerar al enfermo su tratamiento a pesar de que éste había pagado el seguro por décadas.

Tiempo atrás leí que lo peor que le podría pasar a la medicina es que los abogados se implicasen en ella. A ese traspie se agrega la ``medicina de los seguros''. Un ejercicio que impedirá que los pacientes tengan doctores y que éstos se desenvuelvan con libertad. Una medicina que superará el deseo de ser buen doctor, de atender, de servir y que evitará que el enfermo encuentre en el galeno un amigo.

Si bien es cierto que la amenaza de la ``medicina de los seguros'' es ya realidad, quizá todavía sea momento para que la profesión se organice y evite el fin de ésta. Las opiniones e intervenciones de la Academia Nacional de Medicina, de las asociaciones médicas e incluso la de la Secretaria de Salud, serían deseables.