I. Cuarenta
años del mundo
El 25 de enero -en los días de la visita papal- se cumplirá un aniversario más del obispado de don Samuel. Al concluir 1999 cumplirá 75 años, 40 de ellos como obispo de Chiapas.
Las décadas de Samuel Ruiz
Los sesenta. La renovación de la Iglesia.
Cuando Samuel Ruiz asumió el obispado -en 1960- el siglo apenas empezaba a desprenderse de la posguerra mundial. Entre los actores protagónicos de esa etapa, sólo Mao Tse Tung -impulsor de la revolución cultural al fin de la década-, en China, y Charles de Gaulle, en Francia, siguieron ocupando algún papel histórico. Los otros grandes arrancaban tiempos nuevos. Nikita Sergeievich Jruchev desestalinizaba los países del Este y rivalizaba en innovaciones con Kennedy y su fallida ``primera década del desarrollo''; nuestra patria grande primero fue sacudida por el debut de Fidel Castro en Cuba, y luego criada con los principios de la educación liberadora de Paulo Freire; la Iglesia se renovaba en el mundo por instancias de Juan XXIII, su Concilio Vaticano II y la conferencia de la Celam en Medellín; al fin de la década, el universal 1968 cambiaba la raíz del pensamiento cultural, social y político. Los muertos de la década -Camilo Torres, luego el Che y finalmente Martín Luther King- ahora no aparecen tanto como víctimas, cuanto como fundadores o símbolos de las luchas que identificarán al siglo.
En una foto de 1962, don Samuel, de sorprendente juventud, contrasta con los venerables rostros de los otros 2 mil 500 padres del Concilio Vaticano II. Aprende en este encuentro, brilla en Medellín, toma en México la iniciativa de los primeros instrumentos conciliares, importa y forma sociológos en Chiapas, es favorecido por el nuncio Raimundi. Esos tiempos y sus actores insólitos no le jalaban el tapete.
Los setenta. La conciencia madura.
La década siguiente fue una ducha fría: de forma anacrónica seguía la guerra en Vietnam, las dictaduras militares del continente, y los movimientos de liberación nacional -como el de Lucio Cabañas en México- iniciaban una nueva guerra que no termina después de 30 años: la de baja intensidad. En ese contexto, la conciencia de don Samuel, madurada por las circunstancias de la década anterior, escogió su bando. Escrupuloso, en 1979 hizo evaluar colegiadamente sus primeros 20 años por el equipo episcopal del Celam (catequesis Exodo; encuentro de Xicotepec, el cual dio la palabra a los indígenas en la Iglesia; Congreso de 1974). Cuando salió de la misa de clausura del acto, ante obispos de medio mundo, una arma le apuntaba. Sin embargo, esos años habían sembrado esperanzas pacíficas. Los fusiles floridos de ``la revolución de los claveles'' acabaron sin disparos con la dictadura en Portugal; también fueron los años finales del franquismo.
Los ochenta. Refugiados y ONG.
La década de los ochenta -la perdida- entró con dos años de atraso. Fue la de la deuda externa impagable y el fracaso de la tercera década del desarrollo, pero también la del nacimiento de la sociedad civil después del temblor en la ciudad de México; la de la Contra en Nicaragua, pero también la de Contadora y la de Esquipulas; la de Reagan, pero también la de Gorbachov con el repunte, todavía tímido, del anhelo democrático (cuyo símbolo para Juan Pablo II será el cambio en Polonia) y un desarme inicial.
Para don Samuel esos años fueron los del refugio guatemalteco en Chiapas, los del desarrollo alternativo de agrupaciones productivas independientes, los de la sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales (ONG).
Los noventa. El ¡Ya basta!, la mediación y otras tareas.
La década actual se adelantó un año con la caída del muro de Berlín en 1989. Pese a la Unión Europea que trastorna el panorama rutinario de la anterior, es la de las guerras étnicas en el mundo entero. Los años del neoliberalismo, del TLC, del desequilibrio del sistema financiero mundial, de la globalización del mercado, de la inseguridad pública, de la militarización y paramilitarización (en el continente y en Africa), y la del ¡Ya basta! de 1994. Don Samuel respondió con los derechos humanos, con su mediación en el conflicto, con una labor de recomposición comunitaria y de paz, no sólo como el fin de la guerra, sino como un proceso: el fruto de la justicia con transición hacia una nueva sociedad.
Las circunstancias de don Samuel son excepcionales: antes de que se encargara de la diócesis, el planeta se curaba de la guerra mundial. Cuando asume el arzobispado otro mundo está forjando el siglo. Antes de que asumiera el cargo, Chiapas podía ser una isla, la satelizada en Los Confines; pero después viene a ser la caja de resonancia de los problemas mundiales, de tal forma que el obispo, como su antecesor De las Casas, salta del terruño alteño o selvático a viajes intercontinentales, brinca de la mula al avión, va a donde se generan los acontecimientos mundiales. En los cambios drásticos de estos tiempos de mutación, que nos han construido y desolado a todos, no ofrece ni toma la iniciativa; responde -de forma creativa- a situaciones.
Ahora queda por enfocar el lente sobre Chiapas: ¿Qué fue del estado -y del obispo- en estos mismos 40 años?
II. Cuarenta
años en Chiapas
En 1959 Chiapas apenas superaban el millón de habitantes. No tenía otra hidroeléctrica que la presita de Bombaná, y carecía de gas y de petróleo. La Selva figuraba en los mapas como ``el desierto -el despoblado- de los lacandones''. Cuarenta años después, este Chiapas ya no existe.
En 40 años Chiapas se ha vuelto irreconocible. Ayer administrado como reserva indígena de mano de obra, ahora no se sabe qué hacer con ésta. Ayer su única riqueza era el campo, hoy es un estado que se mal urbaniza sin lograr vaciar al campo. Se han generado nuevos cultivos, pero se expulsa o ``desplaza'' a la gente que los atendía. Lo único que no ha cambiado es su pobreza.
En el aspecto plítico, el obispo de Chiapas ha sido el único interlocutor eclesiástico de 13 gobernadores en 40 años. Fue secundado, a partir de 1995, por Raúl Vera, quien ha tratado con tres de los seis gobernadores que hubo en los últimos cinco años. La estabilidad y continuidad diocesana contrastan con la movilidad y la consiguiente improvisación estatal.
En el aspecto demográfico, la población de Chiapas se ha multiplicado por cuatro; la de San Cristóbal por cinco, y la de Tuxtla Gutiérrez por diez. Con visión, don Samuel separó en 1965 a la diócesis de Tuxtla (cuya cabecera hoy tiene 440 mil habitantes) cuando no era sino una modesta ciudad de menos de 45 mil habitantes. La Selva, ``soledad'' en 1959, está saturada desde 1982.
En el aspecto económico, Chiapas se ha vuelto, en 40 años, un emporio energético. Pero su electricidad (que se envía a Puebla y Guatemala, lo cual deja -según cifras de 1990- sin luz a la tercera parte de las viviendas asentadas en el estado), su petróleo y su gas no han creado ni pizca de industrialización. El estado sigue siendo potencialmente un paraíso agrícola, pero también un país del hambre. Un título clásico lo dice todo: Chiapas: país rico, gente pobre. ¿Cómo extrañarse por ``la opción preferencial por el pobre'' de don Samuel?
En el aspecto social, el obispo descubre en los sesenta que la Selva es el nuevo Chiapas, y la alternativa al escandaloso sistema de enganche con deuda de los trabajadores de las fincas. Don Samuel camina sin tregua por la Selva para acompañar a los nuevos migrantes. El estado abría esta última frontera agrícola a los sin tierra, pero -40 años después- siguen los mismos problemas agrarios, ahora en nuevos terrenos.
Durante 40 años, el gobierno improvisa salidas: primero el café, pero se desploman sus precios; luego, el estado opto por la ganadería con más vacas que gentes, pero el chiapaneco tiene que sobrevivir sin carne y sin leche; finalmente, la militarización (por el refugio guatemalteco en los ochenta y por la guerra en los noventa) se presenta como la última solución, sin remediar ni la seguridad ni el hambre.
Llegó 1992, aquel de los 500 años. El obispo consagró el despertar indígena. Ignorado hasta que se produjo el grito de 1994, don Samuel confirma ahora que los resolutivos y denuncias del viejo Congreso Indígena, realizado en 1974, eran atinados.
El siglo se cierra en 1998 con la catástrofe del Soconusco, la región cacareada de Chiapas por ser la más rica, poniendo punto final al colapso del modelo chiapaneco de desarrollo.
Un antecesor de don Samuel -el obispo Francisco Polanco- al denunciar en 1777 esos mismos estragos en el mismo lugar, fue refutado por el alcalde mayor, quien le decía que en el estado no se podía controlar la meteorología. El obispo le contestó: ``Es una causa, pero hay que buscar la causa de las causas en un gobierno a costa del sudor y sangre de indios''. La respuesta oficial vino en los mismos términos que aquellos de otro gobernador, Patrocinio González Garrido: el obispo es un ``revoltoso'' y un ``alzador de indios''.
Ya en el Siglo XVI, el oidor que vigilaba los destinos políticos de Chiapas paró a De las Casas en el camino para decirle: ``Sois un bellaco, mal hombre, mal fraile, mal obispo, y merecéis ser castigado''. Muchos, en 1999, opinan lo mismo de don Samuel; pero el peso humano, social y moral del obispo de Chiapas tiene hoy, como ayer, más credibilidad que los nervios de sus detractores.
En 1960, antes del Concilio Vaticano II, en su primera carta pastoral, don Samuel denunciaba la perversidad intrínseca del comunismo; 40 años después, lo acusan de inocultar anacrónicamente el comunismo en, supuestamente, su teología de la liberación.
Según Eduardo Galeano, ``somos lo que hacemos, y sobre todo lo que hacemos para cambiar lo que somos''. Lo que hizo don Samuel en 40 años lo convierte en patrimonio conflictivo de los chiapanecos (en ``signo de contradicción'', reza el Evangelio), porque los conflictos cobran caro las opciones equivocadas. Lo que se atrevió a hacer ``el hombre, el obispo y el castigado'' (para retomar las palabras del oidor) le abre paso a la historia, la de los tiempos de mutación del siglo XX: los nuestros.